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BLANCO Y NEGRO MADRID 07-07-1935 página 178
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BLANCO Y NEGRO MADRID 07-07-1935 página 178

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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70 MARIANO TOMAS equivocados... Hasta ahora esa pás ina no nos convence de nada... Usted la ha arrancado como podría arrancar otra cualquiera del mismo libra... y un tratado de agricultura es natural que se encu itre en la casa de un agricidtor. Pero, ¿qtíé tiene que ver todo esto con él caso que tratamos de esclarecer? -pregunté, dando lugar con ello a que se me conociera mi ignorancia en ciencias químicas. Es que el aceite de cáñamo- -declaró el doctor- -es un veneno que provoca la locura. Otto cogió la cartera que encerraba la hoja y la paiseó ante los ojos del médico. Mirela bien, señor- le explicó- la he cortado en zigzag, intencionadamente, para que después pueda demostrarse con facilidad de qué libro procede... Pero esto, confieso que es sólo un exceso de precaución y, probablemente, no servirá para gran cosa, sobre todo si, después, no se encuentra el libro en poder de don José María... -Fjtitonces... -Entonces... Aquí tiene usted unas manchas, que bien pudieran ser de aceite de cáñamo y, sobre una mancha, la huella, clara, precisa, de un dedo... El 7 arro debió destilar el aceite teniendo él libro ante SUS ojos, y en alguna ocasión apoyó el dedo engrasado sobre el papel... Si se demuestra todo eso, el Zorro est á perdido- -exclamé yo con alegría joísta y rencor mal disimulado. -iSí, indudablemente- -nos dijo el doctor- pero ustedes se van a ver envueltos en un asunto enojoso... ¿Cómo explicar la adquisición de esa prueba? La justicia no distingue de intenciones en estos casos y usted ha cometido un hurto. ¿Quién ha pensado hacer intervenir la justicia en nuestros asuntos? -le atajó Otto- Recurriremos a ella muv en iil i o caso, cuando ya todos los caminos extralegales se nos hayan cerrado. Es lo mejor y es lo que yo les aconsejo. Por mi parte, estoy dispuesto a ayudarlos én todo lo qtíe sea necesario, lo mismo particulamiente que en informe técnico ante los tribunales; mi observación fné l- cha sólo con el deseo de evitarles perjuicios... -Además, agregó Otto- yo no deseo, ni con ello gano nada, nue ese bu H hom -e pase su vejez, tranquilamente, en un rinconcito del presidio. Se despidió el doctor y Otto quedó en silencio, con la frente pegada a los cristales del balcón; desde la calle subía un agrio desconcierto de bocinas y chirriar- de tranvías, y, en los breves espacios de silí nrio. se oía el. tictac del despertador, -que hacia dúo con los latidos de mi cora- ón impaciente. -Bueno; ¿qué piensa usted hacer, Otto? me tiene sobre ascuas. Ya veremos por dónde nos encaminan las circunstancias. Creo lo mejor hablar cara a cara con el Zorro y de su actitud deducir la nuestra... ¿A usted qué le parece? -Me someto a todo lo que usted ordene: se lo prometí desde un principio. -Entonces, mañana mismo lios volvemos al campo... Piense usted en que yo no puedo... Me parece poco delicado después de lo que ha ocurrido. 4 Y si llamáramos a Madrid a ese individuo? -No vendría. Tengo la s tiridad de que se equivoca usted... Vendría. Pues pruebe. Ifo perderemos nada... Mientras tanto, cuénteme cómo se ha procurado esa hoja. -Como yó me sospeché algo de todo e te asunto desde el momento en que le oí al manco referirse a un hermano loco y muy rico, he procurado estrechar amistad con Juan y con Manuela, para estudiaríos más cerca y detenidamente. Juan, con el próximo parentesco, y Manuela, con la esperanza de que esos nuevos lazos se unan por distintos cabos, me han dado todas las facilidades que yo pudiera desear... Un día, hojeando los pocos libros que en su casa, tiene ese don José María, tropecé con la enciclopedia agrícola; no creía, al cogerla, que iba a encontrar nada interesante, pero al verme frente a la página donde se explican las propiedades del aceite de cáñamo y mirarla rugosa y llena de manchas, me dio un vuelco el corazón. Cautelosamente, y con cuidado de que mis dedos no borraran las huellas más antiguas, la desgarré y la oculté en mi bolsillo... E ¿a es toda la historia... Comprendo que es poco noble lo que he hecho: aprovecharme de la hospitalidad que me brindaba una familia para buscar su perdición... -Pero esa hospitalidad, si puede llamarse así, es interesada; no debe usted agradecerla. No traté de ocultar mi gesto... Si me hubieran asegurado hace unos meses que yo iba a cometer este acto, no lo hubiera creído. La moral y el criterio es cuestión de latitud, de circunstancias y de hora... He creído que era justo desenmascarar a esa familia, por mi prima, a quien evito caer en sus garras, y por ese pobre hombre que está abocado a la insania, si es que ya, la enfermedad no ha clavado la garra en su cerebro... Pero, ¿dónde está lo justo, y basta qufl punto puede uno eríp- irs e en arbitro y dictaminar y obrar según el parecer propio? Crea usted que hasta este instante no había pensado en nada de ello; la nerviosidad de la busca, d afán de encontrar la verdad, me tenían entretenido el pensamiento... H a sido ahora, de pronto, cuando...

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