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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-08-1935 página 211
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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-08-1935 página 211

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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PEDRO GARCÍA VALDES 20 irSA OKCORACION DE LA PSKOVITIANKA. torva preocupación. Ese hombre está pensando, sin duda: sí, hijos míos; jugad, jugad ahora, que ya el día de mañana seréis un pobre esclavo como yo, un paria explotado por la b u r e s í a La sonrisa de M. Durand fué lentamente desmayándose; la culta directora del Museo volvióse hacia otro cuadro, a su derecha, y nos hizo el regalo de su luminosa opinión: -He aquí un amanecer; un amanecer en el campo- -precisó. Insensiblemente, todos habíamos ido formando en torno de ella un correcto semicírculo. Escuchábamos su voz como la de un oráculo. La docta profesora quedóse un instante ensimismada, y luego alzó con arrogancia la cabeza para decir en tono casi prof ético: ¡Admirable simbolismo el de este cuadro! i Ved cómo se levanta el sol al fondo, el sol rojo que iluminará las tinieblas del mundo capitalista Tras un silencio, alguien del grupo se atrevió a insinuar- -Bien, bien. Pero, el color, la forma, la luz... M. Durand repitió, muy convencido: -Eso. Eso es. La luz... La directora recogió vagamente la alusión. Mientras avanzaba hacia otra sala exclamó con acento indiferente: ¡Ah, sí! La luz... Y, entonces, M. Durand, que quedara intencionadamente rezagado, se inclinó hacia mí y formuló este juicio temerario, propio de un hombre obsesionado por el dinero, pero insensible a las bellezas del arte: -Creo, anu go mío, que aquí ya no tenemos nada que hacer. En Moscú también hay un café. Acabada la representación de Adrienne Lecouvreur me acerqué sigilosamente a Medina y deposité en su oido este inaudito secreto En Moscú hay un café. Le vi vacilar y agarrarse al respaldo de su butaca; llevóse después un dedo a los labios, para recomendarme silencio y me apretó el brazo con extraordinaria efusión. Aub habíase quedado hablando con Tairof, el gran director del teatro Kamerni. En la puerta nos aguárdate, como siempre, el autobús; el amable y odioso autobús lua hahía de llevarnos fatalmente de un lado para otro, aunquese fuese una distancia de diez metros. Pero aquella noche Medina y yo estábamos decididos a rebelarnos, a cometer nuestro primer acto de indisciplina, neta, roente celtibera; indisciplina tanto más heroica cuanto qué habíamos de realizarla venciendo la suavidad, la cortesía y el tino de la señora Rudnik. Instintivamente recurrimos al procedimiento más fácil y rápido: confundirnos con el público. -i Quéí ¿Tú ves a nuestro guia? -indagó mi compañero. No. Ya no se ve. Se ha- quedado muy atrás. Pues ¡hala! deprisa. Y, aun a trueque de ocasionar alguna viva protesta, avanzairtos entre la muchedumbre. Pisamos el portal, la acera... y la Beñora Rudnik, la fina y amable señora Rudnik con su dulce sonrisa, apareció ante nosotros. Parecía no ha erse dado cuenta de nuestra maniobra, señaló el autobús y dijo: ¿Suben ttstedes?

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