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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-08-1935 página 203
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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-08-1935 página 203

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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PEDRO G A R C Í A V A L D E S 47 El funcionario bolchevique no se inmutó: -Ya es una hazaña- -dijo- ¡Con tal de jue no encontremos algo! Cogió la cabeza del oso y la zarandeó violentamente. La puso del- revés, introdujo sub dedos por las fauces entreabiertas... y la dejó caer con un gesto de desilusión. ¡Me ha engañado este bandido! rugió desesperado. ¿Por qué el empleado soviético apenas mró mi equipaje y el de Medina, y, en cambio, se detuvo ante la maleta de Max? Aquel genial grfpe de vista, aquella temible seguridad dé que el contrabando iba allí, en la maleta de Aub, me produjo u i a violenta sacudida. ¿Qué sucedería, qué medida adoptaría aquel hombre cuando descubriera que... Sin un titubeo, como quien va a golpe fijo, apartó unas rojas qfe Max colocara con háWl descuido, y extrajo dos botellas. No ya nosotros, smo todos los demás viajeros, le mirábamos aterradc El funcionario sovié- tícp sopesó amS) as boteiías, se cercioiró de que estaban llenas y afirmó con delectación: ¡Vodka! Mis amigos y yo confesamos tímidamente: -Sí, vodka... Y por toáo el salón oj óse uua exclamación unánime: ¡Vodka... No sabíamos si aquella palabra, que otras vajes fwomaieiábamos ¡ndsiferentéj. sería entonces nuestra ruina. El empleado contempló las footellais con lenta y amorosa mimasia; paseó el filo de la lengua por entre sus labios resecos y produjo ese diasquido inconfundible del bebedor. Luego, resignadamente, generosamente, volvió a meter las botellas en Ja maleta. EJstábamcs libres. S í estábamos libres y volvimos al tren. Unos minutos de marcha por la línea frágil de la frontera, bajo el túnd. primaver verde- submarino, de tm bosque mágico, húmedo y álencioso. Ya habíamos perforado la geografía polaca; ya las gorras de los primeros soldados de Polonia habían asomado s u visera brillante, charolada, inconTOesurable; mayor que la de los italianos y que realza, sin embargo, la marcialidad y áegancia del imiforme; 3 ra estábamos en Stotce, la primera estación polaca. Y con solo bajar d d tren, la impresión de híd er recuperado algo valioso que se creía perdido: el sentido de la áerarquía. Ea la fonda de la estación, d camarero, ya no era el camarada del hbtd NovoMoskaia, de Moscú, con chaqueta blanca y moetactiós cM k) s, a qmen no se atrevía w o a molestar par creeriQ una prolongación directa de Stalín. sino un honAre alto, erguido á pesar de su cahdilera nivea, elegante y correctísimo en su frac. Delicia de una comida capitalista: caldo exqt sito, carne abundantísima y tierna. El. PROFESOR IGNACIO MOSCIKI, PRESIDENTE B BEPUBUCA POI. ACA. lA legfumbres suculentas, empanadillas... (permitidme un cántico en su honor) empanadillas inefables, únicas, sueño logrado del más exigente ourmand, y, por si algo faltaba, amigo mío, un excáente café. Sólo aquel camarero en el comedor, pero ós aseguro que no hacía falta ningimo más. í í o he visto a nadie servir con tanta soltura, con tal precisión y rapidez. Y es que d irreprochable camarero no andal sino qiie patinaba, se deslizaba sobre d sudó. Cargado de fuentes y de platos, pasaba de un extremo a otro del salón, en curvas y diagonlales inverosímiles, suavemente, silenciosamente, al aire d largo faldón de su frac. Sólo se oía, de ve ¿en vez: -Tss sss... Tss ss... E r a grato enc KÍer un cigarriilo en aquella atmosfera tibia, con la egoísta voluptuosidad de haber comido bien. Di la primera chupada, sacudí la ceniza y pense, como cualtnúer pequeño- burgués en mi lugar: -Readmente, no deja de ser agradiable la vida. El fino encanto d e Varsovia. Los anuncios lutninosos de los ww y los hotdes parpadeaban allí mismo, a unos metros de distancia de la estación, sobre las fachadas de una espléndicla avenida. Varsovia se nos mostraba enjoyada y risueña, con la vertiginosa tentación de sus escapa-

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