BLANCO Y NEGRO MADRID 20-01-1935 página 31

EL SUCESO DÉ LA SEMANA LA Ú N I C A HORA BUENA ODOS los días le veía cuando se encaminaba- a su trabajo cotidiano. E r a un bebé precioso que tenía luz en la cara; isa pelillo cnsortijaido rimaba con las pinceladas iue el buen padre sol ponía todas las mañanas en aiqucala acera de la calle éc iCalatrava para la mejor preseptación ante el niño del primer trozo d d mundo ue oftiejcía a sus ojos. Aniceto, al pasar un día ante 4i, no pudo contener los impulsos de una ternura que llevaba escondida entre los recovecos de su azarosa existencia y estampó un beso impregnado de tabaco en una mejilla del pequeñudo. Este se l e quefló mirando con los ojazos m u y abiertos, se sonrió después... y aquel instante inició una, amistad que tenía su expresión diaria en un nuevo beso y una nueva sonrisita de recompensa. Una mañana, cuando Aniceto salía del portal de s. u casa, miró, como de costumbre, a la cera de enfrente y no vio a su amiguito. Le esperó en vano alsrnnos minutos, y Aniceto march aquel día a sus tareas bajo el peso de la contrariedad que le había producido aquella ausencia de su vecino. Diablo de chico! ¿Por qué no estaba allí, como todos los días? Pero... ¿séría posíl) le que se le hubiera n t e t i d o tan adentro aquel raoaz? Al siguiente día se levantó más temprano que de ordin. ario, se vistió apresuradamente y salió a la calle en b u s c a de su amiaro. Tampoco a q u e 11 a mañana estaba el bebé Gon todas loa mO nedas qiie Ic dioron iKHP el reloj adquirió la ultimar ofrenda a sa amignito nHicno. T en s u trozo de acera embadurnado de soi. Se atrevió a preguntar en la portería y sopo la verdad. Su vediMto estaba eníermo, Co. sa de poco cuidado... Algo de fiebre... Emprendió con la cabeiza baja d camino hacia su ilabor diaria; -pero el casco de la población, la inmensa oficina que Madrid tenía aJ ierfe para id desarrollo fe las actividades de Anjiceto no registró a iud día ningún ihecho revelador de l a a c t u a d l a d d oÍKáttista Gracias a elle ias rdojes y las carteras pewnariéóerón en los bolsillos fe sus pacíficos piropietarios. Y es qiie iAniceto no