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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-08-1935 página 194
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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-08-1935 página 194

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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UN pElgUEÑO B U R G U É S EN XA UNION SOVIÉTICA ¡Sí. Permítanme que me presente. Jean Caripol, crítico musical. Fué estrechando nuestras manos. -Encantado... -Mucho gusto... -i Hasta ía vista, monsieur Carii Era un hombre extraordinario: de estatura mediana, de mediana edad, seco, desga- lichado, con un tic nervioso, una barba rojiza, unas gafas descomunales, el cabello hispido y escaso, una boina vasca y n trinchera desconcertante. Un tipo verdaderamente raro, que nos hizo pensar en seguida, con el consiguiente escalofrío, en un posible agente de la G. P ü Pero esto podi comprobarse más despacio. P A R! S- B ERL I iCuidodo! ¡Son dos espías! Nos habíamos comprometido solemnemente, a no utilizar en las estaciones los servicios de ningún porteur. Y no, como puede suponerse, con una finalidad económica, sino por una consideración de más fuste: la de ir habituándonos a prescindir d d servicio ajeno, de ese servicio que es la forma más direicta y antipática de la burguesa explotación del hombre por el hombre. De ese modo hajríamos nuestra entrada en la Unión Soviética como queríamos qne fuese; esto es, sin transición, sin brasquedad, con la sencillez de unos canmradas que visitan a otros camaradas. Nos habíamos comprometido, sí. Pero cuando el taxi que nos condujo a la estación se detuvo y descendimos de él, necesitamos de toda nuestra entereza para rechazar las ofertas apremiantes de los mozos. OSTROW Cargados con las inaletas nos dirigimos hacia la gran nave donde se alineaban los trenes próximos a partir. Era verdaderamente heroica nuestra marcha. Medina y yo, por el menor peso de nuestro equipaje, ítemos delante; mas el pobre Aub arrastraba el suyo ipenosamente. Veíamos su faz lívida, sus ojos desorbitados, su cuerpo doblado por la cintura en un inverosímil ángulo recto; y, ipara que no se desalentara, le decíamos: ¡Adelante! ¡Un pequeño esfuerzo! Entre el estruendo de las carretillas metálicas, de los silbidos de las locomotoras, del trasiego incesante de personas, nuestro compañero avanzaba con la m áxima dificultad. En torno suyo moscardoneaba una nube de porteurs, que espiaban cada uno de sus gestos y aguardaban confiados el momento en que había de entregarles su equipaje. Suplicábanle, entre tanto: Kü MUSEO JVNTIRRELtGIOSO EN LA P 1. AZA VOROVSKT. USXINCRADO.

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