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BLANCO Y NEGRO MADRID 03-02-1935 página 210
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BLANCO Y NEGRO MADRID 03-02-1935 página 210

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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46 LA CASA DE L. LLUVIA más de lo que he querido nunca... Pero... es así Confesé, inclinándome sobre au rostro, como la vida, ¡La vida! ¿Puede llamarse vida a este salivándole el monosílabo: fatigoso desfile de dias iguales? ¿Cuándo he vi- ¡Sí ¡vido yo? Siempre que quise luchar con la vulAlzó sus puños frenéticos: garidad, la vulgaridad me ha vencido. Aspiré a- -i Miserable! la gloria y a la riqueza y ai anior, y toada tuve; Elías Morell- -dije gravemente- apártese, paso por la tierra como calzado con fieltro, silen- porque le juro que ahora no me importaría nada cioso, inapreciable y oscuro... ¿Qué me espera matar a ün hombre. aún? Conteinplar la lluvia de unos cuantos otoSe apartó, repitiendo; ños, oír las ráfagas de unos cuantos ínvierno. s, ¡Miserable! ¡Miserable! vender las cosechas de unos cuantos veranos, pen Hostigué el caballo y la tartana arrancó. Anos a r e n cuestiones triviales junto a la chimenea... ohecia cuando llegamos a mi casa. En la pequey morir. En verdad, no. valía l a pena de esperar ña explanada que se extiende ante ella creí divitanto. Lo que más me importaba en el mundo ha- sar, al acercarme, Ja figura de mi mujer, erguida bía huido y no volvería jamás; yo debiera pre- sobre una roca, agitadas la negras vestiduras parar también- mis maletas para otro viaje de! por las ráfagas de humedad, Pero antes de que ique tampoco regresase nunca... Estaba cansado... ííegase yo, retiróse y se fundió en las sonibras. Sentía la vejez aposentada en mi alma y en mis veElias Morell no volvió liasta las altas horas de nas y un renundamiento... un afán de quietud, de la noche. esconderme eñ lo profundo de la tierra para dor mir ese sueño sin pesadillas en que todo queda olvidado... Creció mi desconsuelo en los días siguientes al Dejaba marchar al caballo sin guía. Mis empade aquella triste aventura. Encerrado en mi desñados ojos nada veían del camino, como si tan sólo mirasen la interna desolación. Era media pacho, veía desfilar junto a los recuerdos de mi tarde cuando entramos nuevamente en ei valle dé amor tos fúnebres pensamientos de mi abaaidono. Gondomi! al lento paso de la bestia. Me hubiera Había ideado escribir a Alina una larga carta en sido igttal que su instinto me Ik rase a cualquier la que pudiese ver la pasión dolorosa que sentía etra parte o no volver a aquellos lugares... Ya hacia ella, pero los pliegos de papel permanecían en la linde del bosque, donde se insinuaba el cre- impolutos sobre nii caVpeta. Todas las palabras púsculo, un hombre corrió a detener ia tartana. habían perdido de repente expresión; ning- una Era Elias Moreíl. Nada estaba entonces tan le- acertaba con la medida que exigía la gffandeza de jos de mi como sa recuerdo, y le miré vagamen- j mis sentimientos. Lá sesión de la muerte se apodérate más y más de mí, y yo quería que fuese te, sin cambiar de actitud en mi asiento, ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha ocurrido? -gri- esta carta la confesión sincera de un hombre que no existe ya cuando ha de ser leída. Comenzaba tó, temblando de ansia. a pensar sus términos y mi imaginación derivaba No contesté. íúgTibremente a ideas luctuosas. Evocaba nuestro- ¿Y Viina? ¿H a salido con usted Alina? panteón, en el atrio de Santa Marina; procuraba- -Sí- dije. representarme el efecto que en la joven produciApoyó un pie en el estribo, asió mi cíhaqaeta ría la noticia de mi suicidio, y me decía muchas y tiró fuertemente de día. veces lastimeramente que acaso no llegase a en- ¿Dónde está Alina? -exigió. Una cólera repentina me hizo alzar el látigo terarse jamás. La vida no es como las novelas. para golpearle. Volvió él a saltar al camino y Al forjar la existencia de los héroes de sus relatos, los hombres son más piadosos que el Destino me contuve. Alina- -respondí con la feroz complacencia real. A un el amador más desaventurado cuenta, de dañarle- -está a muchas leguas de aquí, dentro en las páginas de un Uhro, con la afectuosa emotía un awto, con su novio, que acaso ya sea su ma- ción de los lectores; su soledad és aparente, porque miles de corazones palpitan, siguiendo sus rido. Tartajeó, lívido, con dos chispas de odio en cuitas, al unísono del suyoj; puede serle traidora la mujer elegida; pero miles de mujeres sentirán las pupilas: húmedos sus ojos ante su dolor, inclinada. s sohwe- ¿Y, fué usted... fué usted? ¡Fui yo quien ía llevé a su lado, y quien pro- las páginas vibrantes; y ctiando Werther extiende su njano hacia la pistola, muchas almas, contegió su correspondencia; fui yo! -Pero usted- -dijo, con voz rota por la jra- la movidas de horror y de piedad, gufren con el inafilaba también, evitable. e injusto hado. ¡Debe de ser tan dulce

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