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BLANCO Y NEGRO MADRID 25-08-1935 página 189
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BLANCO Y NEGRO MADRID 25-08-1935 página 189

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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J E A N J O S E P IJt 8 K X A U i -Míranre, Franqueí, mírame bien... ¿N o me conoces? -Sí, no te había conocido a! principio, pero me figuraba que tú... En tin, dime lo que quieras que haga y te juro que te obedeceré. -No quiero dar órdenes, sino consej o s vete inmediatamente, sin volver Ja cabeza, mientras te es posibe marchar. Si no lo haces así, mañana estarás tan frío y tan inmóvil, como lo está Brennot en estos momentos. ¿Entendido? -i Sí, sí! Ahora verás... ¡Estrangulado Brennot! ¡Volando! Pocos minutos después, con gran sorpresa de la señora de Massiat y de los demás, e! inspector preguntó a qué hora salía el primer tren, pues había terminado sus averiguaciones. ¿A las doce menos diez? E r a demasiado tarde. ¿Que el coche de línea de Rennes pasa dentro de cinco minutos? Bueno, pues, corriendo un poco, podría llegar a tiempo. I- enseñaron el atajo que bordeaba el puerto, y se fué en medio dé la oscuridad, a pasos grandes, después de haberse despedido cortésmente: Hasta la vista. No lejos del puerto, en ti recodo de la carretera por donde pasa el automóvil, había- -y hay aún- una posada, cuyo dueño era un normando llamado Lebedel. El automóvil traía retraso, cosa que a nadie podía sorprender, teniendo en cuenca la niebla que, procedente del mar, ocultaba ya a San Benito de las Olas y toda sti campiña. El tío Lebedel tenía que- entregar muchos paquetes al encargado del coche, que estaba para llegar de un momento a otro. Los colocó cuidadosamente en la orilla de! a carretera. En aquel momento sonó un grito espantosa entre la niebla y hacia el puerto. Un ciclista, que pasaba caminando despacio, lo oyó también, y en unión del posadero echó a correr hacia donde había salido la voz. Seguramente se encontraría por allí algún necesitado de auxilios, cosa que en Bretaña están todos dispuestos a prestar, sobre todo cuando en ello puede haber algiin peligro. Las pesiquisas fueron muy difíciles, a causa de la niebla que aumentaba la oscuridad de la noche y velaba los faroles que rodean el puerto. De pronto, en un camino que bordea el mar, y no lejos del último farol, vieron el cuerpo de un hombre tendido en medio del barro, que tenía en e! cuello ana herida enorme, de la cual salía sangre. Le trasladaron a un sitio seco, v Lebedel aplicó su pañuelo a la herida, para contener! a hemorragia. El herido abrió los ojos y murmuró algunas palabras, entre las cuales les pareció al posadero y al ciclista percibir la de Paname... Paname. Luego tuvo algunos estertores y se le cayó la cabeza hacia un lado. Había muerto. El ciclista filé a avisar a los gendarmes, y cuando vio el cabo al n 7 uerto. exclamó: Fero si es el inspector Bouquet, de la Dirección de Seguridad! ¿Quién le habrá matado? ¿Por qué? Fácilmente j) uede imaginarse el terror que sembró en el pueblo aí uei segundo drama. Aunque era dé noche, se reunió todo el vecindario a la rojiza luz de las antorchas. Los gendarmes comenzaron en seguida sus diligencias. Pero en el caso presente. tenían aún menos elementos de juicio que en el de por Ja maiiana. I. a herida no revelaba nada. Las últimas palabras del moribundo, t uc, según el tío Lebedel y el ciclista, fueron Paname. í Pmutme... significaban, sin duda, que aquel desgraciado pensaba en Parfe, puesto que, en lenguaje popular, Paname significa París. Las investigaciones de l (w gendarmes, a aquellas horas tan tardías, tenían que ser forzosamente muy superficiales. A lo largo del puerto, como en todos los demás sitios, nadie había visto nada anormal. El camino que bordeaba el malecón estaba constantemente desierto desde que anochecía. Además, aquella noch la niebla no incitó a salir a ninguno de los habituales jwseantes. Sólo había un detalle que ofreciese cierto interés: el señor Burbonad, el caballero sordo y perito en problemas de palabras cruzadas, declaró que había visto desde el balconcillo situado ante su cuarto, al inspector Bouquet, cuando salía de la casa camino del puerto, seguido a distancia por un hombre cojo, de sombrero ancho y pelíj largo. E! cabo no compartió la opinión de Vonnik, la cual afirmaba con voz chillona, que el asesinato lo había cometido Conan Kernoor. Para él se trataba nada más que de una sencilla coincidencia: en Bretaña no escasean los hombres altos, los sombreros de alas anchas y las cabellerfas abundantes. Q n e aquél hon bre cojeaba? Pues en esto estaba la coincidencia, precisamente. iLos gendarmes y otras muchas personas presentes concedieron, sin manifestarlo, mucha imnortancia al detalle sisniente: Cuando salió de la hospedaría el inspector Bonqnet. estaban en ella todos los huéspedes y toda la servidumbre; sólo fáltala Juan Lurbe. Este explicó, sonriéndose. su ausencia: había ido, sencillamente, a comprar una cajetilla al estanco que hav en la esonina del puerto. Luego de conversar un rato con la estanquera, regresó dando un rr deo oorque querÍH comtvrar nn libro, pero encontró cerrada la librería.

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