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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-07-1935 página 160
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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-07-1935 página 160

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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22 PRINCESA DE BIBESCO peras de una batalla, elegir domicMio en sil altna, para siempre, y decirle: Vas a ser mi sepultura, y yo tu dios vivo; te arrojaré como si fueses tina piedra; yo viviré y tú blanquearás; serás mi muerta. Esto es lo que hizo Franz. Pasar por ícUa, camino de su resurrección. El acto de conquistar otra sentencia, instalarse en ella como dueño y señor, lo mi mo que las mariposas, antes de serlo, se albergan en sus capullos, era para ti tan natural como respirar o luchar en los campos de batalla. Cuando, al salir del colegio, le preguntaron qué carrera iba a elegir, como se lo preguntaban a los demás: dijo: ¿Para qué? Yo no tengo más que medula espinal. Era cierto. Desde la adolescencia tuvo la intuición de su breve destino. Un eslabón, el paso de una existencia a otra. Elso era Franz. Ser amado un instante para vivir siempre; y después de ser amado, abandonar fácilmente una vida ya entregada por sí mismo a sí mismo. tJna mujer idéntica a él, una especie de hermana, con el alma hecha a semejanza de l a suya, le esperaba, indudablemente, aun cuando él no la hubiera visto nunca, en medio de esa reserva secular que reconocía en sí mismo, al otro Jado ddi estrecho; en la isla de los salmsones y los cisnes silvestres. Llegó a punto para caer en sus brazos, x) n tanta lealtad como él podía imaginar, precisamente á la hora del peligro. Sus amores alcanzaron esa intensidad que solo tienen los de los amantes prisioneros aiHté la amenaza directa del verdugo, o la que en los subten- áneos d e Messina, cuando el magno terremoto sólo pensaban en disfrutar cuanto pudieran sus últimos instantes. Esa penitencia en la felicidad que se prometen todos los enamorados le fué concedida a ella. Un marido de veinte años, que le hizo traición in hacérsela, ideal absoluto de todas las esposas vírgenes, sin una sombra, sin una arruga, sin un reproche, la dejó como electrizada d e amor y en condiciones de atraer otra vez el rayo. Franz, inalterablemente joven, con ardor sin igual, la amó fuera del tiempo. Luego se fué al otro mundo con el desenfado de los creyentes de verdad. Un hombre como él había nacido para dar cargas desde el principio de la historia. Cargó solo y a pie, arrastrando invisibles cohortes, y cayó cara al enemigo. ¿A qué enemigo? Franicia y iAílemania, confundidas por él en el Sacro Imperio Rotnano, del cual llevaba el título, se le aparecían como antes del reparto de Verdún. Ni siquiera defendía el suelo natal, puesto que vio la luz en Ploenen, cerca de Oberammergau, el ducado alemán, por el cual él, lorenés, debía tributar homenaje a Guillermo II, por Jas mismas razones que los Talleyrand, perigurdinos, le debían fidelidad por el ducíido de Sagan. No se trataba de eso. En aquella guerra, civil para él, sólo vio Franz la oportunidad de ser lo que era, marchando de frente. Ocupó con indiscutible derecho el primer lugar cuando hubo que salir de la trinchera; lo echaba de menos desde lá Restauración última. Le bastaba aquella patria, que permitía morir por ella, a pesar de que no creía en la validez de ninguno de los principios por ella invocados. Ni igualdad, ni libertad, ni fraternidad, pero la muerte, sí, afortunadamente! Esa era la alternativa qué él eligió. Hubiera sorprendido mucho a Franz quien le preguntara por qué razón sacrificaba su existencia. ¡P o r gusto! hubiese contestado Complacido al abandonar a sus acompañantes, se fué de un salto al otro mundo en los umbrales de la paz, del derarho y de la justicia, que para él no tenía importancia alguna. Oficial apossaitador del 8. regimiento de coraceros a pie A aquel jinete que no fué desmontado desde Azincourt, le quitó hasta la montura la e r r a de las democracias. Francisco Enrique Amante Lámbese Con aquel nombre suyo de Amante (que todos ellos llevaban merecidamente) fué citado en la orden de su regimiento, primero, y luego en la del Ejército como honra postuma. ...En el período del ró al i 8 de septiembre se prodigó sin reservas bajo bombardeos violentísimos, y, para dirigir el servicio de exploración, guiando personalmente a sus soldados, de noche, a los puntos más expuestos. Tres días después se decía de é l Animado por los más elevados sentimientos del deber y del honor; alma selecta que sieiripre dio a sus soldados el más hermoso ejemplo de valor y de sangre fría. Murió en su puesto de combate en el momento en que, en circunstancias difíciles, exaltaba la moral de su tropa... Ese fué el motivo en cuya realización Franz pasó satisfecho de la inercia a la acción, y de la paz a la agitación eterna. El prefacio del oficio de difuntos tuvo, por fin, su significación completa. Para vuestros fieles, Señor, la vida se transforma, no acaba. Tampoco para la señora de Lámbese, que supo con pocos días de intervalo las noticias de la muerte y de la vida de Franz, terminaba nada. En lo más profundo de su sef conoció casi al mismo mismo tienípo que había muerto y que estaba vivo. Hasta después del nacitniento de su hijo no tuvo la impresión de haber sido separada de su esposo, vuelto al cielo, a quien permaneció apegada, por su carne, todo aquel tiempo. Litego la abandonó él, a la manera de un marido mortal, pero ella no podía echarle en cara tal abandono. Antes al contrario, era ella quien pai- ecía que

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