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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-04-1935 página 186
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BLANCO Y NEGRO MADRID 28-04-1935 página 186

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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t 04 PERDIDOS EN VENUS CAPITULO LA HUIDA XIX No se me permitió acompañar a Duare al reconocimiento. Dejáronla al cuidado de la misma mujer que se encargó de la custodia de Nalte en caso análogo: Hará Es. En el afán de abreviar el tiempo que habría de transcurrir hasta conocer el resultado definitivo, me dirigí al hangar con propósito de inspeccionar mí aeroplano. El examen me satisfizo plenamente: el motor funcionaba casi en silencio. Me costó improbo trabajo contener mis impulsos de efectuar un uelo de prueba, pero me encontraba abrumado por una angustia- muy honda... La suerte de Duare constituía para mí una obsesión, a la que no me era posible sustraerme. Me pasé una hora en el hangar coinpietamente solo; mis ajnidantes se habían ya reintegrado a sus habituales trabajos y obligaciones desde el momento en que el aparato quedó en disposición de funcionar; y nervioso y descompuesto, abrasadc de impaciencia, regresé a la casa que compartía con Ero Shan. No se encontraba éste en ella; intenté leer, pero aunque seguía con la vista los extraños caracteres amtorianos, mi imaginación estaba llena de Duare, de su situación, de la suerte que pudiera estarle reservada... Abandoné la lectura y bajé al jardín, con ánimo de pasear: un terror infundado me envolvía, oprimiéndome el corazón y anulando mi presencia de ánimo, que casi nunca me fallaba. No puedo precisar el tiempo que duró mi paseata, pero, al fin, la rumia silenciosa de mis tristes presentimientos fué interrumpida por un rumor de pasos en la casa. Ero Shan venía, sin duda, hacia el jardín. Jío hice más que verle, y en la expresión de su rostro leí la confirmación de mis temores. Se acercó, poniéndome una mano en el hombro y dicíéndome: -Os irzigo malas noticias, amigo mío. Lo sé; mejor dioho, lo leo en vuestros ojos. ¿La matarán? -Es una grave equivocación- -dijo con pena- pero hay que acatarla. El tribunal cree honradamente iue de este modo sirve mejor los intereses de la ciudad y de la raza. ¿No hay nada que pueda aún itrteníarse? -Nada- -replicó- Todo es inútil. ¿No me permitirían sacarla de Havatoo? -N o están tan asustados de la posible y contagiosa influencia de Skor y sus experimentos, que no dejarán con vida a nadie que haya estado en sus manos. ¡Pero Duare no tiene nada que ver con Skor! insistí, desesperado. -Sin embargo, ellos dudan que así sea; creedme: no hay nada que hacer. ¿Creéis que me permitirán verla? -Es posible, porque la sentencia no se cumplirá hasta mañana. ¿Querréis gestionar esta entrevista y hacerme un nuevo y señalado favor. Ero Shan? -Sí, por cierto; lo haré con mucho gust o esperadme aquí, que voy a ocuparme ahora mismo de ello. Jamás pasé horas tan amargas como aquellas en que estuve esperando el r r e s o de Ero Shan. Jamás tanipoco me sentí tan desesperado ante un peligro; si aquello hubiera ocurrido en un país como el mío y con hombres como yo, ¡habría sido todo tan distinto! Allí había que descontar la posibilidad de llegar al corazón de los jueces con una sincera y eficaz defensa. La fría lógica de sus razonamientos hacía de sus cerebros una fortaleza imposible de asaltar, y el corazón... ¡Otti! Aquella humanidad tan perfecta, tan equilibrada, parecía haberlo atrofiado. Sin embargo, aun abrigaba no sé qué recóndita esperanza. Me parecía tan monstruoso el que Ehmre fuese sacrificada, que mi cerebro era un caos, en donde las ideas se am. ontonaban sin orden ni concierto. Anocheció, sin que Ero Shan regresara. Cuando le vi aparecer, no denotaba su semblante una impresión definida. Su aspecto era grave y fatigado. -i Ero Shan... por piedad! -le supliqué, ansioso- ¿Se ha confirmado la sentencia? ¿Conseguísteis algo? -Personalmente, he hecho cuantas gestiones creí necesarias; ha sido pr iso licitar hasta el Sanjon, pero, al cabo, conseguí el permiso para que podáis visitarla. -i I ónde está? Cuándo puedo verla? Yo mismo voy a acompañaros- -respondió. Una v ez acomodados en su coche, le pregunté cómo había podido conseguirlo. Llevé a Nalte conmigo- -me dijo Ero Shan- Sabe, mejor que nadie en Havatoo, de vos y de Duare. Hubo un momento en que llegué a creer que sus palabras y su fuerza de convicción iban a persuadir al Sanjon a que revocase la sentencia fatal, y sólo en atención a su ruego concedieron la entrevista que vais a celebrar.

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