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BLANCO Y NEGRO MADRID 18-08-1935 página 248
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BLANCO Y NEGRO MADRID 18-08-1935 página 248

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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i6 JEAN JOSEPH RENAÜD Y entonces oyó, confusamente, como un empujón y luego un estertor entrecortado. Parecía que estuviese alguien haciendo gárgaras. Después de esto se alejaron unos pasos de hombre cojo. Nadie s j alarmó. Ya los habían oído otras nociies. En cuanto al estertor, poflia ser una alucinación o una pesadilla. Nada real, en todo caso. A pesar de todo, pasada la primera sorpresa, se levantó Alicia, abrió resueltamentj la puerta de su cuarto y encendió la luz eléctrica del pasillo. Se acercó a la escalera; se inclinó sobre! a barandilla y preguntó a media voz: ¿Quién anda ahí? ¿Quién es? No le contestó nadie. La escalera y la antesala, que olla veía perlectamente, tenían su aspecto acostumbrado. Bajó unos peldaños, para ver bien la puerta de entrada, cuyos dos cerrojos estaban echados. i Nadie I Volvió a su cuarto. A la hora del almuerzo se iban a burlar de ella si confesaba que había tomado en serio uno de los ruidos de la víspera. (A primera hora de la mañana, el tío Esteban, el jardinero, entró para dejar la jarra de leche y encender la lumbre. Descorrió el cerrojo y abrió, desde afuera, la puerta dé entrada, y lu ¿go, por dentro, la que daba, al jardín, en lo último del pasillo. Luego entró en la cocina, sill ndo distraídamente. A la escasal luz del amanecer le aoareció que había un cu rpo humanó tendido junto a la puerta de la bodega; oprimió el interruptor, y al encenderse la luz eléctrica vio que no se había equivocado. Atravesado delante de la puerta había alguien inmóvil. i Pero si era el señor Dubled, e! huésped nuevo, con los brazos cruzados sobre la cara! Debía de haber bajado a la bodega para echar un trago y luego, borracho, ya no pudo subir. ¡Eh, señor Dubled! ¡Qu 3 no está usted durmiendo en su cama! i Le separó los brazos. El tío Esteban estuvo en la guerra y no se asustaba fácilnuente, pero los ojos vidriosos del cadáver y la lengua colgante en su rictus espantoso, le obligaron a retroceder y a escapar, pasillo adelante, dando voces, que despertaron y alarmaron a toda la casa. Una hora después, y, a pesar de que era muy temprano, todo el pueblo, curioso, aterrorizado, rodeaba la hospedería. No había recuerdo, por remoto que fuere, de que se hubiera cometido ningún crimsn, hasta entonces, en San Benito de las Olas; por eso estaban esipantados todos los vecinos. La muchedumbre de curiosos fué aumentando a medida que avanzaba el tiempo, pues era día de mercado. Además de ios granjeros de la región, llegaban de la Mancha vendedores de aves y de manteca, y de o costas del Norte tratentes en granos y vendedores de ganado. Enterados del suceso apenas llegatan, acudían todos a ver la casa del crimen con lo cual iban aumentando la muchedumbre, mantenida a distancia por los gendarmes. Comprobada debidamente la muerte, el cabo dejó el cuerpo como lo encontró el jardinero y prohibió la entrada en la cocina a todo el mundo, para que no desapareciesen las huellas digitales que pudiera haber. Ei doctor Drehier, médico de San Benito, era un practicón excelente, que desde el primer momento diagnosticó la muerte por esitrangtslación. Enguantadas de propósito las manos del asesino, no habían dejado huellas. Fácil es imaginar ía confusión que reinaba en la casa. La señora de Massiaí tuvo que volver a acostarse, a mediodía, por habérsele agravado el asma. Alicia la cuidó lo rnejor que pud L a belga, asustada, c uería nardharse en el tren de las doce y siete minutos, pero no se lo permitieron los gendarmes. No, señora; ninguno de cuantos viven en la hospedería puede marcharse del pueblo m- ientras no terminen las diligencias. Eso es una falta de corrección. Me quejaré a mi embajador. Está bien; pero no puede usted tomar el tren ni el autocar. Juan Lurbe, que no estaba conmovido, refería el asesinato a los vecinos del pueblo, agrupados ante la casa, adornando su relato con embustes enormes y graciosos, que ai crecer, de boca en boca, llegaban a ser fornjidabíes. Burbonad, enterado por el jardinero, y que, como la mayoría de los sordos, hablaba siempre a gratos, dijo que el incidente era lamentable, pero que él tema que acabar con urgencia un problema de palabras cruzadas para el cual le faltaba el nombre de un Monarca asiático, de once letras, 1 señora de Cutiot se quedó aterrada, al pronto, como persona que, acostumbrada a hablar de espectros, ve aparecer uno de repent- s. Luego, cuando se le pasó el miedo, ofreció a los gendarmes su colaboración de lectora de novelas policíacas. -Conozco todos los procedimieritos que usan los bandidos profesionales, y estoy segura de descubrir sin trabajo el asesino. -i No se moleste usted, señora! Si le descubre, tráiganoslo, y tal vez le den a usted algún cargo en la gendarmería. Precisamente acaban de crear en París una briga-

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