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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-07-1935 página 223
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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-07-1935 página 223

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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PRINCESA DE BIBESCO 69 imag- inación tenía la figura de la señora de Lami esc. Era lo- bastante para ooiipar sus vig ilias. Ello no le iniípedía desesperarse. Cierto es que las ¿artas de su amiga le procuraban algún consuelo. A! través dfe las palabras veladas eran cariñosas, y tatnibién ing- eniosas para lograr que recuperase aquel orgullo de sí mismo que tan necesario ie era. Pero ninguna daba explicaciones de Jos motivos secretos que imprusieron su alejamiento. Para él era angustioso no saber a qué obedecía la prohibioión. Mientras vivió el anciano duque, Pedro comprendió el impedimento, y se resignaba. Era hijo del pueblo, y tenía muy arraigado el sentimiento familiar. Todo lo qiw conocía de su propia familia, es decir, su madre, fué efusivamente amado y respetado por él. G mprendía que la señora de Lámbese no quisiera contrariar al padre, al anciano. Pero ¿ya? Aparecía la diferencia entre la constitución plebeya del hogar, y la otra. ¡Una n iu; jer, un hombre de pueblo, no estimarán nunca que deben nada a sus hijos, y menos que nada, respeto. La idea de oue la señora de Lámbese obedeciera a su hijo, pater familias de trece anos, al cerrarle a él su casa, no pasó siquiera ¡por su imaginación. Se limitó a figurarse la intervención de algún rival que sólo existía en su pensamiento; cualquiera persecución, algtin matrimonio convenido en aquella maldita sociedad entre la cual se extravió una sola vez, a tientas, en la obscuridad de aque- i lia iglesia... Alys era libre, j Cuándo se había atrevido él a proponerle que compartiera su vida? i Por qué hab an dé censurarle que no se esquivase a las solicitudes de un marido probable, si se presentara alguno? ¿Acaso no n cesitaba un tutor para su hijo? Se acordó del hijo, que representaba una amenaza más, pero no en la medida, ni por las razones por las cuales era causa fundamental de su separación. Apenas Mohjoy coniunicó a su hermana sus proyectos, inmediatamente aprobados, de llevarse al niño a Londres, por el aire, comprendió ella que su obligación ei- a reunirse con él en seguida, so pena de permitir que continuase su espantosa novela. Compartía ya el juicio de Monjoy acerca de los beneficios que podía esperar del colegio inglés. Quería introducir a su hijo en ese ampHo crisol, que influiría en él, como la madre deseaba. Además, era preciso estar presente, para que la transformación de Francisco Víctor fuese como se pretendía. Era absolutamente necesario convencer al niño de que su madre estaba con él, de que no se quedaba sola en Francia, expuesta al peligro que en su insensatez inventó para ella. Comprendiendo perfectamente cuál era su deber, accedía a marcharse; pero esperaba hallar, al verse con Pedro, alguna fórmula hábil, ni demasiado brutal, ni demasiado mortificante, pa- ra enterarle de que su hijo le consideraba como un asesino y un incendiario posible, y que ella se iba para curarle aquella manía. Apenas adoptada esta resolución, se sintió con ánimos para tratar de ver a Pedro. Supuso que a aquellas horas estaría en la Cámara. EVa inútil pensar en telefonearle al Palacio Borbón, donde no conocía a nadie que pudiera darle su recadp. ¿Una carta de la princesa de Lámbese? Si estaba en la sesión, no le molestarían por tan poca cosa... No había recurrido nunca, hasta entonces, a Brogniard. Adivinaba, más que saberlo, cuál era su misión al lado de Pedro, merced a algunas reflexiones que se le escaparon a éste, a pesar de que hablaba muy poco de sus relaciones, y de su vida ordinaria, cuando estaba con ella. Su intimidad era más de sentimientos que de actos. Acantonado cada cual en su mundo correspondiente, hostil al del otro, experimentaba el deseo de emanciparse apenas se reunían. Por eso conocía la señora de Lámbese a Brogniard, más de nombre que. de vista, más por intuición que por experiencia pero sabía que era él quien custodiaba el despacho de Pedro, en el ministerio, lo mismo que custodió el de la alcaldía; conciencia, providencia y cancerbero, todo junto. Fué a llamar a Brogniard al teléfono. No se resolvió a ello sin bastantes titubeos y echando mano de su valor. Como todas las personas educadas en una sociedad cortés, a cubierto del mal humor de la gente y protegida por un espesor grande de complacencias y facilidades, la señora de Lámbese tenia una idea muy es ecial de la discreción, y desde que vivía en democracias, cierto temor a los sofiones. En realidad, era tímida, lo cual lá hacia más amable de lo que huíjiera sido preciso con el personal subalterno de los servicios públicos, y éste, suponiendo que trataba de darle una lección disimulada, respondía con más brusquedad. Alys hablaba en voz muy baja. costumbre escocesa. La dulzur y el tono atenuado de la voz de las mujeres, hasta las de los pescadores y el pueblo bajo, sorprenden a los extranjeros que viajan por Escocia. Temerosa de que no la oyese bien la señorita del teléfono, la cual exsgía que se le hablase en el tono altanero que ella empleaba, había renunciado la señora de Lámbese, desde mucho tien po antes, a pedir comunicación directa. El difunto duque de ElbcEuf, no toleraba que le llamaran, y por esta razón fué colocado el teléfono en d palacio, de manera que sólo por mediación del portero se podía comunicar con la ciudad. Duvo, pues, Alys, que llamar a la portería, para comunicar con el ministerio. Esperó mucho tiempo, hasta que sonó el timbre, y luego la voz de Pageot, que preguntaba:

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