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BLANCO Y NEGRO MADRID 22-12-1929 página 102
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BLANCO Y NEGRO MADRID 22-12-1929 página 102

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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LETRAS, A R T ÍE S, CIENCIAS barba, bien ataditos con bramante, albos, sin mácula, a no ser tina cierta lámpara de grasa que en el fondo del mayor de ellos iba, poco a poco, aumentando de tamaño. -Buenos días- -contestó, cortés, Josefito, observando con rápida ojeada al viajero y a su simple equipaje. No debe ir muy lejos pensó en seguida. Tomó asiento el recién llegado en el rincón opuesto al de Josefito, se puso el tren en marcha y nuestro héroe, por finura innata, o por trabar conversación, que es lo más probable, ofreció un cigarrillo al de los paquetes. -No, muchas gracias- -contestó secamente. Y al cabo de un rato, poco después de tirar su colilla Josefito, sacó su petaca, y, sin ofrecerle, se puso a fumar tranquilamente. ¡Vaya un tío grosero! -volvió a pensar Josefito- ¿Quién será este puercoespín? El tren seguía, lento, su marcha, parando en todas las estaciones, y Josefito bostezaba de aburrimiento y de hambre; sobre todo de hambre, porque el airecillo de la mañana, tibio y perfumado, como de primavera andaluza, se le colaba pulmones adentro, activando la circulación de su sangre joven y sirviendo a su estómago de poderoso estimulante. ¡Qué aire aquel! Me río yo de toos los vermuses de Torino... i Vigen, qué gasusa... ¿Son ya las dose... Bostezaba el hombre, tratando de dormirse, y, ¡que si quieres! el hambre podía más que sus deseos. Entornados los ojos, vio, con el rabillo del izquierdo, cómo su compañero de viaje colocó los paquetes en el asiento de enfrente, los desató cuidadoso y cómo, ante sus propios ojos, ya tan de par en par como su apetito, aparecían una oronda y jugosa tortilla de patatas, un par de estupendas rajas de merluza y una chuleta empanada, doradita, tierna y apetitosa, que, si no era excesivamente grande, a Josefito le pareció del tamaño del almohadón del coche. Y a más de esto, un trozo de queso de bola, dos plátanos como mazorcas y unas yemas... ¡Qué yemas, San Leandro bendito! En cambio, el segundo paquete no contenía más que una sola cosa: una botella de vino de Rioja; pero, eso sí, de buena marca. ¡Mi madre, qué almuerzo! Aquel tío era un sibarita. Hasta unos palillos de dientes vio él, pinchados en un plátano. No faltaba detalle. Un sibarita, ya digo. ¿Usted gusta? Josefito se acordó de su desairado cigarrillo, y -De salú sirva- -contestó su lengua, aunque el cerebro le dictó: Asín te ajogues Tiró de navajílla aquel mal ange dividió la tortilla en tres pedazos y pinchó tmo de ellos para colocarlo sobre el pan, cuando el tren, que había disminuido su marcha, paró en una estación. ¡Arjonilla! ¡Un minuto! ¿Arjonilla? ¿Pero esto es Arjonilla? -exclamó, alarmado, el sibarita. -Arjoniya; sí, señó. ¡Don Román! ¡Don Román! -se oyó gritar angustiosamente en el andén. Y don Román, que no era otro que nuestro Pantagruel, se asomó a la ventanilla, contestando: -i Voy, ya voy! ¡Maldita sea la pena! Por poco me paso. -Baje usté, señó- -suplicó el de abajo- baje usté, que apenas hay tiempo pa firma la escritura; que er notario tié que dirse y salí pa Jaén a las dose y media. Oír esto el don Román y arrojarse al andén como una flecha, todo fué uno. ¡Maldita sea la pena! Y pensando en la escritura, y en el notario, y en las pesetas que todo aquello podía valerle, se metió de un salto en el cochecillo que había de conducirlos al pueblo, y así se acordó del abandonado almuerzo como de la primera papilla que le dieron en este perro mundo. Josefito María, asomado a la ventanilla, vio arrancar al coche al mismo tiempo que arrancaba el tren, se encogió de hombros, y al sentarse en el mismo rincón, aún caliente, de su ex compañero, no pudo contenerse, y lanzó una carcajada que no se oyó en el camino de Arjonilla por verdadero milagro. Esta es la mía ¿Qué tienes Que tanto y oras... Y canturreando tiró de navaja también, pinchó el trozo que el otro dejó intacto y, sacándolo por la ventanilla, exclamó: A su salú de usté, don Román No dejó raspa: tortilla, chuleta, fruta, todo cayó en menos que canta un gallo; pero, eso sí, bien rociadíto con aquel vinillo riojano, que era una pura gloria. ¡Buen armuerso, Josefito María i j Buen armuerso! ¡Hombre, y qué bien hecha está la tortiya... con su seboyita pica... i Buena cosinera la de don Román, buena! ¡Vayan con Dios las cosineras! ¿Y er pescao? Fresco... bien rebosaíto... ¡superió! Pos... ¿y la chuleta? Bueno, don Román, la chuleta es tosino der sielo... y las yemas, de las gayinitas der Paraíso... ¡der Paraíso, don Román de mi arma! Terminó el almuerzo y, entornando los ojos, echándose hacia atrás en el asiento, satisfecho, encantado de la vida, con un palillo en la boca y canturreando otra vez aquello del contrabandista valiente de pronto se puso serio Josefito María. Sí, aquello era muy serio. Con nerviosismo comenzó a rebuscar entre los papeles pringosos, entre las juntas de los almohadones, debajo del asiento, en las rejillas, en todas partes, i Nada! No encontró, lo que buscaba. Y entonces, rascándose la cabeza por detrás de la oreja, exclamó: -Pero, hombre, Román, ¡so mal ange ¡Que se te ha orvidao dejarme er sigarrito purot L s Manzano, (DIETJJO DE PELLICBR)

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