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BLANCO Y NEGRO MADRID 17-02-1935 página 98
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BLANCO Y NEGRO MADRID 17-02-1935 página 98

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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época heroica y gloriosa nos acompaña en nuestra emocionada excttrsión hacia lo alto de ia Villa, hacia la cúspide de ese escollo trujillano ergtiido sobre el ntar de la llanura extremeña donde, testigo de siglos, se alza la mole sombría de su catstillo árabe. Castillo sobre el que ya se hicieron fuertes, aprovechando la eminencia de la colina, las legones romanas y (ae, después, sólidamente cimentado y etíiticado por las huestes de Muza, ha conocido nueve asedios y otros tantos asaltos de moros y cristianos sin que sus torreones audaces y ciclópeos se abatieran en el polvo de las ruinas. Aquí, en tomo a estos muros almenados que áliora el turista recorre con emocionado afán, se han realizado las más heroicas hazañas del viejo Trujillo lesendario. Los nombres de Ordoño II, Fernán Ruiz y el maestre D. Arias Pérez fconquistador definitivo de la ciudad para los Reyes de Castilla) van unidos al espíritu de estas piedras rene. ridas, que todavía hoy, otean la amplitud del valle drcondantc como desafiando a un enemi. sro invisible. Durante dos horas- -que me saben a minutos- recorro, deslizándome por el alvéolo de lo altos muros, to Ia esta gigantesca fortaleza, abandonada en la aetitaíidad al cuidado de un viejo matrimonio, que ha establecido su vivienda en el húmedo interior de une ermita encerrada en su recinto y que, quizá en épocas pasadas, fué una mezquita dedicada al culto de Mahoma. Junto a ella existe un aljibe mortino de inaudita proftmdiílad, en torno al cual ostentan su vejez de siglos unas retorcidas higueras, que tal vez en otro tiempo siKRÍnistraroii convida a los defensores del castillo durante los largos días de asedio. Misteriosos secretos que, hasta ahora, nadie se ha cuidado de descifrar se ocultan en el interior de la fortalesa. Misterios de sus subterráneos intransitable a uisa de la enorme cantidad de mosquitos que ennegrecen sus pareík s: misterio de una galería cuya longitud hacctt llegar algunos de los más viejos trujillanos hasta el riachuelo que cruza por vega lejana; misterio tainhién la sonoridad casi n etálica que acusa totla la superficie de la plazuela central al ser golpeada con cualquier objeto contundente, incluso con los pies, y ÍKtoe pensar en la existencia de Un oculto aljovedado a sólo unos centímetros de profundidad. El lagar, eminentemente estratégico por su misma posición natural, hace pensar en los esfuerzos inauditos, ciclópeos, casi imxwsibles que serian necesarios para, sin el auxilio de las armas de fuego, abatir el orgullo de esta fortaleza por la que batallaron moros y cristianos durante siete siglos conseattivos. Cortado, por la parte Norte, a ras sobre un precipicio y defendido, por la parte Sur, no sólo por las muralías de la ciudad baja, sino por la propia pendiente del terreno, fa simple aproximación a él resulta ya de por si un auténticQ milagro, que sólo et esfuerzo áe aquellos guerreros impetuosos de ios pasados siglos eran capaces de realizar. Esqueletos de níonasterios, truncados paredones y bajas casitas de tosca confección muestran su vejez multisecular en torno al recinto del castillo. Aquí, a su misma sombra también, las ruinas dolorósas de San Francisco el Real, el monasterio legendario, donde, según la tradición, vivían re cogidas las doncellas más principales del antiguo Trujiüo y donde parece que sinñó también Francisca González, la humilde mujer del pueblo, madre de Francisco Pizarro. Hoy, unas miseras faníriias, venciendo el temor de una trágica muerte por aplastamiento, han establecido sus viviendas bajo las bóvedas de estos muros sostenidos en pie por un verdadero ntilagro. Una puerta carcomida y perforada por mil sitios; el arco de la entrada; el esctido con el pino, las pizarras y los osos, y, en el interior, ana escalera y tm hogar es todo lo que- -restos de pasadas grandezas- -ctuedan en pie de lo que fué la señorial mansión de D. Gonzalo PizarrO, padre del cottquistatlor del Perú. Impresionante abandono incomprensible tle una reliquia histórica, que sólo por eso, debiera merecer un más solícito cuidado de todo buen trujillano amante de las pretéritas glorias de la ciudacL Y ya descendiendo a derecha e izquierda íia ta el lienzo de las murallas del siglo x i que todavía eacajonaa la tiistórteai- -e historiada- -ViEa ¿qtt: én podría concretar, en el breve espacio de una crónica periotlística, toflo lo que de admirable, monumental y artístico se acumula dentro de este pueblo extremeño de gloriosa tradición? Templos, monasterios y palacios particulares, donde la maravilla de unos patios con gráciles arcadas, lienzos heráldicos y frondosas vegetaciones scmitropicales incitan a un romántico ensueño de siglos; balcones esquinados de facttn s caprichosas, en los que la aparición de toda veste moderna resultaría un incomprensible anacronismo; monumentales edificios con escaleras z oladas y salones inmensamente amtáios, hechos como de intento para albergar la grandeza orguüosa de los dueños aue los mandaron constrtrir. Y, como un recuerdo perenne de las glorias que hoy, quizá, sus sucesores han olv dado, escudos y blasones. Escudos, escudos por totlas partes. En casas de apa- r riencia humilde; en mansiones señoriales; en lo alto de. los muros desnjantelados... La fama de Francisco Pizarro h a eclipsado, en verdad, la otra que a Trujillo le corresponde por su gloriosa historia pretérita. Pero, aun habiéndole faltado este hijo, la antigua Turgelium tendría sobre sí la stifícientes grandezas para exhibir, ante la Historia y ante tos ojos asombrados ciel turista, el noble pergamino de m randa estirpe guerrera y heroica. T osa Mrcíaiega.

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