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BLANCO Y NEGRO MADRID 10-03-1935 página 199
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BLANCO Y NEGRO MADRID 10-03-1935 página 199

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página199
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Muertas las máquinas, petrificados los sügantescos volantes que giraban como torbeilinos y mudas las panzudas tachas, cuyos hervores violentos sonaban como lejanos retumbos de! mar. nada quedaba de la agitación pasada. Solamente a ló lejos, camino de la fogata, sentíase el bisbiseo de un resto de vapor escapando por algruna válvula abierta. ¡Moría la campaña y las calderas rendían, por aíjuKfiía- íálvidá, s pcfejtrer aliento! Dtetúvose un instante contemplando el secadero de azúcar, nevado aún con el último tendido de la misma, y lue. sro subió a la azotea que corría a lo largo de los depósitos de agua. i Qué hermoso era aquello! j Qué bien se respiraba! ¡Qué torrentes de luz caían sobre la vega y sobre el mar! Desde aquella altura se veía la costa de África cmrio na pincelada color violeta y se veía el cortijo- de Carlos, con sus plantaciones de tabaco y algodón, con su facíiada ocre, sus ¡persianas de csjña y sus porches llenos de enredaderas y de sombra; porches donde merendarían por las tardes, cuando los trabajadores volviesen del campo, saludándoles con un cordial Dios guarde a ostés, señoritos ¡Qué dichosos, qué felices iban a ser! -No será el autor dd falso Quitóte, ¿verdad? -íQuiá! Es el albafiil de la fábrica. Fuese D. Alvaro riendo con su risa di plomática y satírica, y quedó D, Bonifacio tan avergonzado y ilétio de amargara que casi lloraba. ios primeros nublados. Días después se supo la péi- dida del pleito. Don Alvaro no recata su disgusto ni oculta la gravedad del caso. Adelaida muere. Se habla de marchar, se preparan los equipajes... S yo el amor. Otra vez la noche andaluza, constelada de estrellas, cargada de aromas y de embrujamientos. Adelaida está sentada en la reja que fué del rey moro y que acaso presenció algún idilio tan ferviente y tan desgraciado como el suyo. Uno y otro saben que se separan para siempre, que su sueiío no será realidad. Al principio aún había esperanzas. Con el dinero de los Pazos podían liberarse las hipotecas que pesaban sobre el cortijo y sobre los marjales de caña; pero perdido el El travieso amor. pleito, arruinada la casa, sólo cabía una boda loca y disparatada que amargase la vida de Crepúsculo plácido. Por las ventanas iodos. abiertís entra la delicia del atardecer. Dod Y, sin embargo, ¡cuánto se querían! i Qué Bonifacio, sentado en el patio sevillano, felices podían haber sido! piensa en que no ha logrado acortar dis- La luna graba en el suelo los arabescos tancii y en que don Alvaro sigue refrac- de la reja. Con la claridad lunar brilla todo tario a cuanto no proceda de noble y bla- el patio, como si fuese de esmalte. El chosonada cana. rro del surtido, ¡parece tm alfanje de plata. De pronto tiene un pensamiento audaz: Están frente a i asaltar el cuarto de la divina Adelaida f das, mirándose... frente, con las manos uniYa que no le sea posible acercarse a ella, Entre las llamas de los claveles van arse acercará a lo que la rodea. Y de pun- diendo sus propias corolas y llenando el tillas, como un ladrón, ahogándose de so- ambiente de vivas esencias. Las varas de bresalto, penetra en la alcoba. ¡Quietud de celda, 5 erfume sagrado, in- nardo se yerguen como disparos de luz perfumada. cienso juvenil, fr ancia de pureza! Emocionado, sin saber lo que hace, coge- -I Es la última vez que nos vemos! -dice la almohada, que huele al aroma de sus ca- Adelaida llorando. bellos y que sabe de la honestidad de sus- ¡Carita de nácar, por lo q más quiepensamientos v la estriedla, contra el pecho, ras, calla! ¡Lo que más quiero eres tú! -responde besándola intensamente. Tan lejos del mundo está, que no siente vencida. Y luego de un largo silencio añalas pisadas del señor de los Pazos. Verdad de- Cuando vuelvas a pasar por delante es que D. Alvaro sube las escaleras pau- de esta reja ya no roe encontrarás asomada. latina y palaciegamente. ¡Pero... usted está locó! ice vién- La voz de Adelaida tiembla igual que las hojas de las palmeras bajo los rayos de sol. dole de aquella guisa. Don Bonifacio queda petrificada Quie- -I Por qué nos habremos conocido? ¿Por re disculparse y no puede. La lengua se le qué se cruzarían nuestras vidas si no popega al paladar. Por fin, tras un esfuerzo dían seguir caminando juntas? El g án escucha silencioso. No hay fuersobrehumano, responde: -Kp que apartaba la ropa para subirme, za en su alma para consolar tanta amarporque me dijo Avellaneda que había na gura. gotera y la ando buscando. -i Quisiera que esta noche no acabara- -j Ya... ¿Y quién dice usted que fué? nunca! i Que durase siempre! ¡Que fuese ¿Avellaneda? eterna... i Que no amaneciera jamás... Mañana estaré lejos, muy lejos; en un pue- -Sí, señor.

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