Archivo ABC
ArchivoHemeroteca
BLANCO Y NEGRO MADRID 07-04-1935 página 163
BLANCO Y NEGRO MADRID 07-04-1935 página 163
Ir a detalle de periódico

BLANCO Y NEGRO MADRID 07-04-1935 página 163

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página163
Más información

Descripción

EDGAR RI. CÍ BüRROlUGHS mas, ya que por aquí los árboles están muy espesos. ¿Y voy a abandonar mis armas? -pregunté. í Oh, las olvidaba! ¡Claro Que n o! Durante lo menos, media hora, no cesó él basto de mugir y escarbar; después tumbóse tranquilamente al pie del tr bul iue nos servia dp refugio. Permaneció así un laryfo espacio de tiempo, durante el cual los mijuitos se nos hacían interminables. -i Cuidado, I aare! -exclamé, al observar un ligero njovimiento entre el follaje, detrás del basto. Que es -üo? -Hpreguntó Duare. -lAlgo qnc se desliza en silencio por entre ios matorrales. -Carson, creéis que pueda ser algún otro animal de presa que venga siguiendo nuestro rastro? o hay que apurarse; estamos n, lo alto de un árbol- -dije, tratando de tranquilizar a mi companera. -Sí; pero también hay bestias que suben a los árboles. ¡Si al menos tuvieseis armas! Si ese basto mirara para otro lado, siquiera por unos momentos, bajaría por ellas. -i No, eso n o! ¡Cualquiera de los dos os atacaría! ¡Mirad, I uarc! ¡Es un tharban! -murmuró, empavorecida. La faz terrible del feroz carnívoro dejóse ver, por fin, entre los matorrales, muy cerca del basto, aunque a espaldas de éste, que no se había dado cuenta de su llegada. -Tranquilizaos. -no se ocupa de nosotros está vigilando al basto. ¿Creéis eso? y Düare iba, a continuar, cuando ahogó sus palabras im alarido estridente, capaz de poner pavor en el ánimo mejor templado. Salía de la garganta deltharbaTi, que. como siempre, anunciaba así su acometida, mientras se disiponía a caer sobre, el basto; éste, aun poniéndose en pie, tenía enorme desventaja en la lucha: pero no le dio tiempo a nada, pues el tharban cayó pesadamente sobre e! lomo de su enemigo, clavándole colmillos y ga rras con feroz ensañamiento. Los rugidos de ambas fieras se mezclaban en horrendo concierto, lleno de furia salvaje, qíie parecía hacer retemblar el universo todo. Rodó por tierra el basto, frenético de dolor, tratando de hundir sus cuernos en el monstruo que le aplastaba. El tharten, en tanto, repetía sUs ataques, ahora en pleno rostro de su contrario, rasgando las carnes de su rival con sus garras terribles, arrancándole tiras de piel y hasta haciéndole saltar un ojo de un zarpazo. El basto, con la cabeza deshecha y ensangrentada, se arrojó por sorpresa y con felina agilidad sobre la espalda de su verdugo; pero el tharban, atácándoíe fie cos- 33 tado, le derribó, mientras aqaéí trataba de levantarse. La lucha era muy desigual. Por fin, el basto, en un esfuerzo supremo, enganchó ai tharban con ios cuernos, lanzáixdolo contra la ramas de utí árbol, como poco antes había hecho conmigo. Un rugido infernal de odio y rabia lanzó el caxnívoro, a poca distancia de nosotros, sobre unos ramas próximas. Pero no pudo sostenerse en ellas, y cayó pesadamente al suido. El basto le esperaba en actitud de embestir. Gayó sobre él el tharban, que, ya preparado, resistió la embestida, engandhándose al cuello de su. enemigo con colmillos y garras, desgarrándolo y sacudiénddo despiadadamente. El basto seguía en sus feí- oces embestidas, dando cornadas a diestro y siniestro, percf ya estaba vencido por completo, de lo que el tharban se aprovechó para acabar de des- r trozarlo. Revolcándose en un charco d e sangre, herida mortalmente y ciega ya por la pérr dida de! l único ojo que le había quedado, rodaba la fiera en im grotesca pirueta de muerte. Pero el tharban, loco aún de rg, biq, seguía colgado a su cuerpo, desgarrando sin piedad aquel sangriento despojo, y sus rugidos, raejsclándose con los de agonía del basto moribundo, sobrecc ían el ánima Sftbitamente el basto dejó de rodar y abrió las patas, respirando anheloso. La sangr? brotaba a borbotones de su cuello. su fin e. aba próximo, y j a sólo me admiraba la increíble tenacidad con que la fiera se resirtía a morir. Estremecíase aún. émíbistiendo a ciegas, y en un empuje terrible, tuvo fuerzas para zarandear; el tronco del árbol en que nos habíamos refugiado. La rama que nos servía de asiento se tambaleó violentamente, como azotada poir un recio temporal, y sin que nué itros síuerzots pana sostenernos sirvieran de nada, vinimos a caer sobre ambos animales; pero ya no, había cuidado. Ninguno, de los dos monstruos tenía fuerzas para nada. El tharban había sido aplastado entre el tronco del árbol y la maciza cabezota del basto; y éste murió, saljoreando, sin duda, el tremendo desquite tomado sobre su rival. Por suerte, Düare y yo liabíamos salido ilesos de nuestra caída. No os quejaréis de los espléndidos resultados de nuestra cacería- me díjo- Ya tenemos carne de sobra. -Kamiot me dijo que no había nada más exquisito que la carne del basto, asada con fuego de leña. -Pero sin un cuchillo- -observó Duare- de nada nos sirve. Fijaos en esta piel; es durísima. -i Un momento! -grité, atiriendo una bolsa de cuero que lievaba col. gada al hombro. Tcn. go aquí una piedra pimtiagruda, de PtiEGo n i

Te puede interesar

Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.