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BLANCO Y NEGRO MADRID 06-01-1935 página 138
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BLANCO Y NEGRO MADRID 06-01-1935 página 138

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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ramente a Lucía, comprende, asiente y decide. Pero usando dé las armas que él mismo le ha procurado, Lucía se revuelve contra Santiago. Ah! Ño. No. ¿Y su libertad? Es que, por servir los dictados de un amor honesto y verdadero, ha de dejar ella de ser una mujer libre? ¡Una mujer libre! La petulaiicia pueril pone en las. palabras un falso tono de dominio. ¿Va a renunciar ella a su propia libertad? Todos los vibrantes argumentos de Santiag o, todos sus alegatos vehementes se vuelven ahora, contra él. Su propia doctrina le anonada. Ni siquiera la fuerza de su amor puede nada contra ella. Lucía no quiere cárceles. Se hace la ilusión de que es y quiere seguir siendo una mujer libre. Una mujer libre que sufre ahora, porque tiene prisionera el alnia sin saberlo; poique es esclava de su propia libertad una libertad que la empujará vanamente tras una dicha imposible, que la arrastrará sin provecho bajo cielos distintos en pos de una felicidad mentirosa. Sufre el alma de Lucía el dolor dé su propia incomprensión. Y queriendo huir de los prejuicios, se rinde esclava de los prejuicios propios. La vana apelación de un falso concepto destruye por segunda vez su felicidad, y para conservar su categoría de mujer libre la convierte en esclava para siempre; esclava de un fantasrna inaprensible y vacuo. Incapaz de discernir claramente en aquel igismo confusionista, celosa de aquella libertad, que cree haber conquistado, remisa a entregarse a su propia felicidad, Lucía huye definitivameiite. Y se consuma la infelicidad de tres almas. Este es el drama, hondo y claro, escenificado por Armando Salacrou en su obra Una mujer Ubre, que se ha. estrenado con brillantísimo éxito en París, en el teatro de L Ouvre. Un drama íntimo, que ha cautivado la emoción del público, combatiendo por modo recio y sereno, en nombre de supuestos prejuicios, los verdaderos prejuicios, llenos de falsedad y engaño. La critica ha acogido, en su gran mayoría, con grandes elogios, esta nueva obra del joven á itor. Rene Rabache, por ejemplo, ha escrito lo siguiente: El talento de Armando Salacrou está hecho no sólo de una ardiente imaginación, creadora de acciones nuevas, que ejercen gran atracción en el público, sino también de un sagaz sentido de análisis con una impresionante mezcla de entusiasmo y amargura Es la vida, la vida múltiple, cruel, descorazonada, que halla en la escena una singular fuerza de expresión En Una mujer libre, el autor, con maestría indiscutible, ha pintado una tragedia de familia que, durante los tres actos, ha emocionado profundamente al público En cuanto al asunto teatral al tema escénico desarrollado esta vez por Armando Salacrou, el mencionado crítico opina que es diverso V profundo como la vida misma y plantea el eterno problema de la felicidad, de la pobre felicidad humana, que reside, para unos, en la ¡estabilidad, y para otros, en la espera de un futuro mejor. Y la conclusión de estos conflictos anímicos, de estas agitaciones sentimentales es la de que vivimos en una ilusión de libertad, sometidos al inexorable determinismo de las pasiones Una vez más, en esta obra, puesta en escena por Paulette Pax, ha conquistado unánimes elogios Alice Cocea, admirablemente secundada por Claude Dauphin y jacques Dumesnil. iíl éxito ha sido, pues, por todos conceptos, decisivo y considerable y señala un nuevo jalón memorable en la carrera dramática de Salacrou, iniciada precisamente hace pocos años en el mismo teatro con la obra Tour a ierre. Al lado de este buen suceso reciente de Una- mujer libre y por si no nos fuese posible comentarlos más adelante con mayor extensión, conviene aludir aquí a otros que hinchen también con aire de esperanzas la vela de esta nave de la escena francesa que ha surcado la procela de mares amenazantes. Aludamos, pues, por ejemplo, al éxito de Toi e est moi, opereta recientemente estrenada en Bouffes Parisiens. El título, con cierto regustillo pirandeliano Tú eres yo, acusa ya en la opereta una finura literaria que le presta ambiciones estéticas. El libro es, efectivamente, de un escritor sutil y agudo; claro, perfecto y transparente; Henri Duvernois. Henri Duvernois, tan celebrado por la alada profundidad de su literatura, no es la primera vez, como ya- saben los lectoresj que se acerca a la opereta. Lo hace siempre con un humor finísimo y una clara alegría inteligente. En fin de cuentas, Duvernois es, lo mismo en la novela que en el teatro, uno de los más brillantes y auténticos exponentes del espíritu francés en lo que tiene de más esencial y característico. Acaso en este sentido, y para juzgar el orden estético que resplandece en sus libretos de opereta, no será ocioso recordar algunas declaraciones suyas, ofrecidas hace ya algún tiempo a un reportero curioso: No puedo privarme de trabajar. Lo hago por gusto. He intentado descansar, no trabajar, como se dice. Pero me fatigaba mucho más. Y trabajo sin preocuparme de nada; ninguna precaución ni escenogriifta especial. El ruido no me molesta, vieja costumbre de mi juventud de periodista. Fumo cigarrillos, marca Maryland, puesto que todo lo quiere usted saber. No crea usted- -porque las está viendo- -que he de escribir con esas plumas de ave. Utilizo cualquiera de cualquier clase; carezco de pequeñas manías. Mis cuartillas son pequeñas y un poco verdes. Consumo muchas porque tengo la costumbre de no hacer tachaduras y cuando teng- o que corregir alg; o, vuelvo a copiar la cuartilla. Esto significa algún tiempo, pero así no me molestan mis propias tachaduras. Me gustan los manas-

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