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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-05-1935 página 114
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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-05-1935 página 114

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página114
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de Ricardo con un salto atrás. Secos los nios y férreos los nervios, lo tomó enér; ico de un brazo para interroga; rle bramante: Luego, ¿tú lo sabes? -Si, señor, si... Y entre lágrimas y suspiros, apa? ada la voz, Ricardo hizo al viejo su confesión amplia. El padre hubiera querido sucumbir en aquel momento; que el mar, todo fauces y voracidad, hubiera tirado de él hacia el fondo. Pero después de jjolpearse iracundamente el pecho, tras un breve silencio reflexivo, preg untó: ¿Te engañaba ella? -Sí, señor... -Y a él, ¿por qué no lo mataste también? Huyó! Hubo otra pausa más pro! on, ada. Sollozaba el hijo y ru ía el padre. Hasta que, espoleado por el temor de las consecuencias que habrían de sobrevenir, interrogó Caracol: ¿Y ahora... Ricardo repuso con desconsuelo: -Ahora, s n ella, qué más da todo... No pudo continuar. Señaló al mar profundo, obscuro y misterioso, en cuyo seno hallaría el remedio eterno para su mal. Y, resuelto, fulgiéndole la desespepación en la mirada, intentó arrojarse. Caracol lo impidió bravamente. Con la abnegación de los héroes maldijo a la hija pérfida y dio consejos y esperanzas al mozo honorable y valiente que tenía delante. Debía seguir v viendo. El mismo le ayudaría en la huida a otros lugares donde pudiera olvidar... Y, rema que rema, enfilaron la alta mar, por más allá del faro que desdoblaba sus cendales de plata, una y otra vez, acompasadamente, sobre la inmensidad abrazada del cielo y ei agua. Doblaron después el otro lado del acantilado, y todavía, hora tras hora, siguieron remando incansables. Iba muy vencida la noche cuando, por fin, lograron ganar la ansiada frontera. Reacio aún el apenado mozo, se sintió empujado al borde por las manos del tío Caracol. La amable llanura extranjera se extendía ante ellos acogedora. Y, en silencio, sobre aquella tierra segura se despidieron, acaso para siempre, confundidos en un abrazo largo y tierno. Mas todavía, antes de separarse, sacudiéndose ia emoción desfalleciente, con viril ahinco, ei anciano exigió solemne: ¡Júrame que, si un día puedes, habrás de matarlo! i J- Xi juro, padre! No hablaron ya una sola palabra más. Se separaron, al cabo, sin volver la vista; el mozo se perdió tierra afuera; el viejo, mar adentro. Y como había que llegar al puertecillo antes que clareara, el tío Caracol aceleró los remos, poniendo en juego el resto de energías que le quedaban, y raudo y seguro, sin vacilación ni quebranto, con la fir-

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