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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-07-1935 página 181
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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-07-1935 página 181

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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IGÜAL AD orgíinizando una ciudad; actualmente se manifestaba organizando un ejército y sus servicios- Cierto era que maldijo y denunció la guerra y a sus factores en todos sus discursos, y que por ello le aclamaron las mudiodünibres r pero ya que era preciso áo fender sus ideas, no habia otra manera de que subsistieran que evitando que pereciese el pueblo francés, único capaz de mantenerlas. Desde el momento en que fué ministro de aquello que tanto había condenado: de la Guerra, comprendió que su misión era la de un padre bienhecbor, que tiene que cuidar de las bocas de sus hijos y de las de los cañones, proporcionando alimento a unas y a otras. Y cómo era bueno y activo, el Ejército, formado por hombres también, le quería ya, como le quiso el conjunto de aquellos otros hombres necesitados, tetnerosos del hambre: los obreros huelguistas. Para unos como para otros mejoró la alimentaGÍón sabía alimentarlos con palabras asimilables para sus inteligencias ávidas y desprovistas. L a señora de Lámbese experimentó en sí misma, en su cuerpo y en su alma, aquella cualidad de auLxiliador que él poseía. Conoció el secreto de la generosidad inmanente que la amparó ¡de pronto, arrebatándosela a momento de peligro. Jo mismo que una ola de fondo levanta un barco varado. Se explicaba el misterio de su influencia sobre los hombres, que no era debida a ninguna habilidad, sino a la donación, a la entrega efectiva de todo su ser. Sin este modo de pensar, le hubiera parecido insoportable la existencia. No dudaba lo más mínimo Ja señora de Lasmbesc de que tal poder amoroso acabaría por vencer todos ios obstáculos que había en torno de ella y en ella misma. Pero ¿cómo llegaría la ayuda? Al amarle empezó a temer por Pedro, lo mismo que lo temió Brc niard aquella apariencia de traición a Ja causa popular que represent a su presencia en la calle de Santo Domingo que precedió e hizo posible su presencia en Azay- le- Bj; iilé. Aquella noche, última de las maniobras, apareció la luna por encima del estanque de los cisnes, al finad de la perspectiva del canal glande. Cuando salieron a la terraza los huéspedes del señor de Elbceuf se vieron rodeados por oleadas argentinas. La pasión que tenía la nobleza francesa por aislarse entre agua en todas sus residencias, aun en la época en que ya no podía fortificarlas, convirtió a Azay en una isla en medio del campo. La señora de Lámbese, acompañada de su hermano, se arriesgó a alejarse un poco de los invitados, llevándose a Pedro a dar un paseo entre el cielo y la tierra: el cielo, reflejado por el agua, ocupaba más espacio que la tierra en toda la extensión de los jardines. Un surtidor reemplazaba a la conversación inexistente. Una avenida de surtidores les proporcionó ocasión de permane- 43 cer callados mucho tiempo. Montjoy iba fumando en pipa. En el ambiente había sensación de éxtasis, algo que no se- odía expresar. La leve cojera de Alys inspiraba a los dos hombres temor a que se cayera, por lo cual era preciso contenerla a cada instante, y esto de tal manera, que el paseo fué para ambos una alarma constante, que ella no sospechó. N, i uno ni otro la tocaron, pero Alys sí se sentía protegida por su presencia. Fueron hasta el estanque del canal grande; ella silbó dulcemente, y salió de las sombras que proyectaba el bosque sobre la orilla opuesta una pareja de cisnes. Se acercartm nadando con sus negros e invisibles resnos y levantando muy por encima del agua sus poderosas ouillas, majestuosos como buques de alto bordo. EJ brillo de sus plumas a la luz de la luna era casi insoportítble: irradiaban, emitían rayos luminosos. La señora de Lámbese, que los había llamado, continuaba de pie en la orilla, con su vestido blanco; los cisnes la conocieron y estiraron sus largos cuellos para alcanzar la lechosa hierlia que día les daba a comer; luego, al ver que no ténía nada en la mano, se engallaron, chasqueados, pero altaneros, y apoyaron el cuefío sobre un ala, descansando sus cabecrtas respectivas enmascaradas de negro, sobre su lomo deslumbrador, formados como por dos colinas de nieve o dos pechos de mujer. Aquella visión fué para Pedro un minuto de eternidad sustraído, una imagen que había de pertenecer a su mitología para siempre; que le perseguiría en sus sueños, ajena al tiempo, con vida independiente, formando un organismo excepcional, animada de extraña actividad personal y compuesta de brazos desnudos, cuellos de ave, alas y faldas, con reflejos, fulgores y una fosforescencia producida por aquellos globos blancos yuxtapuestos. Era lo más lógico del mundo que semejante mujer aprovechara la suavidad extraordinaria de aquella noche septembrina de luna llena para salir de su casa sin abrigo y llegar hasta lo último de sus jardines, habitado, según sabía ella, por aquella pareja de aves. También se explica razonablemente que los cisneSj acostumbrados a verla en aquel sitio, correspondiesen a su llamamiento acercándose por el agua hasta rozarse con ella. Lo que ya no es tan explicable es el estado en que aquella escena puso a Pedro, que pensó un momento que allí itw a acabarse su vida, y cerró los ojos. La voz de. Montjoy le sacó de aquella especie de desmayo, que él hubiese querido prolongar; y los cisnes, asustados, se alejaron, como visitantes del más ailá a quienes desagradara la afirmación de esta vida, proclamada por voces humanas. Eíjese usted ecía el duque- -en las alas de esas aves; constituyen una buena

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