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BLANCO Y NEGRO MADRID 27-01-1935 página 99
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BLANCO Y NEGRO MADRID 27-01-1935 página 99

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página99
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Respiró Salinas. Temía las complicaciones de la partida doble. Para halagar al rico estanciero, añadió poco después: ¿Tampoco conoce las poesías de su homónimo? ¿De qué h mónimo: -Dt Lope de Luna, él célebre vate extremeño. iQué dice vusted? -interrogó el viejo pampero, abriendo los ojos con asombro- ¿Hay un jpoeta que se llama Lope de Luna? -iLe hubo. Dionisio Lope de Luna, de Campanario Blanco. ¡Che, macanas conmigo, no! -exclamó el estanciero, toreándose adusto y volviendo a dar a su léjüco el tono argentino. -Perdone. Nó he querido embromarle- repuso Sailinas; muy azorado- l a coincidencia de su apellido con di del poeta... Después de tm momento de silencio, X- ope de Luna, más humanizado, preguntó: Pero ese poeta de Canjpanario Blanco, ¿es de ahora? No. Murió eH el siglo pasado. Predisamente, dentro de tires meses va a celebrarse el cincuentenario de su muerte con toda solemnidad. -No... No es posible... Salinas, extrañado por las actitudes y las alteraciories que observaba en el curtido rostro del viejo, añadió: Me parece que en mi valija traigo un periódico de Ma drid que haMa del cincuentenario. Lo guardé, fiorque inserta unos versos que yo desconocía. Cómo se titulan? Fuego en la ermita Júreme que no me está embromando! -exclamó el viejo, sacudiendo con fuerza el brazo de Salinas. -Por qué voy a eínbrómárle? Vaya a buscar ese diario. ¿Q u i e r e también el tomo en que los Amigos de Lope de Luna han reunido lo mejor de su limitada producción? -Sí. Tráigalo. Tráigalo. Un mes llevaba Salinas desempeñando él cargo de contable con una competencia que despertaba su propia adníiración. En los centenares y centenares de terneras que habían pasado bajo su pluma en el trasiego del campo al ferrocarril no podría encontrarse el error de una chuleta, ni de vin, i anecHlo en los millares de sacos de trigo exportados. Se había habituado al trabaio, ío niismo que su estómago, un poco rebelde al principio, al verse obligado a funcionar dos veces al día y en jornada intensiva, y era feliz. En cambio, elviejo Dionisio parecía otro hombre desde la llegada del tenedor de libros. Visiblemente preocupado, se acostaba tarde, comía poco, hablaba menos y con todos andaba huraño. Un día entró en el escritorio, cerró la puerta y encarándose con Salinas le espetó esta revelación: -Dionisio Lope de Luna, el poeta cuyo cincuenteij rio se va a celebrar en Elspaña, soy yo. SñJinas, que no habituado aún a las digestiones, quedaba sumido en una especie de letargo después de ias copiosas comidas, abrió los ojos y se los frotó, dudando si estaba en estado de vigilia. -N o se asombre... Cuando, me oiga. se convencerá de que no está hablando con un hiuerto ni con un loco... Aunque 5 e conáeso ¿itíe yo nrismo he llegado a dudar si lo estaba... Comprenderá que hay motivo para p rder la razón al verse muei- to y glorificada... Nada le he dicho desde aquel día, porque en mí alma luchaban los más opuestos sentimientos... ¿Debo callar, seguir siendo el estanciero tosco, en tanto allá riie glorifican, o delx) por el contrario, ir a Campanafió Blanco, el pueblo en que nací y que abandoné de mozo, a recibir sobre mi frente viya los laureles destinados a mi estatua? Pero, ¿cómo es posible que... -lEsouohe. Lo niistno que a u. sted le ha sucedido, pasé hambre en Madrid tratando de conquistar la gloria, después de haber publicado muclias poesías en los periódicos regionales. En el último esfuerzo, con tres mil reales que me dieron por la casa en iue nací, esa que ha adquirido el Ai uníamiento de Campanario Blanco en ocho mil pesetas, publiqué un tomo de versos, ¿Y vendió usted muy poco... Poco huWera sido algo... ¡Ni un ejemplar! ¡Ni uno, ¡T a l desconsuelo, tal amargura me causó aquel rotundo fracaso, que desde entonces, esto ocurrió en 1883, ho he Tielto a escribir un solo verso... Calladamente, avergonzado de mi mismo, sin valor para regresar al pueblo, emigré, decidido a trabajar en los más humildes oficios Jiara rehacer mi vida... Sentía sonrojo, se lo juro, por haber perdido los mejores años de mi juventud, en vez de aprovecharlos en reconstituir la menguada hacienda que me legaron mis padres... Pero no puedo quejarme. No fui labrador en Extremadura, pero lo fvií en estas tierras vírgenes... Seguí la ruta de los primitivos conquistadores, también pobres hidalgos como yo, que cambiaron la espada por la reja del arado... Puedo asegurarle sin hipérbole que en todos los surcos de esta hacienda, hoy tan grande, tan fecunda, han caído gotas de mi sudor... ¿Y usted sólo... -Yo sólo, sin avirda de nad e, con mis puños, con la tenacidad de aquellos que mé precedieron cuatro siglos, he conquistado esta tierra, antes desolada y hostil. Después de una pausa admirativa, objetó Salinas. ¿Y esa leyenda de su suicidio romántico por un amor imposible y de sus persecuciones por ideas políticas? No lo sé... Sin familia, sin amigos, decidido a romper en absoluto con mi pasado, desde que me establecí en la Argentina, no he escrito a nadie de España y ni he leído periódicos de allá... Pero sospecho, por lo que he visto en el artículo biográüco que me dejó, que se trata de un pariente, de u a

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