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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-04-1935 página 94
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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-04-1935 página 94

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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OTRAS TES A BLEGANTES lA ASISTENIÍA GAK BRAS: a DÍESA AÍITOINE r B VITANT, MME, JBAK RIANT Y MME, OE MOHANES Faucigny, que lucía un vestido azul Sajonia; la princesa de Broglie, cuya blusa dorada se ve de lejos y se admira de cerca; la marquesa de Ghabannes, refugiada en un abrigo de piel de pantera, tipo de vestidura deportiva; la señorita de Nion, vestida con finísima estameña beige sonrosada, y con una deliciosa boina de paja de color parecido, muy saliente por delante; la baronesa Snoy, de verde jade, de pies a cabeza, a quien, por cierto, hubiera querido yo agradecer su audacia que contrastaba tan felizmente con los demás indinnentos. En las otras concurrentes se advierte tranquilidad, mucha tranquilidad; se las ve indiferentes al espectáculo, parece que han venido para pasearse, para admirar y ser admiradas, al mismo tiempo. ¿Me guardarán rencor las bellas damas a quienes me propongo citar entre esa clase de pas- eantes? Es posible, pero soy periodista, ante todo, y tengo que decir la verdad a los que me lean, si es que me lee alguien. Así, pues, en el paddock he visto a la baronesa de Lepic, que vestía un magnífico tres- cuartos de armiño rubio, y lleval) i un sombrero grande, de paja negra amjílianiente adornado con plumas de avo del paraíso. Pasa una lindísima piel de vison, que corresponde al adorno de la baronesa de Bastard, con el cual hace juego su lindo sombrerito de panamá. ¿Cómo no ha de llamarme la atención Ja señora de Morales, tan atrevidamente tocada con una boina alta y pudiéramos decir que vestida por completo con pieles de zorro plateado? Llega la baronesa de Rouville con una levita a rayas, beige y marrón, adornada con piel de castor abundantemente; cambia algunas palabras con la condesa de Lesseps, que viste de negro acolchado, bordado, calado... y no sé cuántas cosas más. La presentación de los caballos e? como siempre, sensacional. Para verlos se reúne una verdadera multitud. Todos discuten su línea, profetizan su suerte, recuerdan sus éxitos pretéritos y los ruidosos fracasos que sufrieron en días desgraciados. Parece que los que hablan más son los que menos en- tienden del asunto; las señoras no vacilan n dar pruebas de una competencia que estoy decidida a no tener en cuenta, en el caso de que me resuelva a apostar. Me figuro que los cien francos que he traído con este objeto van a permanecer en mi bolso, donde me gustará mucho volver a verlos cuando regrese a mi casa. A propósito de esto, oigo citar un ejemplo único de suerte, verdaderamente increíble, pero que es preciso creer, porque el caso es auténtico: un jugador apostó la modesta cantidad de cien francos, repartiéndola entre cuatro caballos ganadores y colocados, en una combinación conocida de miicha gente. Para los que la ignoren les explicaré que, cuando se apuesta así se pierde el dinero si no ganan, todos los caballos. Pues bien, por una ca sualidad (no hay quien me quite de la cabeza que lo sucedido sólo puede achacarse a la casualidad) el hombre a quien me refiero percibió, l cabo de dos horas, la magnífica suma de 480.741 francos. En los momentos en que el dinero se derrite en la mano, aun cuando la mano esté cerrada; mientras los valores pierden importancia de día en día, ésta ha sido uña! inversión verdaderamente sensacional. La cosa no es muy moral, y temo que muclios alocados quieran imitar a aquel hombre feliz, y se dejen desplumar inocentemente. Va cayendo el día. Los arriates y las balaustradas floridas, tan brillantes hace poco, empiezan a perder su esplendor. Las praderas, la alfombra de hierba, son más opacas cada vez; se obscurecen las casacas rojas o azules de los menudos jockeys. ¿Disminuye también la belleza de algunas damas? No. A cualquier hora V en cualquier sitio la mujer que quiere ser bella sigue siéndolo en tanto que ello dependa de su voluntad. Se va el público. Los automóviles dejan oír sus bocinas; dentro de poco el espléndido hipódromo de Longchamps quedará desierto, pero esta apertura que marca la reaparición de la gran vida parisiense, ha de durar todavía muchp en la memoria de los que la han vivido. r. c, (DIBUJOS DE S. DE TEJADA)

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