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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-06-1935 página 168
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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-06-1935 página 168

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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Los ojos, la longevidad y la salud Por SE M OY pechan que tienen una espada de Damocles suspendida sobre... sus ojos. Hay, efectivamente, algunos estados patológicos locales que modifican el comienzo del uso de cristales o el aumento progresivo de las dioptrías. La hipermetropia comienza antes, la miopía, después. Al volverse présbitas, por su edad, los miopes parece que mejor a n hay también miopes, los que lo son mucho, que podrán leer sin gafas o lentes hasta su fallecimiento, pero eso no es indicio de longevidad, sino consecuencia de su miopía. Los hombres (y las mujeres) de cincuenta o más años, que ven lo mismo que cuando tenían veinte, no deben alegrarse por ello. Lo mismo hemos de decir de los que siempre usaron anteojos y un día notan con alegría que no los necesitan. Aquella particularidad y esta aparente mejoría, no son indicio de longevidad, ni de mayor salud. Estaba por decir que todo lo contrario. En los momentos presentes, el profesor Conlela, maestro indiscutible de la oftalmología francesa, no oculta que una acomodación normal, pasados los cincuenta años, lejos de significar indicio de longevidad, presagia en la mayoría de los casos cataratas para lo porvenir. El mismo sabio desconfió mucho de las mejorías repentinas de la visión, que revelan un cambio brusco de la refracción de los ojos. Ese cambio rápido es, casi siempre, aviso de una enfermedad sería de la vista (gláucoma) o de un estado general defectuoso (diabetes) En estos casos, lo más peligroso es ir en busca de un óptico y adquirir cristales más bajos, con los cuales parece que todo va perfectamente, o que ha vuelto a la normalidad durante algún tiempo. Ko tardarán en reaparecer las perturbaciones, agravadas a pesar del cambio de cristales, y entonces será ya tarde para salvar la situación, cosa que un médico hubiera podido hacer, consultado oportunamente, es decir, en los primeros días de la mejoría supuesta, cuando se manifestó el cam. bio repentino de la acomodación de la vista y, por consiguiente, del ángulo de refracción. El milagro de acomodar la visión como las personas jóvenes, la alegría de ver mejor hoy que ayer, de leer más de cerca en 1835 que en 1834, sólo son circunstancias satisfactorias para los ignorantes. Cuando menos es de desear que el paciente sepa interpretarlas a tiempo, considerándolas como una excitación apremiante a consultar a un médico competente, que procederá a un reconocimiento minucioso, del cual deducirá las consecuencias necesarias para aliviar o curar una afección local, o mejorar un estado general, qup si se tardara en combatirse llegaría, tal vez, a ser incurable. -Semoy. E N todas las épocas, los ojos, negros o azules, les han parecido a los poetas el espejo del alma. Ahora les toca hablar a los sabios. Un matemático norteamericano, el profesor Bernstein, fisiólogo a! mismo tiempo, asegura que la facultad de acomodación de los ojos es una norma de longevidad. Teoría seductora es esta que podría trastornar bastante la ciencia médica. Conocida perfectam. ente, y desde hace mucho tiempo, es la relación que existe entre la edad de una persona y su facilidad de acomodación. La acomodación, como todo el mundo sabe, es la adaptación de los ojos a la vista de cerca, para leer, escribir o coser. La realizan el cristalino y un músculo en el interior de los ojos. Alrededor de los cuarenta y cinco años, empieza la decrepitad de los individuos blanquean sus cabellos, se salen los dientes de las encías, disminuyen sus energías, genérica y muscular. Y así es como los ojos normales advierten en tal época una disminución de su facultad de adaptación, y para leer es preciso alejar el texto. Las personas se vuelven présbitas, palabra derivada de un vocablo griego que significa vejez De esta manera se produce a los cuarenta y cinco años, próximamente, la presbicia, que va aumentando con la edad, de tal modo que a cada período de cinco años corresponde un cambio de cristales de potencia creciente, por lo general, de una dioptría más. La naturaleza no procede a saltos ni por capricho, y si la presbicia empieza antes o después, según el individuo; si se produce casi siempre poco a poco (puede ocurrir, aunque el caso no es frecuente, que se manif. este de pronto, a consecuencia de alguna emoción) en las personas que hayan pasado de los cuarenta años se gana rápidamente el tiempo perdido, y no se tarda mucho en necesitar los cristales que corresponden a la edad. Refiramos una anécdota para amenizar estas afirmaciones: E n un ingenioso cuento de su libro, Al pie del Sinai, cuenta Clemenceau, con su elocuencia habitual, que habiéndose introducido en su casa, y poco menos que sobrepticiamente, casi con violencia, un vendedor de anteojos, le dijo: Caballero, usted debe de tener cincuenta años y la vista débil y le puso por sorpresa unos anteojos, i Qué milagro- -exclama Clemenceau- pude leer sin esfuerzo la letra elzeviriana! ¡El velo que desde hacía algún tiempo empañaba mi vista, acababa de desaparecer! Cierto es que hay pelo que no encanece hasta pasado m. ucho tiempo (no nos referimos a los que lo llevan postizo) pero no existe visión que se libre del proceso normal acostumbrado. A los cincuentones que leen sin el auxilio de lentes, suelen compadecerlos sus compañeros de promoción; los que llevan cabalgando en las narices unos cristales, no sos-

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