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BLANCO Y NEGRO MADRID 15-01-1933 página 66
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BLANCO Y NEGRO MADRID 15-01-1933 página 66

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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EL TELEFONO DE D O N JUAN (CUENTO) C O O se había ido de viaje durante un M año, había tenido que dejar su teléfono, aquel cuyo número ya estaba amaestrado, y había tenido que aceptar el nuevo níimero g risáceo y difícil a la memoria, tanto, que se lo había mandado bordar en las camisas en vez de las iniciales consabidas. -Así- -solía decir- si me pasa algo en la calle no tienen más que llamar al número inscrito en el pecho... Habría menos inidentificados en los accidentes si se volviese general esta costumbre. El nuevo teléfono sonaba constantemente. Eran voces de mujer, que preguntaban por Antonio, seguramente por el antiguo te- lefonoteniente de! ese número. Mucho le extrañó a Alberto- -los dos tenían cabida en la A del diccionario de los nombres- -que ni una sola vez se oyese una voz de hombre. Tanto iixsistían las voces de mujer, que comenzó a elegir las más drilces. ¿Algo urgente? -Usted sabe que el amor es siempre urgente. -A veces, no... Ks retardatario. ¿Pero es usted Antoniot Antonio no hubiera dicho nunca esa palabra horrible... Y colgó. Alberto veía que para ser un seductor de mujeres hay que tener mucho cuidado de no decir una palabra por otra. Otra voz bonita, de esas que se quisieran atar con el cordón del teléfono, hacía que Alberto se esiforzase por retenerla. ¿Así qiie no puedo conocerla ni la conoceré nunca? -Nunca... Mientras no haya guía telefónica de las voces no me podrá conocer. -La guía aurísona. ¡A y! Te han cambiado... Te has vuelto un cursi hablando... Eso de aurísona me quita todas las ilusiones. Y colgó. Alberto volvió a pensar que no había nacido para galanteador de teléfono y perdería el tiempo en querer salvar la tradición de su número de teléfono. ¡Antonio! -No... Va no tiene Antonio este número. Y m. e podría decir que número tiene ahoraf- No lo sé. Me ha tocado el teléfono de un Antonio como me ha podido tocar el de un carbonero. ¡Jesús! Es usted un dcsaborío Alberto no comprendía aquella psicología torpe de los que no se dan cuenta de que al dar el teléfono que tuvo otro no se hace el relevo de teléfonos poniendo en antecedentes de quién era el otro, por qué dejó sus negocios, adonde sé mudó y por qué se le antojó tener otro número de teléfono. Aparecían las insistentes: -Pera, Antonio; no te ocultes. Reconozco tu vos. ¿Para qué fingir? ¿Es que ya, te resulta pesado el diálogo que sosteníamos siempre y al que ttl üamabas interesante? ¿Es que no me dijistes una vez que te habías casado con nd voz? -Perdone usted pero yo soy soltero. -No seas tosudo... ¿O es que quieres tener el teléfono libre por si te llama otra?

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