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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-06-1935 página 215
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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-06-1935 página 215

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página215
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VENGA USTED A CASA EN PRIMAVERA 39 que se, me quebrara entre los dedos, si intenfaba coi erlo. La indiferencia natural o forzada 4 e Any, y la curiosidad no satisfecha de descifrar aquel silbeante rumor de palabras, me llevaron a una postración malhumorada. Me recliné sobre los almohadones y apoyé mi cabeza en el respaldo del asiento, y lo que yo había hecho sin el propósito de acercarme a las palabras de mis vecinos, me condujo hacia ellas, por senda más segura que todos mis esfuerzos anteriores. Así, oí que el joven zorro le decía a la paloma blanca: Esto que yo le afirmo a usted, Ana María, no lo debe tofnar como una idea del momento, que me vino al magín con la ocasión, sino como algo que está ya muy meditado tiempo y tiempo, y no es posible que con el tiempo cambie. Yo sé que sería muy lindo que hubiera brotado, así, de. pronto, y que la misma fuerza suya me forzara a hablarle. Eso creo que pasa en las novelas, aunque no estoy muy seguro, porque. no me gusta perder mi tiempo en lecturas inútiles; pero la verdad es que yo antes de hablar mucho como ahora hablo, me he callado mucho también, como me callé días y días. Cantaba las palabras más que hablarlas, con un dejillo imonorriitmico, de lección aprendida. Quedó en silencio un breve instante, como para tomar aliento y continuar después el preparado y juiciosísimo discurso, pero Ana María no le dejó hablar, porque debió de alzar en aquel momento sus ojos, que llevaría bajos, como corresponde a toda señorita bien educada que escucha una declaración de amor, y vería mi actitud soñolienta y el gesto aburrido de Any. i Vaya, pues sí que van ustedes divertidos! -exclamó con voz forzada- Míe parece usted muy poco galante, caballerito. -No creas, primita- afirmó Any con un leve tonillo de burlas- Aunque el señor es notario, juez y no sé cuántas cosas más muy importantes, también sabe hacer sus versos a la luna, como un pierrot cualquiera... Sino que ahora, por lo visto, no está inspirado. Como de todos modos mi desatención, de la que yo, en verdad, no me juzgaba culpable, hacia mi pareja, había sido notada, ya no podía agravar mi falta si me fingía dormido. Mí actitud perezosa y mis párpados entornados me daban la pauta para este fingimiento, y, por otra parte, me pareció el sendero menos intrincado para salir de aquel laberinto en que me habían- encerrado las burlas de Any, y el recelo natural de Juan, que creería acaso mi silencio sólo propósito de escuchar sus palabras. Para las burlas de Any, la prudencia me cerraba la boca: al recelo de Juan me convenía dormirlo con mi mismo sueño. Oí cómo la alemanita siseaba largamente imponiendo silencio, y que decía después. -No molestéis al señor; por la noche debe de sufrir insomnios. Se detuvo el coche al poco rato y yo fingí salir de un largo sueño, del que estaba avergonzado. Balbuciente y azorado quise disculparme, pero Any me atajó: -No se esfuerce, no ha dado usted con gente que se crea ofendida por la menor cosa. Yo la miré con intención a los ojos. ¿De verdad, no se siente usted molesta conmigo, Any? -f ¿Yo r i Qué tontería! ¿Por qué? Estaba ya el criado, que venía en el otro coche, extendiendo los blancos manteles sobre la hierbecilla húmeda de un altozano, a orilla del camino. Frente a nuestras miradas, se abría el cauce angosto de un riadhuelo afluente del Segura, qite bordeando el cerrillo donde nos habíamos detenido, desembocaba a nuestras espaldas; en la llanura pantanosa poblada de arrozales. En los muros rocosos de la sima por donde se deslizaba el río, crecían los troncos retorcidos de los baladres llenos de flores color de fuego. Estaba el cerro poblado de pinos y pudimos comer a la sombra de su ramaje verde y puntiagudo. Cuando se terminó el yantar, como aun nos sobraban horas que perder si habíamos de llegar a Hiellín con las del crepúsculo, resolvimos pasar la siesta en aquel grato paraje. Yo quedé solo otra vez, frente a frente, con Any hubiera querido acercarme a Ana María, pero las maniobras de Manuela y de su hermano me lo impidieron anduvieron oficiosamente de acá para allá, trayendo mantas y almohadones para nuestro mejor acomodo, y, al final, ellos quedaron a su gusto, emparejados de la misma manera que veníamos en el coche. El Zorro miraba los manejos de sus cachorros y sonreía complacido, mientras que con un estudiado gesto de atención deferente, seguía las palabras de don Antonio. Me sentía avergonzado ante Any; juzgaba mi conducta de la noche anterior de un lirismo enfermizo o de la infantilídad más ñoña, y si acaso tenía alguna explicación, sería la de la huella que en mi espíritu pudo haber dejado alguna lírica lectura reciente; huella que se inundó de luna y de ojos de Ana María, y ya no pudo caminar mi voluntad sobre mi espíritu. Tenía a mi lado ahora a la muchachitá y, sin volver los ojos hacia ella, sentía sus miradas como un peso agobiador sobre mi frente. Pero alcé las mías y las dos se encontraron, y no estabaff sus pupilas cargadas de odios ni de desdenes, como yo rae las figuraba, prontas a lanzar sus saetas encendidas contra mi, sino de dulzura y d. e compasión amistosa.

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