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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-07-1935 página 72
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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-07-1935 página 72

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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racista, de Adoífo iHitler se desata en cóleras. Grita, aulla, ruge, su impotencia, Pero, r iiecha y bien templado, se recoge en si mismo a meditar. ¿Qué especie de revolución es ésta? ¿Como la francesa? ¿Como la rusa? ¿Será profunda, nacional, irremediable? ¿Será, por el contrario, ocasional y momentíánea, hija de lo fug: az y Jo esporádico? La pistola al pecho. Ya es Hitler, por virtud de los sucesos, un sospechoso de contrarrevolución. Estamos en el Munich rojo, de ToUer, ante el estruendo de los camiones con banderas del Comité de Acción para proteger el Parlamento de las maniobras contra el militarismo, contra Prusia, contra Nosje. ilitler oye en las escaleras ruido de botas de montar. Se viste aprisa. Se prepara. Sabe que está fichado como sospechoso. Vienen, de seguro, por él. De repente, empujan la puerta. Aparecen, fusil en mano, tres hombres, bajo sus capotones grises. En nombre del Consejo central... -comenzó el jefe. Hitler, rápido, enérgico, le pone la pistola al pecho: ¡Ftiera de aquí! Pronto... En seguida. Sobrecogidos, aterrados, los tres hombres, ante la pistola de Hitler, descienden las escaleras más que aprisa. Hitler sube corriendo, toma la gorra, el capote, la cartuchera, y sale por la puerta de escape. El partido de los 7. Ya está a salto de mata, cauto y ágil, dando tiempo al tiempo, hasta que se olvida el incidente. Y, de pronto, en la orden del día lee con júbilo: El oficial instructor Hitler es ascendi- do y destinado al reginúento de Cazadores número 4 1 Su nuevo cargo le permite la catcquesis. Poco a poco infunde en los soldados su ideal de contrarrevolución, de ordenación, de renacimiento del Reich. Y los soldados, poco a- pbco, van respondiendo a este ideal. Un día se le comisiona para que informe sobre el nuevo Partido Obrero Alemán que se reúne en cierto reservado del Sterneckbrau. Y ai oír un discurso contra el militarismo, contra Prusia, contra Berlín, no puede contenerse y pide la palabra. El propio Hitler, en su autobiografía, Mein Kampf (Mi IU- CÍM) reproduce la ardiente arenga, esbozo del futuro programa nási- Tan depravada parecía el alma alemana- -escribe- que se debía comenzar la lucha seguidamente por la unidad del Reich, como lo hicieron los garibaldinos por la unidad de Italia. Tan bajo había caído Alemania, que el veneno roía ya todos los corazones; los criminales de otra raza y un par de príncipes coronados- -coronados por la gracia de la Entente- a quienes pesaba más la pequeña corona que el eterno reino alemán, habían realizado un trabajo perfectamente inicuo. Hizo un discurso fulminante. Lejos de hallar contradictores, quedaron todos silenciosos, cavilosos... Cuando, embozado en el capote, salió a la calle, alguien que le seguía los pasos, le entre gó un mazo de folletos Léá esto. Señor Hitler... Ya en casa, lo leyó con curiosidad creciente. Se titulaba Mi despertar político y era un programa nacionalista con reivindicaciones obreras. ¡Exactamente su programa! Pensó que aquel ideal flotaba, disperso, quién sabe si por totlo el país. Había que ordenarlo, que ejercitarlo, para ponerlo en pie de guerra. Horas después, una postal le anunciaba que el partido Obrero Alemán le había admitido como afiliado Le rogamos atenta y encarecidamente -añadía 1 a postal- -que el miércoles próximo comparezca en el hotel Altes Roserbad (Herrustrase) para asistir a la sesión que ratificaría, el nombramiento. Fué el miércoles. Entró al hotel. Empujó una puerta. Nadie. Empujó otra. Nadie. Por fin, dio con una estancia habitada. Pero sólo por cuatro hombres, que, eso sí, le acogieron con palmitas. A poco llegaron otros dos; uno de ellos, el presidente, Harrer, que abrió en seguida la sesión. Se hizo arqueo; en junto, siete marcos. Se leyó la lista de socios: otros siete, contando al propio Hitler... Cristóbal de Castro. ADOLFO HITLER (De LG Jov mol, Parfs)

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