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BLANCO Y NEGRO MADRID 27-01-1935 página 210
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BLANCO Y NEGRO MADRID 27-01-1935 página 210

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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¿6 LA CASA DE LA LLUVIA dré un sincero g: ozo en dar a eiitesider a su tío que no está usted tan desamparada en el mundo. Va lo sé, amigo mío; pero usted no hará nada sin mi consentimiento. Ofrecí con humildad: No haré nada. Volvió el silencio y larg- o rato permanecimos anegados en él. A nuestra espalda, el comedor tertía la infinitud de la negrura; desde dentro debían verse, a un lado y a otro de la ventana, nuestras siluetas pensativas e inmóviles. La casa, entera te. nía esa mudez profunda que invade todas las casas al advenir la noche. Después sé oyó el torpe rastrear de unos zuecos y el frotar de una cerilla. Rosendo acababa de encender la lámpara. El vidrio, al través del cuat mirábamos el jardki, se hizo espejo. Nos volvimos, lentos y emperezados... Sentado en un sillón, cerca de nosotros, frotando satisfecho sus manos blancas y descarnadas, esteba Eíías Morell. Vil Una niañaTia en que niis huéspedes habían salido a pasear por la carretera, me acometió una curiosidad repentina y subí a sus cuartos. Puedo decir que desde que ellos se albergaban en mi casa no había puesto mis pies en aquel piso. Como en casi todas estas construcciones, un largo pasillo central unía los aposentos; ios del ala delecha estaban entonces incomunicados por una puerta, ya que para el avio de los Morell obraban los de la otra parte del edificio. En ésta tampoco utilizaban habitualmente más que dos alcobas contiguas, cuyas ventanas caían sobre el jardín. Pared por medio con la que ocupaba el anciano, estaba el salón, y la de Alina más internada en en el pasillo. El salón era utia enorme estancia destartalada qué, por ¡ser costosa de amueblar, na habíamos destinado nunca a vivienda. Su aspecto tenía algo de granero y algo de almacén. En los rincones había aperos de labranza, algunas pequeñas máquinas agrícolas que compré cuando padecí la manía de lo que yo llamaba cultivo intensivo un diván al que faltaban las patas traseras y que era alimento de una colonia de polillas, y arcas viejas de oxidados herrajes. El oro claro de n montón de maíz se alzaba cerca del oscuro y empañado oro del trigo, y sobre rotas harpilleras extendidas más allá, blanqueaban las habichuelas ccmio nieve reciéta caída. El techo tenía grandes manchones de humedad. En ciertos si- tios, la oscura traza de la madera que comenzaba a pudrirse delataba el lugar del piso que era yunque de las goteras; en otros, desportilladas vasijas en cuyo fondo había alguna agua polvorienta, terminaban su vida consétgradas al servicio le recoger los lagrimones que las nubes deslizaban al través de las tejas y de las vigas del techo. J alcoba de Elias Morell tenía dos puertas: una daba al salón y estal clavada y sin cerradur a penetré por la que se abría al cori- edor e investigué, un poco cohibido... Nada ha ía en la estancia que difiriese de su aspecto, para mi tan habitual. Mi curiosidad no encontró mejor presa que un montón de libros que casi ocultaba la tapa de un baül. Creo que todas eran obras de ocultismo. Abundaban las de la Blavatsky, con los pnJijos comentarios y notas de su traductor español; todos los tomos de Ists sin velo y los de La doctrina secreta y los relatos de un viaje por el Indrstán, entre cultivadores de la magia blanca y negra; los Oráculos caldeos, de Cory; un estudio de E me- moser acerca de Paracelso, el célebre alquimist sospechoso de pacto con el diablo; la Filoso fia oculta, de Cornelio Agripa; un amarillo ejemplar da la Magia adámica de Filaleteo y, entre otros volúmenes contenedores de parecidas enseñanzas, numerosos Boletines de las Sociedades de Estudios Psicológicos de Londres y Parí. s. Sobre la mesa había otro libro abierto. Era un Curso de magnetisnw, de Du Potet, el gran hipnotizador francés. M e incliné para descifrar algunas líneas e hirió entonces mis ojos el brillo de una esferita de metal pulimentado. unida por mía breve argolla a un cordón y colocada cerca del libro. Recordé Iiai) er leído que este objeto suele intervenir con eficacia en los manejos de los hipnotizadores, que lo hacen contemplar fijam; nte a sus víctimas hasta provocar en ellas el sueño magnético. De buena gana hubiese arrojado la odiosa esfera al jardín. Ojeé otra obra de Du Potet por el sitio que señalaba un sobre intercalado entre las páginas, y leí: Cuando trazo en el suelo con yeso o carbón esta figura... se fija allí algo como un fuego o una luz que atrae a la persona que se acerca y la detiene fascinada hasta el extremo de impedirle cruzar la línea. Un poder mágico la fuerza a quedar. se parada hasta que al fin retrocede entre sollozos. La causa no está en mi, sino toda por completo en el signo cabalístico contra el cual nada vale la violencia Y en otro lugar: La magia está fundada en la existencia de un complejo mundo situado fuera, no dentro de nosotros, con él cual nos ponemos en comunicación mediante ciertas prácticas y artes... Un elamento

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