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BLANCO Y NEGRO MADRID 03-02-1935 página 187
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BLANCO Y NEGRO MADRID 03-02-1935 página 187

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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SAX ROHMER quien d año anterior le presentó a Dawsón líaig en Colombo... Se alejó el marino a grandes zancadas y Elena, entró en su camarote, ojeó los libros que había sobre el estante, y torció el gesto, al ver con desaliento, que todo su equipaje hallábase aún sin abrir. Estaba a bordo desde las doce de la mañana y se sentía tan cansada... Bien es verdad, que no había tenido tiempo de nada. Dawson Háig, se qaiedó a alníorzar, cuando dijeron que el barco no podía zarpar... y Matt, el pobre, acababa de marcharse... ¡Qué buenos son los dos... -dijo entre dien: tes. Estaba fatigada, pero, sobre todo, nerviosa; su temperamento la atormentaba; y no porque fuera la primera vez que viajaba sola. Estaba acostumbrada al mar, habiéndose embarcado por primera vez a los doce años. Pero, el recuerdo de aquel rostro extraño, color de Jimón, surgpiendode entre aquel cuello levantado de astrakán, y casi cubierto por el flexible negro, la obsesionaba ridiculamente; Desde luego, que se trataría de algún a: gente chino, y no cabía duda de que, el haberle visto reflejado en el espejo; era la causa del siniestro efecto de su sonrisa. Si Dawson Haig escribiera. i Qué extraño aiquel olor como de almizcle! Parecía comb si estrangulase. Sí... quería distraerse y se puso a leer. CAPITULO II ERA COMO UNA CARCAJADA ¿Comprendes, Kearney? -dijo el inspector detective Dawson Haig, miesitras contemiplaba las pintvwas antiguas que decoraban el bar- ¡oficialmente, estoy atado de manos; porque yo alardeé siempre de saltarme a la torera el regiamente, y obro por mi propio impulso, como verdadero aficionado a mi profesión, que esco ¿i por eso, pura y exclusivamente por afici i. El ambiente desagradable de la noche alejó sin duda de aquel sitio a la clientela habitual. El caso era que el bar estaba casa desierta. Dos bomberos, recostados en el rincón opuesto al que ocupaban Kearney y Haig, bebían amigaMemente. sendos jarros de cerveza; y proteMemente, dedicaban al lacer, el tiempo que debían emplear en su obligación, a la que, sin duda, llegarían retrasados. I s daba por cantar alegremente. Otro cliente solitario, apoyado perezosamente contra el muro de las íarnosas pinturas, grotescas por su vejez y mala calidad, fumaba su pipa, bebiendo a traguitos, de un jarro que tenía delante, cerveza doradk y transparente. Un mozo, remangado hasta tí. codo era: su único acompañante. Kieamey sonrió a su interiocutor. Consideraba a AVilliam Dawson OEIaig como el Jioiñhire más notable de Londres, y destinado a suWr muy alto, conquistando fama mundial. Dawson Haig estuvo al lado de Kearney, en Stonypurst; de Michael Kearney, ídiora cónsul de los Estados Unidos en Colombo, y que por entonces estaba destinado en Liverpool. La catástrofe, sobrevino precisamente, cuando H a i g siá ió a Oxford. Dotado ¡por su padre al morir con una carga de deudas, nó se le ocurrió cosa mejor que alistarse en la Policía mjetropoJitana. -A mí me parece (Kearney recordaba sus palabras) ihabiía dicho Haig que un hoWbre debe ser juzgado por su propia capacidad, y no pOr las glorias de sus ant asados, que para nada sirven. Yo no valgo para el ejército, ni soy ca; az le sujetarme a una oficina. ¡En cambio, puedo ser un policía magnífico! Y, efectivamente; ya era el inspector detective más joven del Departamento de investigación criminal, con un brillante y seguro porvenir. Haig. había aibandonado el sombrero sobre el mostrador, dejando al descubierto sus cabellos obscuros, peinados hacia atrás, con un mechón rizado y rd elde sobre la cabeza. Su rostro pálido, y completamente afeitado, y aquellos ojillos azules, traviesos y extraordinariamente atractivos, daban a su semblante luminosidad, y alegría contagiosas. Tenía las facciones irregulares, pero en extremo agradabües. Para reír, encogía los ojos, y todo el mundo reía con él. -CLos reglamaitos no se hicieron para tí- -exclamó riendo Rearney- Pero míe tienes en las tiniefelaSi Te fuiste del Wallaroo, después úú almuerzo, con tina dt mática despedida, y a las diez de la noche, ¡te encuentro fsras las verjas del muelle! Haig apuró el jarro, saboreando con deleite su contenido, Te acompañé hasta Limehouse- ¡recordó a Kearney- debes agradecérmelo. Y la cerveza es exquisita... Kearney golpeó el mo. strador, y a, una orden suya, el mozo renovó los jarros. Y cuando quedaron solos, preguntó en voz baja a su amigo: Bueno, ¿y qué es lo que. traes ahora aitre manos? -No lo sé, a punto fijo- -fué la sorprendente respuesta de ÍJaig- pero tengo el presentimiento de que pasará algo nftiy desagradable. Miró con desconfianza a los dos bomberos, que en el rincón apuesto, parecían muy oaipados en armonizar la canción titulada ro t Brown s body. El bebedor solitario contintiaba inmóvil. -Hace algún tiempo- -empezó Haig -fué consignado desde China a una fimía de Birmingham un pedido de alfarería; Esta consigmación, sin abrir, se reJriitió de nuevo a una ca. sa china en Sidney, para 5 rsis. King agentes navieros de Limehouse; iba cargado en el Wp. ttaroo, y esta mañana lo he compttAtado yo personalmente. -i A h! i Y era eso lo que te hizo bajar a ver de Jejos a ÉJena? -Efeotivamente- -confesó H aig- y bendigo la oportunidad. Ahora comprenderás lo que te dije antes de que estoy atado de manos. Ni la división K- ni siquiera Scotland Yard tienen poder bastante piara abrir esas cajjas de alfarería: y aunque es m y arriesgado hablar de ello, ¿qué

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