BLANCO Y NEGRO MADRID 01-09-1935 página 138

tintos, su ambición secreta, entrañable y sin entrañas. Una nube patética baja hasta el Arno, y por el río corren fuegos fatuos de gritos; ü n clamor de multitud smbe hasta la celda de San Marcos. En los días de aflicción le piden al fraile que salve a la ciudad, y él no sabe, no puede resistir. Muchos piensan hoy, en frío, que si Jerónimo se nesgase a abandonar la celda, quizá hubiese podido evitar su trágico fin. Pero llevaba dentro la tragedia. Llevaba dentro el instinto furibundo de la ascésis y la romántica concup: soencia del prodigio. Había despertado hambre de milagros en el pueblo, porque él mismo sentía y sufría el apetito irascible de lo milagroso. Ese furor instintivo de las ascesis le hizo quemar cuanto en Florencia aludía a lujo, a hermosura profana. Aquel pueblo, devorado hasta entonces por la pasión de la belleza plástica, lleva ahora a la hoguera terciopelos y galas, cuadros, alegorías, ediciones griegas v latinas. Se vio incluso a un Sandro Boticelli lanzar en exipiación a las llamas una tabla suya representando no sé qué ninfas gentiles. Jerónimo le llamaba a eso, le llamaba a todo, vanidad. Pero sus adversarios decían que ninguna vanidad era tan grande como la suya, al pretender lo que no pretendió Jesucristo: que este mundo fuese la cabal perfección. Por otra parte, un mundo como lo quería Savonarola, con los valores religiosos en colisión con todos los valores estéticos, ¿sería perfecto? En nombre de Dios, San Agustín baut! zz. a Platón. En nombre de Dios, Jeróniano lanza sobre él un anatema. Antítesis por antítesis, el gesto de San Agustín es más cristiano, pofque en la maravilla matemática de la mente platónica se reconoce la grandeza del Creador. Arden manuscritos y joyas, encajes, h ermosuras. La potencia de Jerónimo es tal, que arrastra al pueblo florentino a sacrificar, un día de 1486, lo que más quiere. Pero todavía era posible otro sacrificio mayor. Se cumplió cuando ese mismo pueblo le dejó cruzar a él, dos años más tarde, camiino del suplicio, la plaza de la Señoría, seguido tan séío por dos fieles discípulos y por su enorme, turbadora sombra. i Qué tema para una tragedia de alto coturno! Para la que el pobre Riño Alessi no supo ni concebir ni escribir. De la representación del draana en el propio lugar donde se ha vivido, nos queda el recuerdo inolvidable de algunos momentos en que el arte de Copean acertó a darle al coro la pausada y terrible dignidad del misterio. Rumor de procesión, vuelo de palomas, y al fondo de la plaza, la torre de Arnolfo, como una horca, y el reloj de la torre, corazón del destino. Pero la menudencia periodística del texto contrastaba con la magnitud imponente del asunto. Calla, dice un proverbio antiguo, o que tu palabra valga más que el silencio. Eugenio Monfe Floretic