BLANCO Y NEGRO MADRID 04-08-1935 página 220
- EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
- Página220
- Fecha de publicación04/08/1935
- ID0005180643
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¡Es verdad! -exclamó don Ciempiés, encantado- ¡N o se me había ocurrido... 4 Y está muy lejos eso? ¡Oh, no... Tirando por aquí en frente, todo seguido, todo seguido, hay que atravesar el mar y luego, a la oriUa, es ya las Américas. Pues, -entonces, dentro de tres días me voy- -aseguró don Ciempiés, empezando a ponerse las botas para ganar tiempo. Y cuando al cabo de tres días las tuvo puestas todas, emprendió el viaje sin decir nada a nadie ni despedirse de su parentela. Anduvo, anduvo, anduvo siempre en línea recta, caminando todo lo de prisa que le permitían sus cien patas, que era una buena velocidad. Y unas veces tenía que subir unas montañas enormes y otras tenia que bajar a unos valles muy profundos para seguir bien la línea recta y no perderse dando rodeos. Y a todos los insectos que se encontraba les solía p r u n t a r -Dígame, ¿es por aquí por donde se va a las Américas? -Sí, sí- le contestaban invariablemente- Por ahí, todo derecho, todo derecho. Y después de esto seguía don Ciempiés caminando, caminando, dos horas sobre las cincuenta patas de atrás y otras dos sobre las cincuenta patas de delante para cansarse jaienos. sí resultó que, como andaba tan de pri ¿sá, se- -encontró en seguidita con el m a r un J niar muy anchóte, muy anchóte, en cuya orilla había unas ranas muy presumidas que no hacían más que cantar durante todo ¿Quién me pasará a la otra orilla del mar? -preguntó don Ciempiés a una lombriz que por casualidad asomó la cabeza a flor de tierra. -Pues, mire usted; a ochocientos pasos de aquí hay un puente que lo atraviesa... ¡Ay, amiga lonjbriz! interrumpió don Ciempiés- Es que yo tengo que seguir por aquí, derecho, derecho, sin desviarme... -Pues, en ese caso, monte usted en una hoja de árbol y pase navegando ai otro lado. Don Ciempiés dio las gracias amablemente, y después de buscar una hoja larga que le sirviera de barco, se echó al agua en ella. Y bogando, bogando, llegó al otro extremo del mar, en donde, según le habían dicho, estaban las Américas. Allí se encontró con que casi todo el mundo vivía bajo tierra. Los topos poseían unos espléndidos rescasuelos de sesenta ¡sos, que llegaban casi, casi, al centro de la tierra. Y las hormigas, y los conejos, y las lagartijas tenían también unos edificios enormes y eran muy ricos. Don Ciempiés preguntó cortésmente a un lagarto que estaba tomando el sol: ¿Hace el favor de decirme cómo podré aquí llegar a ser rico... -i Ah- -dijo el lagarto con aire de siíficiencia- pues trabajando... Si quiere usted, yo le puedo dar trabajo; soy constructor. Don Ciempiés aceptó k propuesta, y en- el día.