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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-06-1935 página 208
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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-06-1935 página 208

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página208
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MARIANO TOMAS en lio. Habrá cientos y cientos de muchachos con más méritos... Yo contemplé su cuadro casi terminado: ana Santa Verónica que s tenía d paño milagroso y miraba, con las pupilas empañadas de angustia, hacia tm resplandor que se perdía entre la revuelta de una callejuela. ¿Más mérito? ¡Qué sé yo! Usted no ha visto lo que envían algunos tensionados! Ún día, en que yo andaba atareado con mis estudios, cruzó la puerta y se detuvo ante mí, indeciso. Yo alcé los ojos del libro. ¿Q u i e r e usted algo, don Roque? ¡Tiene usted que decirme álgtma cosa? -N o no, don Santiago... Nada, me voy. i. -Pero hombre, no sea usted así... Vaya, asiéntese! le dije, sefiaiándole un sillón al lado de mi mesa. Es que veo que he venido a interrumpirle... ¡Usted sí que tiene fuerza de voluntad, señor notario! ¡Llegará a donde quiera! Yó soy un desgraciado qtie me siento abatido por el menor contratietnpo... Mis aspiraciones no son muy ambiciosas y, sin embargo, no soy capaz de hacer el menor esfuerzo para lograrlas... Me veo para toda mi vida encerrado en un pueblo, de coadjutor, porque el estudio me asusta... En la pintura encuentro un consuelo, pero es sólo eso, un consuelo, una distracción para mí, no otra cosa; y luego hay días, como hoy, que tengo el cerebro ausente, como sorbido, y no soy capaz de coordinar una idea, ni siquiera de llevar el pincel hasta el lienzo. Me hacía falta la compañía de alguien y por eso he venido a interrumpirle. ¡Perdóneme! No, por Dios... ¿Le sucede a l g o? H a ble francamente, ¿le puedo servir? -No, le digo que no nie sucede nada... Es eso: abatimiento. -Pues, ea, alégrese, curita- le dije golpeándole familiarmente en el hombro- arroje lejos de usted esas ideas tristes... Yo, j sabe? Yo voy a ganar estas oposiciones... Cuando las gane seré en M R drjd casi un personaje. Entonces, mal han de venir las cosas para que mi señor don Roque no ocupe la primera capellanía de monjas que vaque en la corte... En esto entró en la estancia doña Carmen, precipitadamente, sin dar el discreto toquecito acostumbrado en ¡a puerta: -i Por Dios, don Santiago, le voy a pedir un gran favor; nó me lo n i u e! -Lo que usted quiera, hable, mujer, pero tranquilícese. ¿Es que está peor el nene? -preguntó, el cura, con semblante demudado. -Sí, señor; muy malico, está muy malico el pobrecico mío... Se ahoga la criaturica... i Vaya usted al casino, don Santiago, y tráigame en volandas a dorí Luis, a ver si puede salvármelo... Si voy yo no me va a creer... Y si está jugando no le va a áreer a Usted tampoco, pero usted se lo trae auhque no se crea nada de esto... ¡Dígale que es verdad que se ahoga, que si no viene se nos muere el nenel... Yó bajé des dos en dos. las escaleras y don Roque me siguió con un precipitado rumor de hopalandas. El manteo se le abría como dos alas, pero- su deseo le empujaba los pasos más que las alas mismas. Por el camino me fué hablando con frases entrecortadas ¿No sabía usted que estaba enfermo el nene? Ayer lo tuvieron que acostar con mucha fiebre... pero nadie se esperaba esto... Aunque yo, la verdad... no me gustó nada el aspecto del enfermico... Hoy aun lo encontré peor... Tal vez fuera esto lo que pesaba sobre mí y yo no sabía a qué atribttirlo... Debe de ser la difteria, ¿no? Se salvan muchos, ¿verdad? ¿Verdad que se salvan muchos? Y luego don Luis tiene mano santa para los niños: Sí, yo creo que aun llegará a tiempo... ¿No lo cree usted así también? Don Luis estaba muy ocupado en una partida de tresillo, y me miró receloso, por encima de las gafaSj cuando apoyada una mano en la mesa y otra en e! respaldo de su asiento, le rogué que nos acompañara a la casa donde con tanta premura se esperaba su auxilio. i Caramba, qué contrariedad! -contes- tó- ¿Está usted seguro de que no es una exageración de. esas, buenas mujeres? Lo ¡sentiría, porque hay una serie de puestas gordas y yo estaba en la buena racha... ¡En fin, vamos para allá! Se trata de un niño v eso para mi es más importante que todas. las apuestas... Yo entré con el doctor en el cuartito del enfermo. Su madre estaba al lado de la cuna, con el rostro pegado al rostro del niño, cantándole en voz queda y melodiosa, mientras sus dos brazos abarcaban la camita y la empujaban, haciéndola oscilar blandamente a un lado y otro. Cuando llegamos, se alzó sobresaltada y miró al doctor con sus grandes ojos negros, abiertos dolorosamente, y en su mirada había una súplica angustiosa. La abuela sollozaba, limpiándose los ojos con un gran pañuelo de hierbas. -i Sálvelo, don Luis, sálvelo... que no hay otra alegría para nosotras ya en el miundo! Miré a! buen galeno y vi en su cara un gesto de disgusto... -Nada, ya tenemos aquí al señor Kkup cómodamente instalado... Pero, ¡qué demonio... vamos a tratar de arrojarlo! El nene, cuya respiración penosa imitaba al chirrido de una sierra, se incorporó de pronto y gritó con una vocecita bronca y seca, mientras se abrazaba al cuello de Desamparados: -Mamá, mamica... Luego, sufrió un golpe de tos rasgada y persistente. Don Luis torció el gesto:

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