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BLANCO Y NEGRO MADRID 07-04-1935 página 84
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BLANCO Y NEGRO MADRID 07-04-1935 página 84

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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a su avanzadísima edad; el alma de este hombre no ha debido envejecer, porque se mantiene erguido y firme su cuerpo. Me sonríe, repitiendo la frase, como un consuelo por la muerte de fray Acacio: morir habanos, y mientras nos dirigimos a la puerta, ie explico que no conozco al muerto, ciue no le vi nunca en mi vida; él me escucha y sigue sonriendo sin hablar. En llegando al vestíbulo se inclina reverente con un saludo lleno de gracia v distinción, da media vuelta y desaparece, cerrando el postigo dei encantador jardín. Ya está a uii lado el hermano portero; a éste ie permite hablar su calidad de lego, de la que tal vez no quiso salir por evitar la tortura dei silencio y con él pego la hebra, pero no sabe de! padre Acacio sino C ue llevaba treinta años en la Cartuja, que era un santo, ue hacía grandes penitencias v que- ellas le ¡labían trocado el cuerpo, de alto y robusto imc éí le conociera, en desmedrado y empe ueñecido. Que muchas veces habíale c! Prior, en los pocos días del año jue se permite hablar, reprendido por su exagerado sacrificio, pues nunca durmió sino sobre el suelo ni comía más de un cuarto de la ración. Con estas referencias no me dio el locuaz hermano ninguna luz que iluminara las tiniel) las de mi memoria, pero entregóme un soiire, por encargo del padre Prior: estaba sin cerrar, y vi por la abertura parte del grabado de una estampa; preocupado t or quién potlría ser fray Acacio, guardé el sobre en el bolsillo y tomé el camino de la estación para regresar a Madrid. En e! tren seguí concentrando mi pensamiento para encontrar alguna relación entre el rostro cadayérico del fraile y el de cuakiuier persona que hubiese conocido treinta años antes; no recordé ninguna que se le pareciese. Maquinalmente, saqué la estampa; una reproducción tipográfica del famoso Cristo de Velázquez; en e! reverso, donde esperaba hallar una oración, había un escrito, en letra muy irregular, como trazada con el pulso inseguro de un enfermo; decía: Ultimo adiós a su capitán, de fray Acacio, sargento León Peralta en el mundo ¡Ave María Purísima -exclamé asombrado, sin darme cuenta de C ue no estaba solo; una señora anciana que iba frente a mí, respondió a mi espontánea exclamación con un sin pecado concebida que me volvió a la realidad. ¡El sargento Peralta, el más valiente, el más guapo mozo de mi compañía, convertido en aquel misero frailuco, todo pellejo y huesos! ¿Quién lo habría conocido r En seguida me expliqué su recuerdo de mí y aun la razón de que aquel entonces gallardo nitichachote se metiese a fraile. ifabía pasado mudio tiempo, cinco años más de los treinta c ¡ue llevaba eii la Trapa. Fué en iS 7, cuando encontrándose mi compañía destacada en el puertecito de Mariel, extremo de la trocha de Pinar del Río, se me presentó un amanecer el sargento Peralta, al que yo creía en el hospital de la Habana, curándose de una herida grave. Mi sorpresa al verle llegar solo y comprender cjue había caminado de noche y sin armas por un territorio en plena insurrección, me movió a preguntarle ceñudamente la causa de su extraña llegada. -Estoy huido, mi capitán; he matado a un hombre- me dijo con voz serena- lia sido por salvar la vida de una mujer y también mi propia vida. En ebacto, me refirió la historia; la historia vulgar, semejante a tantas, otras; un amor clandestino, un marido celoso, un anónimo, la sorpresa, la lucha, un muerto. Y qué vas a hacer ahora? le pregunté apesadumbrado, porfiue Peralta era un nmcbacho excelente, un soldado ejemplar. -No lo sé, mi capitán; por eso he venido a entregarme a usted, a pedirle consejo yo no voy a presidio; roe pegaré un tiro. Me das tu palabra de honor de que las cosas han sucedido tal y como las cuentas? -Palabra de honor, mi capitán- -y desabrochándose la guerrera y la camisa, mostró abierta una herida como de puñal, que le había corta o la superficie del pecho encima del corazón. -Bueno, descansa ahora, sí puedes; mañana se cala aquí con víveres el cañonero que va a Santiago de Cuba; yo le pediré al comandante que te permita embarcar, pues tienes parientes en Santiago, y permiso para convalecer de tus heridas; de Santia. go salen diariamente barcos a Cayo- llueso; to vistes de paisano, y, como puedas, a rehacer tu vida. Esto es una deserción, a la que yo mismo te induzco y una ocultación delincuente en la que incurro; tú eres bueno y sabrás apreciar (lue obro contra ley, pero conforme a mi conciencia, siguiendo los impulsos del afecto que te has sabido ganar con tu conducta a mi lado; no hablemos más. Todo salió conforme al plan; desde Santiago de C uba y desfigurando la letra me cscril) ió diciendo iue partía para Xueva York. No volví a verle, hasta que eché sobre sus blancos háhitos un puñado de tierra. IT infeliz no había olvidado a su capitán. Por la transcripción. Luis Bermúdez de Castro.

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