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BLANCO Y NEGRO MADRID 18-08-1935 página 126
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BLANCO Y NEGRO MADRID 18-08-1935 página 126

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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portable y más absurdo. Nos han dicho que los cinematógrafos son como unos inmensos frig orif- icos, y vamos a uno de ellos, con la esperanza de que la visión de un paisaje nevado o de un mar con osos blancos nos aumenten la sensación de frescura. Pero en éste hace demasiado frío y habrá que llegar con el gabán apercibido; salimos otra vez al calor de la calle; en ese otro cine no hace bastante frío y volvemos a salir. Sucesión de baños rusos. Más bebidas heladas. Alguien nos dice que es peor y nos aconseja un té o un café caliente. Aceptamos. El cuerpo acaba por volverse loco en esa babel de temperaturas distintas. Nos vamos a cenar a la terraza de un café, bajo unos árboles que parecen de bronce. Nos figuramos, por un momento, que vamos a descansar de las luces de colores, luces de caramelo, que en La Gran Vía nos calentaban hasta los ojos. Qué va usted a tomar? -Limón helado. Encima de todas las acritudes del día, del gazpacho del almuerzo, de la ensalada de la comida, todavía más limón. Y todavía m á s! Limones de música: el violín, el acordeón, la gaita, las voces aplastadas, chillonas, crujientes, como un rechinar de visagras. de unos mendigos falsamente filarmónicos. Otros son grandes actores y fingen admirablemente un desmayo. Contribuimos con caridad malentendida al sostenimiento de estos artistas callejeros. Pero ahora vienen más mendigos; éstos ya no tienen otro pretexto que la exhibición de su necesidad. Mene una viuda; una multípara una huérfana; un parado de expresión tor a y de ojos aviesos; son legión, y parecerían mendigos bíblicos, pordiosero k caminos, si en verdad pordiosearan; pe- ro no piden por Dios; rezongan con insistencia de maestros de la inoportunidad; saben transformar la compasión en fastidio, y como nos culpan de su viudez, de su fecundidad, de su orfandad y de su cesantía, nuestra caridad acaba por desaparecer, erizada de encono y de defensa. -No tengo trabajo- -dice uno, y sentimos que es mer. tira; que sí tiene, porque su trabajo es ese, pedir, y el que nieior se amolda con sus hábitos de pereza y con su ans ia rabiosa de li, bertad. Porque dios saben de su derecho- I si lo saben! -i ero ignoran de su deber. Su pobreza es su industria específica, de nacidos antipáticos sin valor, inoportunos sin humildad, necesitados sin ni ieuna lícita capacidad adquisitiva. Serán pobres siempre, porque ellos quieren serlo v porque su multiplicación y su libertad en plena calle, nos acostumbraron a negar como a ellos les acostumbró a pedir. Y la mala costumbre, el hábito endurecido ha acabado- ¡cómo fué posií) le. Dios mío! -abasta con los buenos sentimientos. Ya no nos conmovemos. Parafraseo íí nienie unos versos de Manuel Maohado: Mi voluntad se ha muerto una noche de luna y digo así: Mi caridad se ha muerto en una noche de infierno en que sólo podía sudar y renegar. Un viejo mendigo escande en el aire, destrozándolas, unas décimas de Calderón de La vida es sueño. Ay misero de mí, ay infelice... Me hace gracia y cometo la imprudencia de darle unas monedas. Otros también le re. galan. IJA cuestación ha sido copiosa. TiemÍ) io pensando que este hombre, con lo que gane en la calle, pueda un día tomar para, sí el teatro Español, que nuestros ediles, protectores del arte, pretenden alquilar como un teatro cualquiera. ¡Horror! Mal fué la jornada. Vuelvo triste a mi horno. Me había asomado al balcón de mi despacho, interrumpiendo la escribidora labor, a pedirle en vano una ráfaga de aire fresco a la noche africana de Madrid. Iban ya altas las estrellas. Desde mi cuarto piso veía algunos tejados rojizos como ascuas; las casas intoxicadas del calor del día, emanaban su artri iismo de sol con un aliento de fiebre; algurja linienea rezagada se despeinaba en el cielo, illá lejos, yacía la ciudad soporosa bajo la 5

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