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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-07-1935 página 114
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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-07-1935 página 114

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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de frtiitíLS confite- das, que era goloso el amo visita a e misma casa, cuando Jacinto era V agasajaba así 3. sus invitados; en los cris- todavía como el retrato que le pintó Joaquín tales tallados, el agua, agua pura y sola, se SoroUa. fío tenia cuarenta años; cubríase irisaba envuelta en una faja de sol; el aro- la calva con una cortina de pelo negra y nía deí café ponia. su nota, a la vez campe- brillante; se le enroscaban las guias del bisina y hogareña, por encima del perfume gote, y la barbilla de fauno saltante era del Jardín ue fingían unas rosas frescas como un triángulo bajo su sonrisa diabócomo desjjiáitadas de la loza, y un pajarillo lica. Ahora ya, aquel buen demonio se ha raro, un periquito blanco hasta dar en azul, vuelto San Francisco. Entonces escribía Loj como una iperla viva, volaba libre por la intereses creados, sentado en un diván, ante estancia, del borde de un aso a la pantalla una mesita portátil, tan llena de libros y de una láairpara; de una comisa del techo, periódicos, que casi no dejaban sitio libre al hombro de algún comensal. La jaula do- para las cuartillas. rada perananecia abierta, para demostrarle- ¿Te acuerdas? le pregunté- Yo lieai ave lo incógiodo de su libertad, como en gaba muerto de miedo... la frase del Rattwn de Rosas de otoño, y el- Pues no lo parecía- -me respondió, alarzig- zag del vuelo diríase que cantaba todavía deando de su buena memoria- HaWaste un respociso regocijado por la muerte ya an- más que yo. con un gran desenfado y hasta tip; ua del último gato, que se llamaba Mar- haciendo chistes. Hasta entonces, todos los garito tenía un collar de perro faldero, era que habían venido de tus tierras de Amégris como un topo y no se comía los ratones, rica a entrevistarme, traían un aire cereBenavente leía de sobremesa, en voz alta, monioso y protocoJar; eran empaquetados muy conroíacido, una carta de otro hijo de y rediohos. Tú rae hiciste tan buena iinpreHurtado, Luis, que escribía desde San Se- sión, que te dediqué un libro... bastían devolviendo en propias reflexiones Le interrunipi: las enseñanzas del maestro solterón y pa- -Lo tengo, y me sé de corrido la deditemal. Las sonrisas juveniles subrayaban la catpria: A Felipe Sassone, americano aleyoz rexK sada de Jacinto, que aparecía como gre, especie desconocida antes... un preceptor de buena crianza y mejores Callamos un punto. Pasó una ronda de pensamientos, y todos imitaban la compos- años por mi memoria; treinta de una amistura el ante y los gestos y actitudes de tad pura y limlpia, milagro de claridad en aquel hidalgo español que- tenía tnaneras de lo profundo, en la que yo puse mi admilord. Luis Hurtado parecía el hermano ma- ración y mi cariño, y él, siempre, siempre, yor de sus hijos, por la segura y honesta la indujsfencia, el consejo, d fa. vor y el calidad deil aula, iichosos aiprend ces de halago. Un día... Yo no quiero ofender hcanbre. Mi irrupción eai la estancia rom- mi ventura de hoy recordando mi de. sventupió un instante la armonía. Jacinto arrojó, ra de ayer; pero cuando la desgracia, la la servilleta y se acercó a recibirme, como miseria y la muerte llegaron a mi casa, tras siempre, apoyó sus dos manos sobre mis ellas vino Jacinto con todos los consuelos: hombros, tal que si quisiera protegerme con- el de sus palabras, el de su dinero, el de sus tra un peligro misterioso, y me miró fijo, lágrimas... Yo fie regalé entonces un esipecon una tacita interrogación en las pupilas jito de plata de la que debió haber sido su barrenadoras. comadre: en su luna puede verme el alma, No; el peligro es para ti- le dije- y yo no tendré el mismo pudor que si me vengo a hacerte otra interviú. viera la mente... ¿O t r a? ¡Todo sea por Dios! ¿Tienes más que hacerte las preguntas v contes- -i Bueno! ¿Tú dirás? -preguntó Jacinto. tártelas tú misimo? ¿Todavía no sabes, sin y me encendió el puro contrariando la panecesidad de oírmie, lo cfue yo te puedo res- labra con la acKión. ponder? ¿Al cabo de los años mil, hombre? Como yo no podía contestar mientras Tu diálogo, sólo tú puedes hacerlo, y chumba del v e r o a ú n agregó: a ninguno se parece, y ninguno lo iguala- ¿Nos vamos mejor al despadhito? exclame. Fuimos, y también el despacho era inRió, burlón y desconfiado. glés- -Jacinto es un gran partidario del ho- Pero tú no eres taquígrafo. me- -y florecían de buenas palabras ingleLuegó, como para taparme la boca pre- sas las paredes. Entre sendos marcos, los guntona, me ofreció un magnífico cigarro versos de admonición de Ruyard Kipling, puro. Lo extrajo de na caja de carey con ¡f, y unos de Milton dedicados a Shakesun elefantito de marfil en la tapa, y así fué peare, y en una tablita color caoba, colgadóble el. halago, porque aquella caja se Ja da en el testero, sobre el sofá, en letras de había regalado yo, cuando me hizo el honor oro, esta inscripción: de confiarme la dirección de Los andrajos de I x púrpura, y me dio. por la intertpre a Its the you sing ción genial de María Palou, pnas de las And the sraile you wear más grandes emociones de mi vida. Y él, Ttot makes the sunsMne ¿qué me había regalado? ¡O h! Era el Bverywhere. habano número nueve mil y pico que me llegaba de sus manos. Recordé mi primera- -La compré en Shaffort- -me aclaraba

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