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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-07-1935 página 194
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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-07-1935 página 194

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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52 I GX A L B A B T sólito celo que despleg aba el ministro y las horas que se pasaba examinando los servicios técnicos, ue se hubiera creído a cubierto de las incursiones de aquel teorizante del socialismo. Se le informaba del número de revoluciones que daba éste o aquel motor de aeroplano, y le parecía más importante que el apunte de cantidades en la Cámara de Diputados. Se realizaba en él una transformación extraordinaria del político en aeronauta, de la cual no cesaba de hacerse lenguas Brogniard. ascendido a jefe de su secretaría en el ministerio del Aire. Sin saber todavía las profundas razones que tuvo Pedro para meterse en aquellos estudios nuevos de mecánica e impulsar tan poderosamente la construcción de una flota aérea veloz y potente, adivinaba que existía alguna relación entre aquel estado de ánimo y la persecución en que le veía empeñado constantemente de aquel ensueño, ele aquella mujer que sólo podía llevarle a su perdición. A juicio del ingenuo revolucionario, la señora de Lámbese, consciente o inconscientemente, seguía siendo agente de la reacción, que para él era la suspensión de la vida; Pedro confundía al parecer, un sistema nuevo con un obstáculo. Era preciso modificar los corazones, según opinaba Brogniard; era preciso comenzar de nuevo la redención. Pero llegó aquella mujer. Los sacerdotes deben ser célibes esto lo sabía el maestro laico, pero creyó que Pedro sería tal sacerdote. Hacía mucho tientoo que había desertado de los altares de la República la diosa RazónPedro, ocupado en nuevos ensueños, ya no contestaba siquiera a los vaticinios de su maestro y amigo. A las horas de las comidas, que hacían juntos en ia terraza del ministerio, observatorio edificado en las alturas del palacio y desde el cual se divisaban los tejados de París, Pedro solía estar callado. Se limitaba a preguntar datos: cuántas líneas comerciales aéreas había en los Estados Unidos cuántas en Alemania; cuántas en Rusia. Brogniard hacía estados y mandaba a úas gemonías a la aviación, negando su valor electoral. Le parecí un arma, un de ¡30 rte, un medio ús tratnsporte, capaces de crear una aristocracia nueva, como en otro tiempo los caballos v la equitación. Veía al pueblo en la pradera y a los mecánicos convertidos en pilotos, transformados en una especie de arcángeles, adoptando, con Se acercaba el día de las elecciones, y relación a los terrestres, actitudes de venBrogniard se pregimtaba, dolorido, qué se- cedor, de hombres superiores, que conocían ría de Pedro si sus partidarios desilusio- otras esferas. En una palabra, que le desnados al verle ocupar un puesto secunda- agradaba aquella gente bajada del cielo que rio en el Gobierno, le retiraran su con- miraba de arriba abajo a hombres como él, fianza, i Sería reelegido? ¿Le demostraría y así se lo decía a cuantos entraten en su su rencor la ciudad, tan amada antes f or despacho. él, al verse repudiada ahora? ¿Le con Pedro trabajaba a solas en su proyecto, vendría presentar su candidatura por otro que había de abrirle otras puertas y otras distrito? ¿Por cuál? París no ofrecía segu- perspectivas en las reHones etéreas, de las ridades, pues desde hacía varios meses que que iba a adueñarse dfe hecho y con su palabra. se inclinaba a la dereclia. Pedro le aconsejó que no se preocupara. Todos los días, al amanecer, se adiestraEstaba preparando un plan de organización ba en el manejo de un avión de caza. Se asode la paz, dé desarme general, que resta- metió a reconocimiento médico. Su corazón blecería la economía de Europa y del mun- estaba bueno; era un corazón sencillo, de do entero y pondría a todos ios obreros hijo del pueblo, del cual abusó en sus disy a todos los campesinos de su parte. No cursos. Se le ocurrió una idea extraña, connombraba todavía a la inspiradora de su forme con su necesidad popular de conmomagna idea, pero se proponía dársela a ver y ser conmovido: envióla la señora de conocer algún día. Brogniard creía que su Lámbese una radiografía de su corazón. discípulo había perdido el juicio. ¿Qué te- Aquella prueba fotográfica, más apropiada nía que ver la aviación con la paz y la para adornar un aula de estudiantes de conservación de la especie humana, por las Medicina que para la habitación dé una cuales debían laborar todos los hombres mujer, le pareció chocante a su amiga, pe- r de izquierda? La aviación sólo era un ar- ro, a pesar de ello, se la guardó y hasta se ma más. La invención de los cañones no acostumbró a contemplarla. Después de toimpidió la guerra. ¿Qué eran aquellos ae- do, era el recuerdo de lo que la gente exroplanos de bombardeo que Pedro encar- cepcional desea dejar tras sí al fallecer. gaba, sino un medio de oue las granadas Los corazones de los Montjoye estaban colrecorriesen los aires más de prisa, de per- gados de sendas capillas de plata en la cafeccionar el vehículo sin rectificar el ca- pilla de Beaumanoir, del mismo modo que mino por donde, desde Mahomet II y Fran- están pendientes los corazones de los Concisco I, se enviaban la muerte los hombres de. Aquella placa anatómica no era fea. como si jugaran al volante? Por el aire A ella le parecía el fantasma de un pájaro mortífero cruzaron las flechas antes que negro, acurrucado en tina rama invernal. los aviones. Por una aberración curiosa. Era el corazón de Pedro, visto aj través de

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