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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-03-1935 página 206
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-03-1935 página 206

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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EL B. ML. íiJÍIN MXJNDÁSO XII La carta era insólita y sis nificativa, por! a cxtrañeza de las contradicciones reveladas en quien la firmaba con aquel apelativo irónico e implorable a la par; por el sentimiento del honor, que expresa! capaz ele ios sacrificios más magníficos, y la incurable frivolidad; la delicadeza extremada hasta ios más novelescos escrúpulos y la afición apasionada ai lujo, aunque fuera vulgar por el org uUo justificado de su valor en los campos de batalla y la incomprensión de! deber nacional en la paz. Jaffeux se qtiedó tan atónito, que releyó aquellas frases sin poder creer que fuesen reales. Durante s carrera jurídica tuvo que estudiar demasiados documentos para no conceder importancia a la fisonomía de una letra. No cabe duda- -se vio constreñido a pensar, contemplando aquellos caracteres trazados con tan firme claridad- esos son sus sentimientos verdaderos y reflexivos. Nb hay en ellos la huella de un arrebato. Sí, ese reingreso en una vida sana y arreglada, ese matrimonio dentro de un buen ambiente, supondrían un sueño dorado, pero un sueño mío, No pensemos más en el asunto... Sin embargo, una observación inconsciente a medias le hizo levantarse de pronto y encaminarse presuroso al despacho del ho- te! Acababa de notar en la terminación de las últimas líneas ese abandono que los graíólogos intenpretan como un signo de cansancio mora! ¿Se ha marchado? -preguntábase, i Ha vacilado uizá después de enviar su carta? En cualquier caso, conviene saberlo. Voy a comunicar con Tamaris. El locutorio telefónico del hotel estaba junto a la portería. Según se acercaba a él Jaffeux, pudo ver que Gilberto Favy y e! director cambiaban a la puerta palabras bastante vivas, a juzgar por el gesto nervioso de! joven y por ¡a expresión contraída del italiano. Se separaron al acercarse el recién llegado, que tuvo en seguida la expücarión de acjuella escena. Avanzaba liacia él Gilberto, siempre sobreexcitado, sin preocuparse de la mirada desdeñosa con que le perseguía su interlocutor de poco antes, el cual entró en la portería para recoger el correo; -íEs mi ángel bueno quien le trae, señor jaffeux- -exclamó- Un minuto más, y sabe Dios lo que le hubiera dicho a ese Prandoni! Pero es preciso que me confiese con usted... Y diciendo esto se llevó al abogado hacia el jardín. -Perdóneme. H e faltado a mi promesa. IRenata me habió esta mañana de Pedro Estéfano Beurtin en términos tales, con tan visil) e asco y tanto dolor, que no he podido contenerme. Si usted la hubiera oído, conío yo, decir: El peor de los sufrimien- tos es despreciar a fondo a alguien a quien 5) 0 se puede menos de amar... Por lástima lc olla, por liorror de mí mismo y de mi hipocresía, por necesidad de expiar, ¿qué sé yo? he- declarado la verdad, toda la verdad. ¿Y qué? i- Pues que la ha trastornado tanto, que no podía tetierse en pie. Desde las primeras palabras, se dejó caer en una siila, toda temblorosa, con ia respiración entrecortada y sin articular ni una sllalaa. Cada vez que me interrumpía yo para preguntarle: Pero te sientes mal, Kenata? ella me ordenaba con un gesto que continuase, hasta el momento en que se llevó una mano a los labios y con la otra me indicó la puerta del cuarto de mamá, tlabía oído que se acercal) a ésta. Entonces presencié un milagro, señor Jaffeux. I pobrecita se levantó y se fué hacia ia mesa, donde liaiña puesto las instantáneas tomadas anteayer. ¿No se acuerda de los grupos en que figurábamos con usted? Y cuando volvió hacia mamá, que entraba, lo hizo sonriéndose, y diciendo con voz de lo más natural, de lo más tranquila: Quería consultar con Gill) erto od- ra saber si vale la pena de enviar a papá estas fotografías. ¿Qué opina usted, mamita? Y como se interrumpiera, harto conmovido aún por la impresión que conserva! de aquella escena, le aconsejó Jaffeux: -Tome usted ejemplo de Renata; no se exalte. ¿Tomar ejemplo? -protestó el joven- ¡Aüi, señor Jaffeux, no me dirá eso cuando sepa lo demás. Su dominio de sí sólo era párente. Ella era! a verdadera exaltada, y con una exaltación que me espanta. Hay motivo. Usted verá. Escuche lo que me dijo en cuanto volvimos a quedarnos solos: liiIjerto, de 1 emos una reparación al señor Neyria! y no únicamente tú, sino yo, puesto que, sabiendo lo que sé, dejo que mamá hable de él como acaba de hablar... Durante los escasos minutos que estuvo con nosotros, mamá hizo una alusión muy directa a los incidentes de estos últimos días, interpretándolos de la manera que adivinará usted. Permitir a alguien que condene a un inocente añadió Renata) cuando se tiene la prueba de esa inocencia; no alegarla es una vergüenza. Yo no puedo alegar tal prueba ante mamá. Sería menester denunciarte y exponernos a matarla. Pero mi obligado silencio me impont una deuda con el señor Neyrial, y quiero pagarla exctisándome cerca de él, demostrándole mi estima y mi admiración por su generosidad conmigo. ¿Por qué se ha acusado en falso delante de mí? Porque tuvo miedo de que me lastimara con exceso ¡saber tu falta, que, en veidad, me hubiera desesperado conocerla por otro que por ti. Tu reciente franqueza me ha impedido sufrir más de lo justo. He comprendido que cediste al extravio de un minuto y que no reincidirás. ¡Ah. señor Jaffeux! i Cuánto suponía para mí oír semejantes palabras. Y ella insistió; Rs nece-

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