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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-01-1935 página 78
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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-01-1935 página 78

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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Molinos en Holanda. Sobre la llanura que enternecen mil verdes, el viento pa- a con su largo temblor y su estremecido soplo. A pie firme, un guerrero de palo lo reta a desigual com 3 ate. Y allí luchan el ímpetu del viento y el guerrero, que se defiende con su rápido girar de espadas. Cuando las auras nómadas se desprenden y recobran su humor vagabundo, ellas son las que han perdido y el molino es quien ha ganado. En medio de la pugna, el grano se ha hecho harina. A un lado, el viento que huye de sí mismo; al otro, la doloro a paciencia, que continua clavada en la tierra inmóvil y en los deberes permanentes. Molino, símbolo a la vez de inquietud y quietud, ás aspiración y de constancia. Todas las tentaciones del infinito y todas la labores de la cotidianidad en un solo ser, en un solo drama. Si Rembrandt no nació allí, entonces es porque los dioses, cómplices de los eruditos, se equivocaron. Porque todo el arte de Rembrandt reúne simbólicamente esa quietud, que es desazón y prisa de infinito, anhelo de espacios cósnn cos, huida de la tierra hacia los espacio siderales, donde la naturaleza debe sentirse como una desolación ante la plenitud tdtraterrena. y a la vez, en lucha con esa in- RI TBM. P 1 JO I E SALOMÓN DE 1. A COLECCIÓN LOnVKB) PGI lUEMBRANDX A I- OS 2 3 AÑ OS, AUTORBETRATO. LA CÍ: l. ECCION D E CRABADOS B R t í r N) (OH quietud, en conmovido patitos, la resignación humilde ante la existencia que uno a uno desgrana los miputos de la vida y se nutre de su eternidad ale. gre y dolorosa. A las delicias del amor y al encanto de la juventud fué tan sensible Rembrandt como cualquiera de los gozosos venecianos que hicieron de sus táctiles pinceles madrigales. No es que en las sordas aguas de Amsterdam creyese oír, como el Veronés en Venecia, un leve temblor de músicas con el himno galante de la joycuse partic, camino a Citerea. Una cierta preocupación meditativa le impide a Rembrandt abandonarse al torbellino de las fiestas o resbalar por la superficie de las cosas. Pero en su Venecia nórdica, cuando marchaba un día por los quais verdinegros seguido de su sombra, creyó ver unos ojos detrás de una ventana. Y aquel día el pincel se le hizo flor, y al ponerse a la plancha para grabar un rostro sintió que los ácidos, en vez de morder el cobre, tenían suavidades y ternuras de beso. Ni la enredadera sensual del Veronés ni mucho menos el roce de las sedas en la mórbida carne, tan grato a Rubens. El amor para Rembrandt es compañía y recato, es poesía tenue de mejillas sonrosadas y ojos puros y alegres Irajo la anclia pamela. Una mano en la frente,

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