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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-08-1935 página 214
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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-08-1935 página 214

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página214
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inundo. Yo soy el que; con mi soplo, lo empujo, lo animo. Sin mí, el mundo se quedaría como muerto. Yo entro y salgo y es a mí a quien respiran los hombres, los animales y las plantas para poder vivir. Yo llevo en mi mano las semillas de los árboles para ue caigan en tierra fértil y germinen. Yo evo los vilanos y los sonidos. Yo seco la pintura de las vallas y hago i- emontarse las cometas. Yo muevo los molinos en la tierra, y en el mar inflo las velas de los barcos; yo lleno los globos, los buñuelos y los neiumáticos... Lucila se le quedó mirando, siempre sin verle y sin q u e r e r creer lo que el señor Aire le decía. Entonces el Aire añadió: Ven conmigo. Vas a ver lo que es el mundo sin mí. Dentro de un momento no va a haber ni un pelo de aire en toda la comarca. En efecto, d aire se fuá ccrtno remansando. P a r e c í a que, sin fuerzas acababa por caerse al suelo y arrastrarse débilmente en él. Etespués, muy poco después, no hubo nada de aire ni nada de viento. Sólo había en lugar del aire, una atmósfera cada vez más densa y pesada. que apenas se podía respirar. La gente, íEalta de aire, andaba como andan los viejos, muy viejos, aunque no lo fueran. Al cabo de un rato se echaban a tierra, respirando fatigosamente. Lo mismo los animales, a un tiempo ijue las plantas se mustiaban rápidamente y caían en un desmayo de hojas. Ni un pelo de aire. Las veletas, paradas, enseñaban su perfil. El humo de las chimeneas, como no tenía aire que lo recogfiese y se lo llevara volando, bajaba a las calles y lo ponía todo triste y negro. Las nubes, sin aire que las soplara, se amontonaban, tapaban el sol y se iban poniendo obscuras, cada vez más, hasta qite empezaban a llover, sin terminar nunca, poraue se habían quedado como clavadas en el cielo. Los molinos vieron quedarse quietas sus aspas, y con eso se acabó el trabajo. Sin aire, el molino no servía para nada, y el molinero, desesperado, se tiraba de los pelos. Los barcos, en el mar, colgaron sus yelas, sin un soplo de aire que las empujara, y se quedaron quietos, atados a aquella cal- S ma angustiosa, bajo la lluvia de las nubes, paradas. Ni los pájaros ni los aeroplanos podían volar en el espacio sin aire. Nadie sabía lo que pasaba, pero todos se sentían como desinflados. No se puede imaginar nada más triste que aquella ciudad sin aire, en la que todo se desmadejaba y se rendía, en la que las cosas y las gentes quedatón como muertas. En aquel rato, viendo bien lo que el señor Aire le mostraba, comprendió Lucila que no es sino el aire el que lo anima todo, el que infunde la vida en los pulmones y origina la acción y ci nwviniieiilo. -lAhora que lo has visto bien, no quiero prolongar est- a tormento de los hombres. Voy a correr de nuevo por la ciudact, por el campo, por el mar. Siento deseos de hacer mil travesuras ás jugar con todos los papeles, haciéndolos revolotear, y de agitar las banderas de colores. Me has de ver, desde ahora en todas partes, v, cuando pase por til calle, abrirás tu ventana para, v rme, verdad? como si pasara un regimiento. Yo pasaré silbando y tú estarás esperándome y no te esconderás de mí. Guardarás todos tus abrigos y los días de fiesta saldrás al campo, que es donde yo soy más limpio y puro, y jug: aremos juntos, corriendo, agarrados de la mano. Yo quiero ser tu amigo y que tú, que ahora me conoces bien, seas mi amiga... Así pasó. Lucila había aprendido bien la lección que le daba el señor Aire, y, cuando volvió a su casa, abrió de par en par las ventanas de su cuarto, de día y de noche, oara recibir a quien tanto hacía por los hombres y de quien no tenía nada que temer, y lo buscaba siempre para respirarle a gusto hasta dentro de sus pulmones. Fué mano de santo. Lucila, gracias al aire, se puso sana y fuerte, lo que no era antes, cuando tenia al aire por enemigo, y tuvo mejores colores que nunca, y m á s apetito, y mayor alegría. Y ahora to las las noches reza una oración, no para que Dios la libre del aire, sino para que no permita que falte el aire y que deje de entrar hasta los últimos rin cones, con su soplo de vida y de energía. José López Huhio.

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