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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-02-1935 página 60
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-02-1935 página 60

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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al paraje de su amor y su desventura, de llorar otra vez en la alcoba solitaria y el huerto asolado. Hasta que un día se pone en camino. Quiere presentarse de incógnito en la aldea y cumplir su visita dolorosa con solemne recogimiento, como quien rinde peregrinación a un santo lugar. Llega al anochecer, y desde la estación del ferrocarril necesita andar un largo trayecto, cruzar un río, atravesar un bosque, subir una loma, vencer un alcor. Nada la detiene; ya enardecida al contacto de los ambajes conocidos, se impacienta por hundir la mirada aquella misma noche en los contornos del triste hogar. Y camina bajo la dulzura de mayo, a esa hora extraña en que la brisa se apodera de los versos divinos cerca de las nubes y los va cantando por el mundo sin saber io que hace. Desborda la vida su densidad en todos los senderos; estallan los capullos en el corazón inflamado de las rosas; jadea el bosque, loco de inquietud; sobre cada nido hay lan ave con las alas abiertas, y la sombra se inclina sobre el cielo en las mudas cumbres del espacio. Soledad recorre, estremecida de asombro, el valle amigo, que le parece nuevo; cruza sobre una pontezuela temblorosa la corriente de las aguas febriles y arriba a los lindazos de su antiguo vergel. Se queda inmóvil de estupor: la casa resplandece con los balcones iluminados y abiertos; la casa vive y sueña ceñida por la corona adorante del jardín; surten dentro la voz de un hombre, la risa de un niño, el cantar de una mujer. Los guardianes de la vivienda la han arrendado, creyendo que su propietaria no volvería nunca. Y Soledad ahora descubre de improviso, que habitan allí la juventud y el amor. Empuja la cancela del huerto y se adelanta, bruscamente herida en sus más entrañables memorias. Ün rapaz sale a recibirla, hermoso y rubio, lo mismo que Arcángel. ¿Quién es usted? -pregunta con ardiente curiosidad. ¿Quién eres tú? balbuce como en sueños la viajera. -Soy Querubín. Ella le abraza con ansioso transporte, le contempla con enloquecida expresión y descubre en los ojos cándidoíi de la criatura el ascua remota de una estrella, el fulgor de una mirada inolvidable, mientras oye cómo el murmullo de lo infinito palpita en la obscuridad. La madre de Querubín se asoma solícita a buscarle, y al ver al niño entre eL manto de luto de la desconocida, acude con los brazos abiertos como alas. -No le hago ningún daño- -murmuro Soledad- Se le entrega a la mujer feliz y añade con ferviente actitud: -Que Dios os bendiga. ¿Quién es usted? Pero la viajera no atiende la nueva pregunta sube la mira- da a la ceniza luminosa de los astros, traspone el huerto, le cierra con un respeto humilde y se aleja pensando que al día siguiente otorgará la casa en propiedad a Querubín, para que la memoria de su hijo quede más encendida que nunca en el aldeano rincón.

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