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BLANCO Y NEGRO MADRID 25-08-1935 página 206
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BLANCO Y NEGRO MADRID 25-08-1935 página 206

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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LA CASCADA ROJA 37 de pasajeros, que no se interrumpía. La mayoría de éstos eran extranjeros, con sus ropas de viaje aún, pues en el primer día de un viaje largo, no se hace más que tomar contacto con, el mar. sin ocuparse en ningún género de elegancia. Ningtmo de ellos podía ser Panorme. Llegó rápidamente el crepúsculo. A la izquierda del barco se vio una cosía de color violeta, salpicada de luces, y un poco más allá, una isla. Uno de los camareros del transatlántico contestó a preguntas de una pasajera, diciendo Es Cherburgo, señora, y aquello, la punta de la Hague, y a la derecha, la isla de Aurigny. El pensamiento de Juan abandonó el buque y Cherburgo y su hermosa bahía g r i s se trasladó con el pensamiento a Avranches, donde abundan las violetas y donde el coche de línea que va a Rennes da un rodeo por San Benito de las Olas, y volvió a ver con la imaginación la hospedería Margarita, graciosamente recostada en el acantilado. -I; Alicia! ¡Alicita? Esta estaba al corriente de todo. En un sobre con membrete de una casa comercial le escribió explicándole la situación con palabras embozadas que ella sola podía comprender. Para oírla una vez más le habló por teléfono la víspera, con voz fingida. La novela de que hemos hablado, señorita, empezará a publicarse rnañana. En ella íiabrá, de fijo, muchas peripecias, a pesar de lo cual estoy seguro de que terminará satisfactoriamente. En el caso de que la telefonista hubiera escuchado, le sería muy difícil comprender el doble sentido de estas palabras, que sólo significaban: Embarcaré mañana, y estoy muy esperanzado Alicia, con la mayor sangre fría, contestó, sin que su voz revelara sorpresa: -Leeré esa obra todo lo seguidamente que me sea posible, y con muchísimo interés. Ningmia lectora esperará tan imjKiciente como yo el capítulo final. i Qué suerte hubiera sido realizar el viaje transatlántico en compañía de Alicia, sin otra ocupación que la de enseñar a la adorada muchacha varios aspectos del unívcírso, nuevos para ella. Confiaba en que dentro de pocos meses sería suya. Mientras contemplaba el extremo Norte del Contentin, que desajarecia en la obscuridad, Juan iba p isando con el mayor cariño en Alicita, y ésta se encontraba en la alcoba de su madre con el médico de San Benito, el doctor Drehíer, el practicón viej o y rudo que asistía a todo el pueblo. La señora de Massiat no se reponía. Estaba muy fatigada. Aquellas crisis de ahogo, que eran tari dolorosas, e repetían cada vez con más frecuencia. Su voz adquirió tonalidades extrañas. -Eso no será nada, señora. Siga usted cuidadosamente mis consejos, tome lo que voy a recetarle, y dentro de pocos días estará mejor. A su edad de usted liay que resignarse a tener algunas contrariedades, pero mientras no sean mayores las que usted padece, no habrá motivo para alarmarse. Hasta la vista. Eso no es nada. Pero al llegar abajo y verse en la sala; con la puerta cerrada, dijo a Alicia: -Oiga usted, niña; tengo que decirle a usted la verdad, ya que no solamente es hija de la enferma, sino su única pariente. Pero ¿qué pasa? Su madre de usted se halla en un: estádo muy alarmante. Usted la salvará, doctor, ¿no es cierto? Lo intentaré, pero ese corazón, muy débil hace ya mucho tiempo, se encuentra mal. Con cuidados incesantes, le sería a usted posible prolongar la vida de su madre. ¿Prolongarla? -Sí, pero es preciso que no sufra emociones. Ese asunto de Panorme le ha perjudicado mucho. ¡Bueno, bueno, no llore usted tanto! Ha de procurar usted que ella no la oi. ga. Alicja tuvo ánimos para contener sus lágrimas. Ya en el primer piso, en el pasillo, basta fingió que canturreaba. Luego entró en el cuarto de la señora de Massiat, diciendo: -Estás mucho mejor, mamá. Acaba de decírmelo el médico. Si sigues su tratamiento y descansas, te repondrás muy pronto. -Ya sé que no tengo nada grave; pero aun así, estas crisis de asma me imnovilizan en la cama, a pesar de que no soy perezosa. Bueno, aquí tienes la medicina. Ahora procura dormir unos minutos. Alicia fué a esconderse a su cuarto, y con la cara apoyada en la colcha parít apagar el ruido de sus sollozos, se entregó por completo a su dolor. Dos años tenía la muchacha cuando murió su padre. Se acordaba de él, pero de un modo imperfecto. Su cariño todo estaba concentrado en su madre, y el médico acababa de decirle qac tal vez muy pronto se quedaría huérfana del todo. ¡Si Juan lo supiera! Ella podía decírselo en el lenguaje convenido, mediante un radic ramat enviado a bordo del Isla de Francia, a nombre del barón de Douzille, por supuesto, pero la mala noticia podía trastornar a Juan, que ya a mitad de camino no hubiese tenido medios de regresar ni de contestar. Le era preciso disponer de toda su presencia de ánimo. Por otra parte, el pronóstico del médico, aun siendo alarmante, no antmciaba un desenlace inmediato. Tal vez cuidando niucho a su madre... A veces era demasiado pesimista el doctor I rehier!

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