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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-07-1935 página 166
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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-07-1935 página 166

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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28 PRINCESA DE BIBESCO mada en el propio cuerpo del Señor; ante Franz, cuyo ataúd acaba de surgir de la obscuridad, no es a una misa de difunto a la que asiste, sino a la misa de su boda, y vuelve a leer con fervor desesperado estas palabras que se aprendió de memoria: Que. el Dios de Israel os una y esté con vosotros, ya que ha tenido compasión de dos hijos únicos Esa es la frase que en otro tiempo la entusiasmaba la Iglesia los proclamó hijos únicos suyos. ¿Cómo podría admitirse, entonces, que tal unidad pudiera romperse, estar en peligro o ser destruida por un accidente temporal insospechable? Dos criaturas sin par se amaron hasta la muerte, más allá de la muerte, extraviados en el inmenso bosque humano, en brazos uno de otro, para siempre. ¿Y ahora? Ella leía con atención insostenible, casi, buscando en aquellos textos experimentados remedio para su mal, para un mal que ella no hizo, pero que no por ello era menos agudo, y realizaba destrozos en su corazón, en su cerebro, paralizando su fe, destruyendo hasta su esperanza en la vida eterna prometida a Franz. Estaba en la epístola dedicada a ella: ...porque el marido es el jefe de su mujer, como Jesucristo lo es de la Iglesia, que es su cuerpo, y de la cual es, también, el Salvador. Creyó que ella era el cuerpo de Franz, y que éste no dejaría nunca de vivir en él. ¿Por qué se fué, dejando la iglesia desierta, y entregada a otro ocupante? ¿No era ya su salvador y su dios? ¡Señor, Señor! ¿Por qué me habéis abandonado? Llegó más adelante, confundida en un mar de lágrimas: Y tú, marido, ama a tu mujer como Jesucristo amó a la Iglesia, y por ella se dejó matar. Eso fué lo que hizo Franz en la gruer r a morir por dlla. Otros murieron por su patria; pero él, cristiano como los quiere la Iglesia, no podía tener patria especial: a los católicos que entre sí no conocen extranjeros... Eso es lo que sabía de él, hijo de un lorenés y una alemana, nieto de una española v un escocés, bisnieto de un austríaco y una italiana. Para ella, para purificarla con las palabras de vida, como está escrito en los oficios de matrimonio: para hacerla comparecer ante él, llena de gloria, sin tachas ni arrugas, ni nada parecido, sino santa y sin defecto alguno Merced a aquel sacramento la agració de todas maneras; no había de envejecer, ni él tampoco para ella. Alvs contempló la piadosa imagen que en su devocionario le presentaba a Franz cuando tenía veinte años; como estaba el último día de su vida, con la sombra dpít ca. co como una diadema sobre su rostro rubio. Al principio de su viudez contemplaba todas las noches antes de dormirse aquel trozo de papel que reproducía Jas severas facciones del vencedor; si lo besaba con cierta insistencia, si no se separaba de é! durante im rato bastante largo, la mirada, le parecía que Franz volvía a sonreirle. Durante la misa intentó mirarlo de aquel modo, más tiempo aún, y besarle furtivamente, pero no se realizó la transfiguración, y Franz continuó con su cara refractaria de oficial joven, y sin reírse. Diez años. La ley no cuenta más que diez meses para lo que llama viudez en cuanto a las mujeres, y después de ellos puede presentarse el recién llegado con todo lo que lleva consigo. ¿Cómo sería posible resistir más tiempo? ¿Tendría fuerzas para levantar en espíritu las tapas cerradas de los tres ataúdes que contenían los restos de aquel a quien siglo y medio antes hubieran llamado las necrologías alto y poderoso señor -Francisco, Enrique Amante... Mi amante- -balbució para cobrar ánimos, para traerle a la humilde verdad de la carne y de la sangre. ¡Ya ¡había heoho el ángel bastante tiemp o! Pero la seducción sólo influía en ella. Suspiró las palabras aprendidas! -i Señor, no soy disna de que entréis en mi morada, pero decid una sola palabra y será sana mi alma ¿Entrará el en su casa o será ella quien se meta en la suya? Pero, ¿quién es él? Las declaraciones amorosas de ritual adquieren doble sentido, un doble sentido odioso. Pronunciadas liara resucitar a un muerto, resucitan al vivo: -Señor, Señor; decid una sola palabra. Se esfuerza en fijar la mirada en aquel ataúd altanero, separado de ella- por unos cuantos escalones. Translúcido, desvanecido bajo el halo cjue forman ¡os cirios. ¿Por qué no ha llevado ella a su hijo? Su mano de niño, viviente entre las suyas, la hubiese ayudado, en aquel momento de angustia, a dominar la idea- de que ya no existe Franz, de que se ha apartado de ella, dejándola sola, vencida, olvidada, humillada para siempre, ñor culpa del terrenal accidente en el cual no tuvo intervención alguna su voluntad; Dios era testigo. Pero Francisco Víctor ha nacido piara deshacer la muerte, no para tranquilizar contra la vida. K o se altera el orden inimitable de las cosas; los niños siguen su vida; nadie puede remontar las generaciones: un hijo lo puede todo por su madre, todo menos protegerla eficazmente contra el amor. La señora de Lámbese, ensimismada en su reclinatorio, redhaza el nombre y la imagen de Pedro, atraídos, al parecer, irremediáblemaite, por su dolor, lo mismo que le atrajeron a él a aquella carretera desierta de Bargemont, el día de la catástrofe, los débiles gritos, el mismo desmayo de la superviviente, a la cual no le obligaba a prestar socorro nada que no fuese la obligación impuesta por la solidaridad humana. L

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