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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-07-1935 página 168
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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-07-1935 página 168

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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3 PRINCESA DE BIBESCO CAPITULO XVI Etr EL OVMINO DESIERTO Pero ten cuidado de emboscad o s contra nosotros dos, en el c a m i n o desierto, no tie arrastren a. l a fuerza al verte viejo, a mt débil y a esté niño t a n niño. -EIUKiPiDES AJSDROMACO. Tardó en marcharse. Visitó el subterráneo mientras los monjes enterra ¿pres se ingeniaban para llevar sin sacudidas, desde el catafalco al furgón, aquel cuerpo que fué destrozado por la artillería alemana. Hicieron pasar a la señora de Lámbese por la sacristía, y el padre abad la llevó a la bodega, donde ella respiró el olor del vino centenario, pasó por delante de los toneles blasonados, que la Revolución respetó. De un subterráneo al otro h ¿bía que andar pocos pasos, pero los patriotas que profanaron las sepulturas, respetaron, las pipas. ¡Los señores, al muladar! Pero sus viñas fueron objeto de honores militares; los sans ctdotte ¿honraron al vino, y ante los viñedos batieroii mardia ios tambores. Hasta el aire que se respiraba en aquellas bodegas ilustres tenía fama de ser embriagador. El olor del vino, más penetrante que el de las rosas, procedía, según la leyenda, de la primera cepa, llevada de Canaam en la perfumada barca de las Marías. Las santas mezclaron en la primera cosecha los aromas que quedaban en el fondo del jarrón de una de ellas. Anochecía cuando emprendió la señora de Lámbese el camino hacia la ciudad. Su co- che precedía, a poca distancia, al furgón. Si, siendo supersticiosa como lo son todas las hijas de su perfumada isla, hu jíera obedecido a su pensamiento, habrían vuelto por otro camino ella y la carga que la. seguía. Hay en China encrucijadas, v en Escocia trozos de carretera, reconocidamente embrujados, hasta el punto que pueden serlo las casas. Lo mismo sucede en los confines de Gascuña y en Provenza, pero nadie habla de ello. Cerca del sitio que durante la mañana se distins uió por estar alfombrado con flores, se veían llamas; estaba ardiendo un automóvil, y ía comitiva tuyo que detenerse. En medio de la carretera, un hombre, solo, veía desaparecer los restos de su coche. que se tratase de uo accidente inverosímil para ella sola, no podía proceder Je otra manera, aunque hubiera quendo. Y la verdad era que no quería. Hubo que esperar a que se apagase el fuego (por, sí solo, en aquel camino desierto y sin agua. Por la antigua carretera de Italia ya no pasaba casi Jiadie desde que Carlos V I I I apartó de ella a su ejército, encaminándolo por otro sitio. Fiíeron apagándose las llamas sin que acudieran más espectadores que los de la comitiva, y algunos pájaros fascinados por la improvisada hoguera. A orillas del camino, acurrucada en aquel coche donde ya no estaíba sola, esperó Aiys a que terminara el extraño espectáculo. Los últimos fulgores del incendio se agitaron reflejados en los ojos de Pedro. ¿De modo que era cierto que le había enloquecido? ¡Alma ingenua! ¡Alma de revolucionario romántico! A ningún burgués se le hubiese ocurrido hacer eso. Aquel acto tenía de todo un poco; odiosidad, violencia, mal gusto, pero también algo sano, fuerte, completo, un modo, como otro cualquiera, de quemar las naves, de jugarse el todo por el todo; de detenerla, gritando: ¡A l t o! ¡De aquí no pasa usted, cómo no sea conmigo! Pedro había conquistado el derecho a ser recogido por ella, y esperaba. También esperó la comitiva. Venían por delante. A sus espaldas estaba el furgón, cuyos faros les alumbraban. ¿Fué aquello astucia o casualidad? El coche incendiado estaba tan exactamente en el centro de la carretera, que para pasar hubiera sido preciso arriesgarse a volcar, con la pesada carga y todo, o resignarse a esperar, hasta el día, que los humeantes escombros pudieran ser apartados y desembarazada la carretera. El coche de Alys, más ligero, podía salvar la cuneta, a juicio de su diófer. Elki quiso apearse para aligerar más su peso, v Píadro le dio la mano. De esta manera, llegando dios antes a la ciudad podían enviar socorros y avisar en la estación del ferrocarril, donde eran esperados los restos. Anduvieron tinos pasos y llegaron a la cuneta. Alys se dejó escurrir y se sentó en el suelo. Estaba como ebria, palpando, aquel sitio que fué su lecho, casi su lecho de muerte. ÁIK fué donde expiró, a isu lado, Juan Tíaillefer; allí, donde Pedro la llevó, meció, amparó y volvió a la vida. Mientras el coche maniobraba para esquivar la hoguera se sentó él íuhto a Alys, a orillas del camino; se inclinó, y besó el suelo. A la luz de los faros y del incendio, que iba extinguiéndose, no? e atrevía a acercarse a ella, pero se prometió estrecharLa señora de Lámbese echó a andar ha- la entPe sus brazos apenas olvieran a subir cia Pedro. Respecto de los que supusieran ai coclie, lleno de obscuridad. ys s vw vvww vs v w

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