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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-07-1935 página 228
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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-07-1935 página 228

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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74 IGUALDAD calentarse los pies ante las llamas de la chimenea. Pero, ¿a. qué cuarto la llevó? A aquél del antiguo guardamuebles que él sospechó que ella conociese; al de la Delfina, al primero que tuvo María Antonieta en París, en la plaza del Cadalso. Al ver que él no comprendía que sólo había ido para de pedirse, y que no le había dicho aún otra cosa, Alys se echó a llorar. El se arrodilló a sus pies. La conversación que mantuvieron en la habitación encantada del ministerio de Marina acabó con un juramento. Ella le prometió ir a él antes de diez anos, de ocho años, de siete años tal vez. ¿Cómo se calculan las edades en los cuentos de hadas? Era preciso esperar a que apareciese la que había de libertarla la muchacha que la li braría de las ataduras y cargaría con el peso de su indestructible pasado. Para decir estas cosas tan raras, supo emplear palabras sencillas, de esas que todos entienden: los deberes de madre; el hijo que no tenía a nadie más que a ella en este mundo; aquel hijo único y celoso... Francisco Víctor acabaría por casarse; tendría una mujer que se encargara de Azay, del palacio de la calle de Lille, de los aparecidos y de toda la herencia de Franz. a quien no se atrevió a nombrar. Pedro la oyó sin decir una palabra de protesta. ¿De modo que era cierto? iría ella una mañana, una noche; no podía, decir dónde, ni cuándo, ni cómo, pero iría libre y satisfecha. Entraría en su casa, cualquiera qué fuere. Ya se dio éí a pensar que sabría calcular el tiempo, que conocía por adelantado la casa donde él iría a esperarla. Ya veía el final de sus largas persecuciones, i Qué sencillo parecía todo! Se pasarían la existencia acechando el momento fatal en que apareciera la que había de sustituirla. Aceptó la conclusión ideada por ella; confiaba en su palabra. Días, meses, años, ¿qué importaban para ellos? Sabía por experiencia que Alys había de anular el tiempo y reproducirlo a su antojo, toda vez que él la amaba desde siempre. No dejaría de ir; él seguiría esperándola. Pero no; otra cosa mejor: saldría a su encuentro en todos los instantes de su vida; sería fiel a la cita que le daba ella para lo porvenir, único bien que podía ofrecerle, pero, de todos modos, un bien magnífico e inalienable. Hallábainse ante la lumbre reanimada, como dos viajeros procedentes de mundos distintos, sentados un momento en la encrucijada del camina. Dentro de una hora estaría Pedro en el Elíseo; y, mañana, ella en su cita. Un instante más, de presencia efectiva. La misma luz iluminó sus caras de juventud por última vez. ¿Qué esperaban? La eda: d, y al contrario que a los demás humanas, había de parecerks que tardaba mucho en lle. gar. CAPITULO XXX Vil EL M t m S T E R I O LAMBESC El nombre de Pedro Caniot apareció aquella mañana fijado en todas las fachadas de París. Lo vio ella al pasar desde el muelle del Louvre hasta el de Salida. Cuando recorrió el andén la vendedora de periódicos, empujando un carrito, la llamó la señora de Lámbese. El padre Loriot se registró los bolsillos de la sotana buscando las monedas de cobre necesarias para comprar el periódico escandaloso que ella quería leer. Le había hablado el profesor del artículo en donde la nombraban; le aconsejó que no lo leyera, pero Alys juzgó que era más valeroso enterarse de lo que le decían. Quería juzgar por sí misma la violencia del ataque, y ló que podía perjudicar a Pedro ante la opinión pública. El papelucho tenía, en letras de gran tamaño, este título extravagante: El ministerio Lámbese. La denunciaban como instigadora de una maniobra de las derechas que en vísperas de las elecciones convertía al jefe de la extrema izquierda en cautivo de los reaccionarios. Se censuraba su actuación calificándole de retroceso a las abominaciones del antiguo régimen y la achacaban a las influencias de una potencia extranjera, que el articulista se reservíiba nombrar. l l pcrióiljco prometía nuevas relaciones para el día siguiente. El Caso Lámbese tendría continuación... La c a m p a ñ a de prensa estaba empezando. ¿Qtiién va a creer esas tonterías? -murmuró al devolver el periódico al padre Loriot, -Todo el mundo, señora. La inmensa mayoría de los que saben leer. No me gusta que ruede mi nombre por los periódicos... por los periódicos... Parecía que así lo cantaba el tren. Las letras nearras bailaban una giga ante sus ojos, cansados de llorar durante toda la víspera, Era, pues, verdad? Si no salía elegido Pedro, si no lograba mayoría, sería ella el! n. strumento de su derrota. Brogniard tenía razón. Ella obró, sin saberlo, de la mejor manera para los intereses de su raza. El día anterior todo le parecía fácil. Sólo hacía falta que ambos llegaran hasta el fin de su destino. La fecha de la liberación era indiferente desde el mornento en que podían confiar en ser libres. El único obstáculo que tenían que vencer eran aquellos días perecederos. Ella le enseñó a desdeñar el tiempo, y su ejemplo pudo tanto que le convenció de la excelencia del sacrificio. Volvía a ponerse todo sobre el tapete. F Ha ie frustró su prosperidad. M. inisterio Lámbese Se marchaba demasiado tarde; va estaba hecho el daño que fué a hacer. Pidió auxilio al padre Loriot y confesó con él antes de llegar a Calais,

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