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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-06-1935 página 211
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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-06-1935 página 211

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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VENGA USTED A CASA EN PRIMAVERA 35 ¿Y no es lo mismo? -Algunas veces, no... Hay tristezas tan intimas, tan nuestras, que no quisiéramos que nos las arrebataran. Un amigo mío sufre con esas tristezas, y él no sabe acaso que si le robaran sus tristezas, que si las perdiera de la noche a la mañana, su vida le parecería desde entonces sin objeto ninguno. -Pero si sufre usted sólo por un amigo- -me dijo con cierto airecíllo de duda- tengo el remedio a mano. Dicen que la mancha de una mora, con otra mora se quita. Aquí está don Luis, acaba de llegar. ¿El médico? -El mismo; supongo que se alegrará de verlo. -1 ¡Ya lo creo! -Yo también me alegro de haberle procurado remedio inmediato para su morriña, no quiero a mi lado gente triste. Y menos aún si esta gente son huéspedes míos. Don Luis salió a, mi encuentro, desde el interior de la casona, con grandes ademanes de gozo, y me abrazó dejando caer sobre mis espaldas un ruidoso palmoteo. Vaya, hombre! ¿Conque al fin se decidió a visitar este rinconcíto del cielo? Yo k pregunté por nuestros amigos, y él me dio noticias de todos: Los comandantes por allí se andaban, el uno explicando sus matemáticas a los mozos, y el otro sus propios méritos a las mozas. Al jefe de policía apenas le quedaban uñas, de tan mordidas; pero si se les había de creer a algunas de esas honradas matronas de tan provechoso oficio para la república, a quienes aludía Cervantes, más sería porque las tenía gastadas de su uso natural. A Desamj) arados hacía mucho tiempo que no la había visto, pero al nene sí lo veía, y hasta días de más de una ocasión, porque como había de pasar frente a su casa para ir al colegio de párvulos, a donde ya se le enviaba- tal vez, más que para su provecho, para tranquilidad de los huéspedes- si eran momentos en que el doctor se encontraba en casa, le gustaba llamarlo tamborileando sobre los cristales del despacho que caían a la calle, para regalarlo con alguna fruta o golosina ligera, muy de su gusto. Y tanto que, ahora, ya no era preciso llamarlo, sino que el chiquillo, si veía abjerto el portal, y esto sucedía las más de las veces, se colaba pasillo adelante y llegaba hasta el aposento de don Luis, y, asomando su cabecita de enmarañados rizos por el resquicio de la puerta entornada, se interesaba por la provisión de ga. lletas O limas que había en la casa... Las dos primas se nos acercaron en aquel momento; venían enlazadas por el talle y la cabeza de Ana IVforía se reclinaba indolente y confiada en el hombro de Any. -1 ¿Vendrá usted mañana con nosotros a Hellín? -le preguntó Ana Afaría al médico. Si me dejáis un rinconcíto en el coche, y la vecindad de un viejo no os enfada... Tendrá usted su rincoticíto... Claro, un rinconcíto así de chiquitín, porque no se merece otra cosa. -Y por qué, hija mía... -Si se imagina ed que su presencia no nos es agradable, se ofende usted y nos ofende a nosotros... Su parte en la ofensa se la perdonará usted mismo, si quiere; pero la mía no se la perdono, y ya buscaré ocasión de vengarme... Don Luis sonrió complacido de aquella zalamera amenaza, y luego buscó la compañía de don Antonio, que lo aguardaba en su despacho para hablar de negocios y enfermedades, que es el más áspero negocio de la vida y aquel que resulta siempre en suspensión de pagos. Ana María, con la obligación de preparar lo necesario para la excursión del día siguiente, me dejó solo con Any. Era la primera ocasión en que yo me encontraba frente a frente con ella, después de aquel beso del día anterior, y me sentía azorado y torpe. Estábamos acodados sobre el mirador de la tei raza; la vega se extendía a nuestros pies en suave declive hasta el río, y las copas de los frutales se coloreaban con las últimas flores, bañadas de sol poniente. Habíamos quedado en silencio y llegaba hasta nosotros el rumor tormentoso de! río. Dónde está Otto? -preguntéj por sa- ¿lir de aquel embarazoso mutismo. -De caza, con unos criados. No lo llamó a usted, porque lo suponía descansando y no se atrevió a molestarlo. Y luego de otra p usa, como no encontrara motivo más original de conversación, murmuré: Hace una tarde magnífica. -iSí, deliciosa, sería agradable pasear por entre los árboles, a lo largo del rio, o escalar algún picacho de la sierra. -i Quiere usted... -i Bueno, sí, vamos... -pero después pareció arrepentida de su decisión. -No me acuerdo nunca de que estoy en España. ¿Qué van a decir si salimos solos a pasear? ¿Qué van a suponer si nos aventuramos, inocentemente, por algún laberinto de los pinares? -Tiene usted razón. Nos quedaremos aquí. El lugar es muy agradable, y para mí la compañía aun más que el lugar. -Sí, es posible, no me juzgo ii soportable, pero no paso de suponer eso... Usted está enamorado de mi prima. ¿Por qué lo niega? (Pprí ue no es verdad. -Lo dice usted tan sinceramente, que habrá que creérselo; pero más bien serán las dos cosas. ¿Cómo? -Sí, que esté enainorado y que usted no

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