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BLANCO Y NEGRO MADRID 07-07-1935 página 196
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BLANCO Y NEGRO MADRID 07-07-1935 página 196

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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8 I Gü ALBAD quien, con sus pacientes manos, le limpiaba el despacho todos los días. ¡Pobre madre mía! Toda su vida fué criada de servir y odiaba la suciedad de polvo sobre los n uebles. La palabra criada sonó desagradablemente en los oídos de la señora de Lámbese. Le pareció que Pedro la decía como para desafiarla. Así era el modo de hablar que él. le suponía, y se adelantaba a decir lo que más podía mortificarle que le dijese ella. Ecce anciUa Domini. También yo, Pedro, soy criada del Señor. Pero esta contestación no salió de sus labios. Al ver que ella seguía observando el sello grasicnto de los tapices, llamó a su escribiente, él tío Mian bois, ¡hombre anciano que trabajaba en la alcaldía desde veinte años antes. ¿Qué es eso, tío Mangebois? -dijo con an tono de reprimenda fingido- ¿Quién ha ensuciado mis tapices? ¿Qué quiere decir eso de Depart -Eso, señor alcalde, quiere decir departamento Fué un sello que se puso en todos los niuebles, a causa de la ley del señor Briand, en 1911. Los verá usted también en el arzobispado de Aix, donde he servido antes. Yo estaba entonces en Tarascón, que es mi pueblo. Hicieron lo mismo en todas partes. Y mire usted qué cosas: la imagen de Santa Marta sigile en casa del cura, pero desde la separación, la Tarasca está en el Ayuntamiento, La señora de Lámbese no pudo míenos de sonreírse: la Iglesia se había quedado con la Santa y el poder civil conservaba el monstruo. Era lógico. CAPITULO LA SEPARACIÓN IV La igualdad es la aecesibilMad de todos a, la desigualdad. -Augusto Cotnte. Fué la propia noche del 14 de julio cuando, perdiendo toda su prudencia republicana, acompañó Pedro Caniot a la estación a la princesa de Lámbese. ¿Por qué aquel día y no otro? Así fué. El 14 de julio, i nada! Se iba ella. No volvería a estar allí. Había descargado sobre la ciudad una tormenta de verano, rápida y ofensiva como la ira de un borracho. Gallardetes desprendidos, banderas empapadas, farolillos tricolores desteñidos empavesaban el camino del diputado alcalde a su regreso de la estación. Acudía con tres cuartos de hora de retraso al banquete, del partido, cuya presidencia tenía que ocupar. Entró en el Ayuntamiento por una puerta reservada que daba paso al jardín. Le esperaba Mangebois. Se sintió espiado, acechado, censurado, traicionado tal vez. Le despidió con un ademán brusco. Notó cierto desfallecimiento. Se sentó ante sU mesa de despacho y procuró pensar su discurso: Los inmortales principios... el año 89... nuestros antecesores ¡Qué cansancio! Se parecían bastante la jerga de los hombres de izquierda y la de los ex nobles. Los antepasados de unos habían reemplazado a los otros, y nada más. ¡Siempre la misma estúpida vanidad! Intentó pensar otra cosa: ¡Ciudadanos! j Obreros de la cuarta República! i Amigos míos! ¡Embustero! Ya no tenía amigos Ya sólo la quería a ella. Se cubrió la cara con ambas manos. Pedro, hijo mío, ¡ten cuidado! La democracia es una amante celosa! Les hablaba así, dándole golpecitos en un hombro, d tío Brogniard, a quien él solía llamar mi conciencia confidente de su juventud, ex maestro de pueblo, nombrado por él secretario del partido. Anda, ven! Ya te están esperando. Te- i llaniian. No conviene que sospechen... Brogniard sí que sospechaba; pero compadecía a Pedro, a quien quería como si fuese hijo suyo. Cuando entró en el salón del banquete se levantaron todos alborotanjlo. El calor y el olor eran asfixiantes. ¿Tan delicado se había vuelto? ¿Acaso no podía soportar ya el olor humano, después de haber vivido tres m. eses en aquel ambiente de pureza y entre aromas de flores? i Vaya! Tendré que hacerles gritar esta vez taníbién. Luego se marcharán y estaré solo. No comió, como era costumbre suya en aquellas circunstancias en que preparaba sus frases, cavando la trampa, tendiendo las redes mientras los demás, inocentemente, se atracaban. Aquella vez, no obstante, estaba suniido en un ensueño profundo, carente de palabras, lleno de una prolongada queia inarticulada, de una invocación a la imagen que llevaba consigo. Cuando estuvo el vino en las copas, tuvo que ir Brogniard a tirar de la manga a Pedro, que se levantó de pronto, echó la cabeza atrás y empezó a hablar con voz furte y musical que llegaba a lo más apartado del salón, merced al poderoso silencio que ella mism creaba al elevarse. ¿Qué iba a prometerles aquella mágica voz, que ya era por sí misma una promesa? -En la tormentosa noche de julio y ante aquelfos hombres reunidos par conmemorar el 135 aniversario de la toma de una torre antigua y embrujada, aue apareció desierta cuando la abrieron, refirió su amor. Infundió nuevo calor a sus extinguidas pasiones. Se atrevió a hablarles de su amada: la adoró antes de conocerla, cuando era débil y pequeño; la sirvió, aun siendo pobre y mísero, en su juventud; la

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