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BLANCO Y NEGRO MADRID 16-06-1935 página 166
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BLANCO Y NEGRO MADRID 16-06-1935 página 166

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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de imagittar que para que una moneda í rdure, basta qm su posición técnica, sea irreprochable. Si en un país, cuya situación económica y financiera se ve, abrumada por el exceso de gastos públicos, no se tiene la valentía de proceder con tiempo a las amputaciones necesarias, llega d momento en que, a pesar de todo lo que se haya dicho y preteiidido, es inevitable la desvalorización monetaria. Al juicio de los que no ven más allá de sus narices, la desvalorización evitaría la deflación. Para Jiablar más claro, se podrían. rehuir las reducciones de gastos inevitables, reduciendo el numerario. Sofisma puro que conviene desmentir con la verdad; y la verdad, ete qtie Ja amputación dte la moneda (a d o r n a d con el nombre de desvalorización) se resuidve con un impuesto a los rentistas, prestamistas, asalariados y a todos los poseedores de rentas fijas. Los únicos beníSciados ¡serían los contratistas- -aplicando la pailabra en el sentido que le da la economía antigua- y d Estado, que, por la valoración del oro que retiene su instituto de emisión, encuentra medio, imitando a aquellos que hace seis o siete siglos ordenaban a los pueblos que impusieran a Jas clases medias y a las modestas, un tributo, cuya repetición- -en comer y en ra, scar, todo es empezar- se verá tentado a exigir indefinidamente. En una palabra, la desvalorización no es otra cosa quie la deflación hipócrita, la deflación a traición, me atrevería a decir. Consigue, en efecto, disfrazar: los signos monetarios que, aún así, permanecen mtactos. No quiero decir con esto que debamos tratar, a costa de sacrificios diversos, de nivelar nuestra, moneda oon lasi de las grandes naciones que, sin haber estabilizado como lo hicimOis nosotros en 1928, han reducido a su vez, en proporoión mucho más pequeña, el alor de su instrumento de cambio. Pero esta es una operación de gran alcance sin relación álgiuna con los procedimientos improviiis ados que hunden a quienes en contra de ío que dicen y de lo que quieren, prefieren el camino fácil. La inteligencia que yo preveo no puede dejar de realizarse algún día, puesto que es condición primordial para el restablecimiento del comercio internacional, cuya lentitud actual asfixia poco a poco a todas las naciones. Buena falta hacía recordar, todos estos claros principios, antes de examinar los métodos que se pueden emplear para evitar el marasmo económico en medio del cual forcejeamos, o para atenuarlo, cuando menos. Atento a los remedios secundarios y eri primer término a la disciplina en la prodiicción, la giuerra a los abusos practicados por ciertos intermediarios, y sobre todo una reforma de la asfixiante, de la excesiva fisca (Cc yriffltt hy Tiator. Servicio eícctasivo paiización, no por ello estoy menos persuadido de pie no es posible volver con pie fir- ra BI. ANCO T NEGKO. me a la prosperidad en una Europa excesi. vamente poblada e industrializada, en tanto que los pueblasi del vñejo continente no comprendan que se impone su unión económica, reduciendo las barreras aduaneras. Explicaré mi pensamiento refiriéndonie a un estudio reciente, obra de personas altamente calificadas. Está demostrado con cifras que Europa, desde el Atlántico hasta Jos Cárpatos, produce un ló por 100 de trigo menos- del que consume. La crisis agrícola, en lo que se refiere a ese producto esencial, como eñ lo que atañe a otros muchos, se resolvería fácilmente si en vez de multiplicar las leyes. Jas restricciones, los obstáculos, etc. nos decidiésemos a constituir tm gran mercado, a hacer del viejo con, tireente ¡una unidad económica de vida propia desde el punto die vistíi agrícola y pudiendo, además, crear mercados estables para los industriales y üos artesanos. Quimeras del porvenir, sin duda alguna, de un porvenir lejano, quizá. Quimeras que deben, sin embargo, orientar a todos ios que no se resignen a ver algún día- -como sucederá fatalmente, si no entendemos estas cosas- -a las hormigas, amontonadas en el hormiguero europeo, aplastarise unas contra otras, por falta de espacio, por falta de medios die vida. Se me objetará que por qué hablo de imión en un momento en que la política ejerce estragos enormes; en un momento en que, según expresión del estadista inglés Sr. Baldwin, está el mundo cargado de odios. Indudablemente no puedo ignorar que los acontecimientos de estos últimos años, durante los cuales se desperdiciaron tantas ocasiones de conciliar a los pueblos, sobre todo en los pasados meses, han emponzoñado la atmósfera. No por eso tengo menos confia hzá en que la intíáígencia establecida al fin entre las grandes potencias occidentales, disipará poco a poco los rencores, afirmando, de acuerdo con la mayoría, ya que no con todos los países del centro y del Este de Europa, su voluntad de imponer la paz. Entiendo, naturalmente, que no podemos dormirnos. A la locura que ayer se intentaba predicar a los cuatro vientos y contra la cual me opuse enérgicamente, no debe suceder un sueño pacífico. Es preciso que nuestro país permanezca fuerte. Consciente de su vigor, fruto de muchos siglos de gloria, uniendo a Ja firmeza reflexiva una moderación inflexible, podrá, incluso aconsejar a Europa, encaminarla hacia la unidad equilibrada que condiciona su existencia y Ja salud de la civilización. Nosotros, que queremos tener siempre razón decía Enrique IV, expresando ese espíritu de medida qué es cualidad del pueblo de Francia. oíí Caülmx.

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