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BLANCO Y NEGRO MADRID 07-04-1935 página 169
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BLANCO Y NEGRO MADRID 07-04-1935 página 169

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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9 empezó a levantarse, dejando a! descubier- de esta fauna amtoriana, y hay que preveto, ante mis ojos atónitos, un enorme cuer- nirse contra posibles riesgos. no, proyectado hacia afuera en forma hoPor entre aquel delicado follaje nos dirizontal aquello constituía, por lo visto, la rigimos al bosque, admirando la extraña defensa única, bien terrible por cierto del belleza de los troncos, con su corteza esmonstruo. nwltada, en blanco, rojo, azul y amarillo. No me inmuté: mi experiencia con los Ya vislumbrábamos un riachuelo, cuya animales de la Tierra me había enseñado corriente fluía lenta entre sus orillas de coque son muy pocos los que atacan si no se lor viloeta, cuando vi un animal pequeño les provoca, y yo arriesgué mi vida, como bebiendo en él. Tenía las dimensiones de si en Vfemis rig- iesen las mismas normas. una cabra, pero no creo- gue lo fuera. Sus El animal parecía indeciso, como sin sa- puntiagudas orejas se agitaban en constanber qué partido tomar. Se elevaba ante mí te movimiento, comió en acecho siempre al como una montaña viviente y sentía sobre más insignificante peligro. La cola era comi pie! desnuda su cálido aliento. rno estopa y se movía nerviosamente. CirLa bestia me olfateó a su gusto. Gruñp cundaba su cuello nn collar, compuesto por con fuerza y sentí el roce escalofriante de una docena de cuernos cortos, que apuntaaquel cuerno terrible; éste descendió lenta- ban en línea recta. Extrañóme Ja colocamente, ocultándose de nuevo. De pronto, y ción de estas defensas, sin comprender su después de un resoplido, el animal dio me- utilidad, hasta que, de pronto, recordé la dia vuelta y salió a galope, dando saltos garganta del veré, de la que acababa dé y cabriolas, dignas de un gamo o de un tra- escapar por milagro. Aquel collar de cuervieso becerro. Y aquella mole hacía el efec- nos en punta habría desanimado seguramento grotesco de una locomotora aue saltase te a cualquier monstruo de aquellos que se a la comba. tragaban las piezas enteras. Cuan lo retrocedí hacia el bosque, vi en él i Con la mayor suavidad emipujé a Duare a Duare contemplándome con ojos dilatados y pre. sa toda ella de un temblor nervioso. detrás de un árbol y me arrastré hacia ade- ¡Sois muy valiente- -me dijo; su enojo i lante, colocando una flecha en mi arco. había desaparecido, por lo visto- Ya com- Cuando me disponía a disparar, el bicho alzó prendo que os quedasteis atrás para darme la cabeza, dando media vuelta. Me había tiempo de ponerme en salvo. oído, sin duda. Su cambio de postura dejó- -Pude hacer mucho más de lo que he al descubierto el costado izquierdo y apunhecho- -le aseguré- y ahora que todo ha té directamente al corazón. pasado, vamos a ver si encontramos algo! Acampamos allí mismo, junto al río, copara comer. Por de pronto, debemos buscar miendo suculentos filetes y frutas deliciouna fuente; acercándonos a ella, veremos: sas y bebiendo el agua cristalina del pequea todos los animales que vayan a beber, y ño manantial. Aquellos contornos eran ideales. Pájaros extraordinarios nos arrullaban escogeremos el que mejor nos convenga. Aíquí, en el llano, hay bestias peque- con sus armoniosos cantos; raras especies ñas- -indicó Duare- ¿Por qué no cazáis arborícoras balanceábanse en los árboles, y con sus melodiosos y dulces cánticos ameaquí? Efectivamente, las hay; pero no así nizaban nuestro reposo. árlwles bastaníes- -repliqué, rie ¡ndo- Va- -Este sitio es encantador, divino- -dijo sabéis que para cazar necesitamos, sobre Ekiare con entonación soñadora- Ahora si todo, árboles. Yo no estoy muy a! tanto que desearía no ser la hija de un jong... EDCAR RICE EURRQUG HS CAPITULO EL CASTILLO DE LA MUERTE VI i Ninguno de los dos deseábamos abandonar lugar tan delicioso, y en el que perroanecirnos dos días enteros, mientras yo confeccionaba armas para Díuare y una nueva lanza para mí. A imitación de aquella plataforma que nos sirvió de refugio providencial la primera noche que pasamos en la selva, construí una en un árTx l cuyas ramas caían sobre el río; durante la nodlie nos hallábamos allí relativamente seguros y arrulla- dos siempre por la música suave que formaba el murmullo del agua y el piar de los pajarillos, aunque frecuentemente interrumpían nuestro sueño los rugidos de las bestias carnívoras que iban al merodeo, o los lamentos de sus víctimas, cosa harto desagradable. Era la última noche que acampábamos en aquel lugar, y desde nuestra plataforma contemplábamos los i ces, que jugueteaban entre las aguas del riachuelo. -Aquí, en este paraíso, sería yo completamente dichoso, con vos, Duare- -me aven-

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