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BLANCO Y NEGRO MADRID 16-06-1935 página 94
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BLANCO Y NEGRO MADRID 16-06-1935 página 94

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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né E sentido siempre una gran simpatía hacia esas personas a las que corresponde, en el reparto de papeles de esta comedia vulgar que es la vida, un largo, un interminable monólogo que ensayan y recitan sin interrupción en la calle, en el café, en los parques públicos o en los andenes del Metro. Una gran simpatía y una enorme curiosidad. ¿Qué refiere ese hombre solitario que camina abstraído a cuanto le rodea y que habla en voz alta? ¿Es acaso un hombre superior que sabe ique nadie ptaede comprenderle? ¿Un sabio? ¿Un loco? ¿Un hombre atormentado por una gran tragedia o conmovido por un grave problema? ¿U n misántropo de la conversación? Sus pensamientos y sus recuerdos deben ser tan importantes, que el cerebro resulta mísera cárcel ipara ellos y escapan en palabras que nadie ha de oír. Ese hombre se basta a sí solo para resolver las dudas que él mismo pueda crearse y está a salvo de una discusión enojosa. Debe sentirse feliz. Encamina su oratoria por rutas firmes y agradables, elegidas de antemano, y tiene la seguridad de que nadie j odrá desviarla ni interrumpirla. Era vecino mío y muchas veces nos habíamos encontrado en la escalera o en í a calle. No repuso nunca a mi saludo. La mirada fija en un punto invisible para los demás y las manos a la espalda, pasaba junto a mí sin prestarme la menor atención. Creo recordar que la primera frase que escuché de sus labios fué ésta: ¡Ya se lo dirán a ellos en misas! que la segunda fué: ¡Esos del catastro... y que, en días posteriores, le oí decir otras tan extraordinarias como: A mí la Humanidad me pasea en coche Mañana es treinta y uno y Esconder la mano antes de tirar la piedra es una estupidez Un hombre interesantísimo. Vestía de negro y era alto, enjuto, cuarentón y calvo. Tenía las facciones enérgicas, el gesto adusto, más bien des radable, y el paso firme, decidido, paso de caminante solitario. Un bigote teñido, de largas guías, prestaba marcialidad a su rostro, cuya piel amarilla parecía estar siempre iluminada por un disco de los utilizados para regular la circulación. La portera, a quien interrogué, sólo pudo decirme que se llamaba don Teodoro V que vivía dos pisos más arriba que yo. H Sfe con una hermana, vieja también y totalmente sorda. -Quizá por eso se ha acostumbrado a hablar solo- -deduje yo. í- Por eso... o porque está chiflado, señorito; que, según me ha dicho su criada, habla durante todo el santo día y de no-

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