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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-07-1935 página 201
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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-07-1935 página 201

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página201
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PRINCESA DE BIBESCO Pedro se abren las filas; mucho trabajo le va a costar pasar inadvertido. Como se encontraba entre los últimos y Su Majestad le retuvo, ocurrió lo contrario de las preferencias: que tenía que salir de la iglesia con la familia, con ella iría al cementerio, y mezclado con el grupo, en él hátña de continuar hasta el fin de la ceremonia. Se ve a sí mismo, acompañando el entierro de un duque, al lado de un rey, y ello no le sorprende, toda vez que sigue, en realidad, su ensueño, en el xurso natural de sus pensamientos, agudla misteriosa mujer. Oculta el rostro- -piensa Pedro- i Qué moda tan bárbara! Volvía a ser viuda en su presencia, y seguía atenaceándole el deseo de llevársela, de sacarla de allí, como si la viera dirigirse, martirizada, hacia la sepultura, para ser arrojada á día con vida. El contacto de su hermoso cabello con la tierra ensangrentada, que él se imagina, le obliga a apretar los dientes, le hace daño, le da peanas de llorar y de precipitarse. La sigue, la sigue, sin saber lo que hace, sin averiguar si es aquel su sitio, sí se entera ella de su presencia, ni si la han notado otros. Va detrás de la carreta de los sentenciados, como él padre Champí, en otro tiempo. Pero allí no hay carreta, el ataúd es llevado a brazo por los guardas de Azay. ¿A quién llevan a enterrar? ¿A su marido i ¿A su hijo? ¿A su padre? Todos se confunden en un solo ser, aquel con el cual está casada. Comprende que se aparta de é l alguien se la retira. Brogptiiard tiene razón. Ya no está del todo Pedro en su juicio. La comitiva atraviesa un huerto, un vivero, donde unas religiosas que se ocupan en podar varios perales, suspendCT el trabajo, hacen urna reverencia y se í) ersignan. Aquel huerto cercado de tapias tiene una extensión asombrosa. ¿Será posible que haya uno tan grande dentro de París? ¿Dráide está el cementerio? No se ve ni una cruz, ni una lápida, tiada m á s que unos cuadros de legumbres y unos pocos crisantemos, que el viento balancea. iLa señora de LanAesc le tiaMa descrito- aquel fún 3 re recinto, organizado junto a Ja fosa comúa, pero no se dá cuenta. -En nú puede usted ver una muerta futura de aquel cementerio- le dijo dh. un día al hablar del jardín de Picpus. No se le han olvidado estas palabras; viven en él y le han decidido a seguirla hasta aquella trampa de tierra para sacarla de allí, para evitar que caiga en ella. i Por qué le ha dado un disgusto tan grande? Al pensar de esta manera se olvida de que aún no está enterada Alys de sus intenciones. Nunca le h a dicho que quisie a tsarse con ella y procurarle otra existencia. Tiene derecho a creer que sigue perteneciendo a los que allí están, a la tierra 59 del cementerio de los sentenciados, conformes con su sentencia. No puede reprochárselo él. Pero a medida que avanza, se siente frustrado por no encontrar los horrores que teme, al mismo tiempo que desea verlos. N o en aquel jardín no hay sepulturas, y esto le preocupa más que si las viese. ¿Qaé quiere decir todo aquello? ¿A dónde le lleva ella? La comitiva fúnebre camina por una avenida de tilos, cuyas hojas, en forma de corazón, empiezan a- alfombrar el suelo Las ha pisado ella, y le dan deseos de cosrerlas. Ve, al final de la- perspectiva, la tapia alta que limita el recinto; tuercen hacia la derecha los que llevan el ataúd, dirigriéndoSe a una puerta abierta en el espesor de la tapia: es una puerta de jardín, sencilla. El maestro de ceremonias levanta una varita; el ataúd, llevado a poca altura, tuerce tambirá, y atraviesa la puerta, prece (fida por la cruz, que se inclina. ¡Qué paso tan estredio para un cuerpo tan grande! HumiUtas, una vez más. Pedro sigue acompañando; acom üía al rey, a los dos ancianos cuyos nombres ignora; ocupa d cuarto lugar en aquella extraña comitiva. Delante de dios van aqudla mujer cubierta con un velo, a quien no consigue ver, y aqud niño que le huye. Detrás, aquel séquito de aparecidos que estaba en la iglesia. Empuja fas puertas. lYa se encuentra en d lugar prohibido. Mira a su alrededor, extrañado. Hay verdadera mudiedumbre, muchedumbre de piedras. E n d s tundo jardín, cerrado, más pequeño, inás bien patio alargado, están tan juntas las sepulturas que no queda sitio para un árbol, ni para una flor, ni siquiera para un poco de hierba. No puede imaginarse nada más seco, más cruel, más frío que ese cementerio de aristócratas; lápidas, capillitas sin adornos, sin belleza, modestísimas, de infinita tristeza. En las piedras, unos nombres nada m á s Mon aoreacy, Roíian- Chabot, -Boisgelin, Fandoas, La Rochefoucauld, Luynes, Biron, Polignac, Noailles, Kergolay, H a u tefort, Nicolai, los blasones de Francia... E te es d supremo escondite de aquellos nobles rebeldes pensó Pedro. ¿Qué significa todo aqudlo? ¡Hace ya tanto tiempo Para dios, no, que tienen el poder de ignorar d tiempo. Sólo hay una sepultura adornada con randeras de países extranjeros: la de La Fayette, el general revolucionario. ¿Por qué está allí? ¿Por arrepentimiento? N o era hijo de una Noailles, que fué a parar también a la fosa común. Los norteamericanos visitan este cementerio para honrar la memoria de uno de los fundadores de su RepiHjlica. La capHla de Elboeuf está levantada contra la pared medianera que da paso al tercer recinto, el último, cerrado por una verj a al través de la cual puede verse- le dij o la señora de Lámbese- -una lúerba ver 4 e que no se mardrita nunca

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