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BLANCO Y NEGRO MADRID 07-04-1935 página 168
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BLANCO Y NEGRO MADRID 07-04-1935 página 168

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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P E R D I D O S EK V E K U S -58 el fondo del vaiic, que distaba, próxima- probado que el hombre es el ser de la creamente, una milla, pisando una- hierbecilla ción que menos corre. Mientras poiiíamos en práctica nuestra blanda, suave, de color violeta pálido. Por doquier crecían flores en infinita variedad idea, volvíamos la cabeza constantemente, y profusión de colores: las había rojo, púr- por si acaso. El enorme animal caminaba pura, amarillo pálido y azul turquesa. Las con extraordinaria pesadez, sin apresurahojas no eran verdes, sino de un matiz ex- miento ni excitación; pero su larga andadura hacíale acortar por momentos ia distraño no conocido en la Tierra. Todas estas cosas producían en mí una tancia que nos separaba. Vi que consegiiisensación de é. Ktasis. de anulación de los fía alcanzarnos antes de que llegásemos al sentidos. Es nuiy difícil que yo pueda ex- bosque. y yo no podía liacer frente con mis plicar lo que es un color que jamás he vis- flechas diminutas a monstruo dé tai corto, y TOudio menos un olor desconocido en pulencia. ¡Apresurad el paso, Duare! -ordené, absoluto para mí. Imagínese un paisaje totalmente distinto de los que admiramos en imperioso. Obedeció, pero a los cuatro pasos se volla Tierra... Arriba, a niebla envolviéndolo todo con su nevada espuma, que coronaba vió, dicitndome: ¿Es que no venís? y mordía las lejanas montañas... Abajo, -No estamos para di, scusiones- -dije con aquellos campos de glasto niorado... el bosque, con sus reflejos multicolores... Ni una un poco de aspereza- haced lo que os densa sombra, ni tampoco una brillante lu- mando. Se detuvo, esperándome: minosidad... Todo era incitante, subyuga- -Lo haré- si quiero- -me dijo- y no dor y hermoso en extremo, e invitaba, a la curiosidad para sorprender a cada momen- estoy dispuesta a autorizar este sacrificio to con una nueva aventura, una nueva be- por mí. Si morís, moriré con vos. Además, me j erniito recordaros que soy la hija de lleza de encanto indefinible. Todo el terreno que nos rodeaba estaba un long, y no estoy acostumbrada a recibir cuajado de árboles de todas clases y for- órdenes de nadie. -i Pero si precosansetite lo que yo quiero mas. Entre ellos, pastando o vagando simplemente, empezamos a ver animales nue- es protegeros, defenderos, Duare! No necesiio para nada de vuestra provos 5 diferentes, no va de los de la Tierra, sino aun de los que había conocido en Ve- tección: prefiero morir, antes que verme nus. En ellos estaba representada una pro- tratada de est- t manera... ¡Soy la hija de fusa variedad de familias y géneros. Y no un jong -iMe lo habéis repetido tantas veces! creo capaz a ningún naturalista de retener en la memoria las múltiples especies que- -dije con frialdad. Echó a andar dcprisa. sin ocuparse para acusaban, ni sus diversos tamaños y fornada de nú. Aun sin mirarla ai rostro, remas. Unos eran grandes y pesados; otros, pe- flejába. se en su continente la dignidad y ia queños y débiles. La distancia no me per- rabia contenida. Volvi la cabeza; el poderoso animal hamitía apreciar ¡os detalles: pero me decía el corazón que entre ellos habría, sin duda, llábase ya a cincuenta pasos de nosotros, algunos que constituirían serio peligro para exactamente la distancia que nos separaba del bosque. el hombre. Druare, de espaldas, no podía verme, y- Veo fltie aquí no nos va a faltar que decidido a todo, me detuve, enfrentándome comer- -insinuó Duare. ¿Serán comestibles? -contesté, riendo. con el coloso, mientras daba tiempo a que- ¡Ya lo creo! Tengo ia seguridad de ella pudiera encaramarse al primer árbol que aquel grande, que está tejo el árbol es que encontrara. Cogí el arco, pero llevaba las flechas en delicioso: aquel que nos mira. Y señalaba a un animal enorme y vellu- el carcaj que tan groseramente había condo, del tamaño de un elefante, i Qué buen feccionado y que pen iía de nri hombro derecho. humor tenia Duare! Comprendí, sin embargo, ue el único- -Tal vez esté él pensando lo mismo de efecto que causarían mis pobres flechas en nosotros -repuse- ¡Ya viene! Efectivamente, el enorme animal se acer- aquel animal gigantesco seria el de ponerle furioso. caba a nosotros. La bestia, a! ver que le bacía frente, no Corremos? preguntó Duare, -N o sería contraproducente y fatal. cambió de actitud y siguió aproximándose. Bien sabéis ue el instinto de los animales Dos ojillos, pectueños para su inmenso cueres perseguir al que corre o les huye. Creo po, me miraban fijos; mantenía tiesas las que lo mejor es continuar en nuestro pues- orejas, semejantes a ¡as de kiN nwias, y las to, de cara a la selva, sin aparentar ventanillas de la nariz le temblaban anhelotemor alguno. Si la fiera no corre, ten- samente. Mientras se aproximaba, no deja a vo dremos tiempo de llegar al Iwsquecillo de allá lejos; si corremos, él lo hará también. de observarle. L na huesuda protulierancia, y es seguro que nos alcanza, pues está com- jue se extendía desde su frente al hocico.

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