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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-06-1935 página 194
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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-06-1935 página 194

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página194
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GEX. OVEVA- MARIA LUISA- MINA -Bien: pero Júpiter no era fiel a su mujer. -Y; i lo sé. uno si iü era, -Peor que peor. Ojo por ojo y diente por diente. -San Francisco de Sales, que evangelizó este país, no pensaba asi. Afirmaba que la mujer fiel santifica al marido infiel, y recíprocamente. Luis Serres mezclaba con facilidad lo sagrado con lo profaaio, los Santos con la mitología. Entre tanto, Alberto reflexionaba, al parecer, sin tomar parte en la conversación. Al levantarse de la mesa le dijo a su hija al oído: -Tengo que hablarte. Genoveva se sonrió: ¿Solicitas audiencia, papá? -Ño. Se trata de una prueba. ¡Ah! X. 3 muchacha adivinó la alusión. -Bueno, pues, entonces, en seguida, en la terraza. -No. En seguida, en tu cuarto. ¿Es algo reservado? -Muy reservado. Una hora después, mientras la señora de Minval reanudaba sus cuentas y se confundía una vez más; en tanto que Luis Serres, con la ventana abierta hacia lo azul de la decoración (agua y cielo) sin mirarlo, trabajaba en la redacción de una memoria histórica acerca del señor de Joinville, el padre y la hija se reunían en el cuarto de ésta, caracterizado por fotografías, perfimies y lelas. Habló ella la primera: ¿Se trata de Gerardo Lantenay? ¿Sigues oponiéndote? -Sigo; pero ahora te traigo la prueba que deseabas. -Y que continúo deseando. Que yo me convenza de su indignidad y verás cómo te obedezco. -Por lo menos, no estarás enamorada de él. -Todavía, no. -j Cómo todavía no? Por fortuna, eso se sabe en seguida. -lEso era antes. Ahora no, papá. Se tantea una, se contiene, con el deseo de no equivocarse, de no ser engaííada. Somos mucho más serios que la gente de tu época. Antes todas las muchachas se enamoraban de repente. Nosotras, no; sólo amamos cuando llega tel momento oportuno. ¿Y cuándo llega ese momiento? -Cuando encontramos juntas todas las cualidades deseadas. -Muy complicado es eso. Pero acércate más, xwrque lo que tengo que decirte es muv grave. Para él? -Para él y par i mí. Un poco sorprendida, obedeció a su padre. -Quiero salvarte, Genoveva, de la boda peor de cuantas pudieras hacer. ¿La peor? ¡Cualquiera lo sal I- -Sí, la peor. Antes podían los padres ahuyentar a los pretendientes indignos, pero ahora se les obliga a presentar pruebas. -Con, una basta. ¿Aunque sea dolorosa? ¿Aunque tenga que revelar lo que hubiese querido guardar secreto? -La felicidad de una hija es ima cosa lo bastante seria para prescindir de esos prejuicios rancios. -Por eso prescindo, Genoveva. Pero has de prometerme que no repetirás a nadie lo que vas a oír. ¡No te preocupes, papá! Seré muda... como un pez del lago. ¿Tan importante es eso. que tienes que tomar todas esas precauciones? -Vas a verlo. Te dije que Gerardo Lantenay hizo desgraciada a Aurora, su primera mujer. Tan desgraciada, que, poco a poco, se murió. -Nadie se muere de pena si tiene buena salud. I. a salud se pierde a la larga cuando a destruyen las indelicadezas y las mentiras de un hombre. Me has prometido hechos y no injurias, papá. Ahora vendrán los hechos. Yo conocí mucho a Aurora y adiviné su dolor. ¿Eras confidente suyo? No. Un día le expresé por escrito mi simpatía. ¿Tu... simpatía? -Forzoso es que te quiera mncho para revelarte ese pasado. Sólo te ruego que no me interrumpas y procures entenderme. Aurora de Lantenay era una mujer un poco delicada, pero sana, y hubiera podido vivir mucho en otro ambiente. Si cayó en aquel estado de languidez, fué porque era muy delicada y muy perspicaz, pero también demasiado recta y sensible para resignarse a vivir al lado de un hombre de posición brillante, pero desleal y malvado. -Has dicho íle posición brillante y no está mal. En efecto, recuerdo hal erla visto con su languidez, siempre tendida en una meridiana, con sus ojos tristes y su expresión desilusionada. Así era. -Tal vez fuese su enfermedad la cau. sa del alejamiento de su marido. -No, sino todo lo contrario, exactamente. Yo adiviné su pena interior. Se lo escribí, e hice mal. No contestó a aquella carta. Padecía sin rebelarse, y no quería que la compadecieran. No puedes figurarte la fuerza y la gracia que se reunían en ella. Genoveva se apoyó en un hombro de su padre. -Sí, papá; me lo figuro. No soy tan niña como supones. No, no eres una niña; eres una ¡oven bella y crecida, que practica a la perfec-

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