Archivo ABC
ArchivoHemeroteca
BLANCO Y NEGRO MADRID 07-07-1935 página 174
BLANCO Y NEGRO MADRID 07-07-1935 página 174
Ir a detalle de periódico

BLANCO Y NEGRO MADRID 07-07-1935 página 174

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página174
Más información

Descripción

66 MARIANO TOSÍAS mos juntos, y como el día era tibio y grato y ya hacía tiempo que el azar no nos reunía, resolvimos volver hasta Madrid a pie, entretenidos en contarnos nuestras andanzas. MircT- me dijo mi amigo- -cada vez que me veo obligado a acompañar a un desgraciado a estas casas, lo cfue me ocurre frecuentemente por mi especialidad de psiquiatra, siento un desasosiego inexplicable. Parece que la conciencia se me alza cómo fiscal para pedirme cuentas de mi acto. Se ha heciio mucha literatura alrededor de quienes son los locos, si los que están dentro o los que están fuera; pero no es eso lo que me inquieta y lo que puede acusarme, esto sólo puede tratarse en sentido de humor... íx tpre me atormenta es no saT) er si tenemos derecho a privar a estos infelices de aquello que, aun en medio de su insania, les es dulce; de aquello que puede ser, más que otra cosa alguna, remedio para su mal. El rostro que fué amado, el rinconcito en penumbra de la mansión; la alberca del huerto donde se mira una acacia... Yo no admitiría en estas casas de salud nada más que a los locos absolutamente peligrosos, y los reglamentos así lo ordenan para los manicomios oficiales... Mi consejo a las familias es siempre el de que sufran la presencia del infeliz, X) ero me hablan de las penas que aquella continua visióii les produce; me hablan de su pena, pero no piensan en las que ha de consumirse aquella candelilla tenue que aim brilla en el cerebro enfermo... Quieren pasar por sensibles cuando sólo son egoístas... Y eso si no tnedian odios y codicias... ¿Els fácil hacer internar a un falso demente? le pregunté- Yo sé que ha de presentarse á doble certificado médico, con el visado del delegado de Medicina... No es esto lo que quiero averiguar, sino si ustedes pueden equivocarse, si esas mismas codicias y odios de que habla pueden llevar a su presencia a un hombre sano, y ustedes certificar la enfermedad, engañados por algunos motivos accidentales. -No... Le aseguro que no... N ¡o creo capaz a ningún compañero de certificar la locura sin estar plenamente convencido de la enfermedad... ¡Seria horrible! SÍ yo hubiera tenido, sólo un momento, la duda más ligera sobre las locuras que he certificado, crea usted que al día siguiente ha brían de haber certincado- la mía también. Yo le expliqué entonces el motivo que me había llevado a la casa de salud. ¿Pérez Illescas... Pérez lUescas? -me contestó, tratando de recordar algo que se relacionara con estos apellidos- N o por lo menos no ha pasado por mi clínica. Qué día es hoy? ¿Jueves. Vaya usted el lunes a mi laboratorio; si ese caso se ha visto en Madrid, es posible que pueda darle algunos informes... Preguntaré a los compañeros. Ya próximos a M áúá, nos detuvimos a descansar en un merendero. A nuestra espalda se ocultaba ei sol tras la sierra aun nevada, y la urbe se escondía entre una bruma tenue y sonrosada. Del jardín próximo llegaba el llanto de una gaita, triste y monótono. -I Si viera usted cuántas miserias desfilan ants nuestros oíos! me díio después de humedecer sus labios con la esputna blanca de un boc- Y no son las más trisíes y las más incurables las de los enfermos, sino las de aquellos que nos los traen. Yo he sentido mil veces el deseo de dejay esto y dedicarme a otra cosa, aunque sea aparté de la Medicina, pero, de vez en vez, un acierto, un enfermo curado, es cadena que me ata dulcemente al sillón de mi clínica. Míe parece que detrás de mi frente hay un resplandor y yo he tomado de él una lucecita para encender otro resplandor tras aquella frente atormentada... Sí, acaso esto es soberbia, pero hasta me parece entonces que tengo derecho a ser sol) crbio. Tenia las manos hundidas en los bolsillos y el busto echado hacia atrás, recostado en el respaldo de la silla de hierro. Sus ojos parecían seguir la marcha de una nube rojiya que se perdía hacia el poniente, tras las cumbres del Guadarama; me parecía que no habfeba para mí, sino para íl solo. -Guardo en mi memoria el recuerdo de todos mis aciertos y de to Ios mis fracasos, y aquéllos me consuelan de éstos... Pero entre todos los recuerdos, el más grato es el que voy a referirle: Un día me llamaron para ver a una pobre muchacha, a quien I- noticia brusca de la muerte de su novio había sumido en un marasmo absoluto. No hablaba y miraba con ojos ausentes a quienes nos acercábamos a ella. Yo quise interrogarla y no me contestó. Ordené un tratamiento y volví en los días sucesivos, pero no conseguíamos nada. A! cabo de algunas visitas, los padres me llevaron a un, c a r t i t o reservado y la madre me habló así: Mire usted, doctor, es muy penoso lo que tengo que decirle... Yo creo Piie mi hiiá está... -y un ahogo hecho de sollozos y de vergüenzas le quebró la voz. Yo comprendí lo que quería decirme y traté de consolarla con su misma desgracia. Pues entonces es más buena que mala la noticia que me dan ustedes; comprendo ahora todo el proceso psíquico- fisico de su enfermedad. Cuando llegue el término de su estüdo recobrará la salud y esto es lo más importante... Pero el padre, rojo de ira, me interrumpió; Bien se ve que no comprende usted! a catástrofe en que se hunde mi casa... Mis ai) ellidos estaten limpios de toda mancha y ahora, por culpas que no son mías,

Te puede interesar

Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.